¡Oh, los hooligans!

A comienzos del siglo XVIII aparecieron numerosas bandas callejeras mucho más violentas y organizadas que sus predecesoras. Además, era un fenómeno urbano. Los Mohocks fueron una de estas. Aunque tan solo actuaron en torno a marzo de 1712, provocaron un insólito terror entre los londinenses. Las acciones violentas de los Mohocks, dedicados con empeño a la tarea de destruir las ventanas de los ricos o agredir con armas blancas a los transeúntes, llegaron a oídos de palacio, que se apresuró a promulgar un bando. Al mismo tiempo, su violencia inició la atribución de canibalismo y salvajismo aplicado a fenómenos propios de la desviación social urbana. Tanto la monarquía como la policía se negaban a admitir que tras aquella violencia sin objeto de los Mohocks estuviesen ciudadanos ingleses. El enemigo debía ser exterior, es decir, salvaje.

Reunión de una banda de Mohocks

Reunión de una banda de Mohocks

Los Mohocks empezaron a ser conocidos como «Mohawks», en referencia directa a los nativos americanos y la fascinación que despertaban, algo similar al muy posterior hooligan francés: el llamado «Apache». Además, se les atribuyeron prácticas caníbales y su líder fue presentado como el «chef caníbal». Para los ingleses, los Mohawks eran un fenómeno ajeno al estilo inglés, algo salvaje y oscuro que solo podía provenir de aquellos nativos americanos asentados en Londres. Una obra llamada precisamente The Mohocks, escrita por John Gay, decía lo siguiente:

 

«Ninguna ley podrá restringir

nuestro reino de libertad.

Vamos a crear disturbios, beber y ser libres.

Recorreremos la ciudad,

echando abajo a la policía […]

Seremos esta fuerza que sentimos.

Pondremos a todos de rodillas,

hasta al mismo Gran Príncipe de la Noche»

The Spectator, en su edición del 12 de marzo de 1712, aseguraba que el nombre de Mohocks provenía de «un tipo de tribu caníbal de la India», insinuando que varios cocineros indios, residentes en Londres desde hacía años, podían guardar relación con los hechos. La banda, convertida en «príncipe de la noche», era definida por el periódico como una «fraternidad nocturna». Incluso el escritor Jonathan Swift afirmó que «juegan con el demonio cada noche».

Sin embargo, el fenómeno del hooliganismo todavía no recibía ese nombre. Habría que esperar unas décadas más, concretamente a los últimos años del siglo XIX. Entonces, muchos jóvenes urbanos mostraban un gran desprecio por la autoridad. Su modo de vida consistía en pequeños robos, insultos indiscriminados contra las clases medias y altas y ataques a la propiedad. Sus acciones, contagiosas y llamativas, empezaron a ser consideradas problemas de orden público. Eran rufianes callejeros, jóvenes espabilados y frecuentemente borrachos, e incapaces de vivir en sociedad. O’Connor and Brady, autores de una pieza de music-hall, fueron los primeros en incluir una referencia clara al nuevo fenómeno:

 

«¡Oh, los hooligans! ¡Oh, los hooligans!

Siempre en la revuelta.

No pueden mantenerlos callados.

¡Oh, los hooligans! ¡Oh, los hooligans!

Ellos son los chicos

que arman jaleo

en nuestros patios traseros»

En 1898 el término ya figuraba en los informes policiales. Su popularidad hizo que H. G. Wells, en su novela Tono-Bungay (1909), incluyera la siguiente descripción: «Tres enérgicos jóvenes al estilo hooligan vestidos con cuello alto y gorras». La forma de vestir y un concreto código de conducta y estilo los convertía en una subcultura.

El Daily Graphic, en su edición de noviembre de 1900, afirmaba que «Los chicos adoptan un determinado uniforme. No se ve ningún sombrero, collar o corbata. Todos ellos lucen una peculiar bufanda en el cuello, una gorra colocada desenfadadamente hacia delante, tapando los ojos, y pantalones muy ajustados en las rodillas y muy holgados en los pies. La parte más característica de su uniforme es un voluminoso cinturón de cuero muy adornado con metal». Sin embargo, fue The Times, el 17 de agosto de 1898, quien marcó un antes y un después en la opinión que el mundo adulto tenía acerca de las bandas callejeras violentas. Aquel día, el periódico analizó el fenómeno de una forma concreta: «Se trata de terrorismo organizado», afirmaba. Los hooligans y su violencia se asimilaban a las formas organizativas de los terroristas.