¡América contraataca!: así eran los cromos antiterroristas de la era Reagan
/Terrorist Attack vio la luz en 1987, dos años después de que Chuck Norris frustrara los planes de un grupo de mercenarios sin escrúpulos en Invasión USA. La colección constaba de 35 cromos “educativos” que abordaban «uno de los temas más controvertidos e importantes de nuestro tiempo: el terrorismo internacional». Y al contrario de la película en la que parecía inspirarse, fue un fracaso.
[Vía Headpress Books | Jennifer Wallis]
«Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan», defendía Susan Sontag. Una rehén asesinada a sangre fría por sus secuestradores. El Papa Juan Pablo II sobreviviendo milagrosamente a un atentado televisado desde la Plaza de San Pedro. El accidente en una planta nuclear soviética. Un artefacto explosivo en un centro comercial. Al abrir un sobre, lo primero que llama la atención es la calidad de las ilustraciones, dotadas de un realismo poco habitual para un producto de semejantes características. Pese a no estar firmadas, entre el gremio existe cierto consenso a la hora de atribuírselas a Doug West, un dibujante especializado en retratos de deportistas. Aquí su trazo luce más rotundo que nunca, al estilo de Richard Corben. Estaríamos ante uno de sus mejores trabajos si no fuera por lo escabroso del asunto; pero, ¿acaso podría ser de otro modo tratándose de terrorismo? En palabras de un fan, «Terrorist Attack compartía el mal gusto de La Pandilla Basura y a menudo rozaba la parodia. Como los viejos cromos de Mars Attack en los que salían marcianos asando vacas con lanzallamas». Al margen de consideraciones estéticas, se saborea igual que una magdalena envenenada.
El origen de las trading cards se remonta a finales del siglo XIX, cuando comenzaron a incluirse como obsequio promocional en los paquetes de cereales y los cigarrillos. Con el paso del tiempo, algunas se han convertido en cotizados objetos de coleccionista, como la serie dedicada a las estrellas del béisbol que Old Judge puso en circulación en 1880. Pero no alcanzaron verdadera popularidad hasta que, en los años treinta, varias empresas estadounidenses decidieron incorporarlas a su producto estrella: el chicle. Tanto fue así que, treinta años más tarde, la goma de mascar cedió el protagonismo ante las postalillas coleccionables. En su libro The Great American Chewing Gum Book (1976), el historiador Robert Hendrickson se hace eco de las declaraciones de un contrariado magnate que asume que las dichosas estampitas se venderían igual de bien entre los niños aunque sus chicles «supieran a espinacas o hígado, e incluso sin necesidad de ellos».
Terrorist Attack compartía el mal gusto de La Pandilla Basura y a menudo rozaba la parodia. Como los viejos cromos de Mars Attack en los que salían marcianos asando vacas con lanzallamas.
«Quizás en unas pocas semanas, los niños de Tucson cambiarán un Reggie Jackson o un Babe Ruth por un Muammar Gaddafi o un Charles Manson», ironizó la prensa. A fin de cuentas, el sátrapa libio aparecía repetido tres veces, como correspondía al chivo expiatorio de la política antiterrorista de la administración Reagan. También reconocemos al ayatolá Jomeni y a Idi Amin bebiendo alegremente de un cáliz rebosante de sangre. Por las razones que fuera, el redactor decidió obviar el texto que podía leerse en el reverso: «¿Cómo podemos detener a Gaddafi y a otros como él? En primer lugar, podemos negarnos a brindarles ayuda, ya sea económica, militar o humanitaria. Podemos alentar un boicot económico mundial a los países que fomentan el terrorismo. Cuando se produzca un ataque terrorista, podemos asegurarnos de que los responsables sean ejecutados o encarcelados. Podemos presionar a la Unión Soviética para que convenza a sus aliados de que sigan un camino pacífico. Y por último, podemos bombardearlos hasta que brillen».
El tono, entre beligerante y patriotero, era similar al empleado durante la II Guerra Mundial, cuando la Bowman Gum Company utilizó como reclamo publicitario una serie de más de 200 cromos que representaban de manera brutalmente explícita (y a menudo xenófoba) los horrores de la guerra. Con la llegada de la Guerra Fría, los ciudadanos de bien podían anticiparse a un inminente ataque aéreo gracias a Friend or Foe (Amigo o Enemigo) o recurrir a Red Menace a fin de ponerle rostro a la amenaza comunista. En ese sentido, Terrorist Attack destacó por ser la primera de todas ellas en dar rienda suelta al pánico nuclear y por vaticinar la Guerra del Golfo que comenzaba a gestarse en Oriente Medio.
Por más que el membrete nos remita a Piedmont Candy Co., el verdadero artífice de la colección fue Charles Mandel, presidente de Sports Design Products, una pequeña empresa de Hazel Park (Michigan) especializada en coleccionables de béisbol. Ultraderechista confeso, Mandel llegó a enviar docenas de sobres al presidente Reagan, al secretario de Estado George Shultz y al miembro del Consejo de Seguridad Nacional Oliver North, con la esperanza de obtener por su parte algo de publicidad y reconocimiento. Sin embargo, prefirió mantener el anonimato y evitar posibles acciones legales si se descubría quién estaba detrás de los cromos. Meses antes, las asociaciones de padres y madres habían conseguido que se prohibiera La Pandilla Basura en las escuelas primarias de todo el país, temerosos del efecto que pudieran ejercer sobre las mentes inocentes al reírse de la violencia, la deformidad y el dolor. La ACT (Action for Children's Television) habían llegado aún más lejos, presionando a la cadena de televisión CBS para que retirasen la serie de dibujos animados de antena. Su presidenta, Peggy Charren, también se mostró indignada ante Terrorist Attack: «Este tipo de cosas anima a los niños a pensar en los terroristas como héroes. No creo que exista pornografía más perniciosa que esta».
Para curarse en salud, Mandel se amparó en la función educativa de los textos e introdujo una advertencia para los críos, a modo de descargo: «Hay terroristas en muchos países, pero la probabilidad de que veas uno algún día es muy, muy pequeña». Años más tarde, el 11S se encargaría de refutarlo, sumiendo a la nación en un trauma colectivo que evocaba la imagen de uno de sus cromos más famosos: la Estatua de la Libertad envuelta en llamas y profanada por explosivos. Casi de inmediato, Topps se sumó a la propaganda patriótica con su colección Enduring Freedom, consagrada a las figuras políticas más relevantes y con información detallada sobre el despliegue militar estadounidense. El debate volvió a los medios de comunicación y el director ejecutivo de la compañía, Arthur Sorin, justificó la presencia de Osama Bin Laden con fines terapéuticos: «es posible que los niños quieran pisotearlo y tirarlo a la basura».
Tal y como se apresuró en señalar el propio Mandel, Enduring Freedom no fue retirada de las estanterías, seguramente por la ausencia de sangre. En su momento llegó a anunciar una nueva colección basada en personajes históricos como Calígula, Vlad el Empalador, Herodes o Hitler; pero, para alivio (o tal vez decepción) de muchos, el proyecto nunca llegó a materializarse. Actualmente no resulta demasiado complicado hacerse con un sobre de Terrorist Attack por menos de cinco euros a través de eBay. Lejos de revalorizarse como pieza de coleccionista, su indudable atractivo reside en su condición de artefacto pop, incómodo y políticamente incorrecto, a modo de radiografía cartoonesca de los peores miedos alimentados por la América de Reagan.