Cuando William Burroughs disparó sobre las Torres Gemelas
/Coincidiendo con la fiesta del 4 de julio de 1976, Marshall McLuhan concedió una entrevista durante la cual se le preguntó sobre el futuro de Estados Unidos. El lugar del encuentro era lo alto de una de las Torres Gemelas de Nueva York. Su respuesta fue seca y tajante. «En una palabra: apocalipsis», contestó. Towers open fire, una reveladora y hermosa película de once minutos dirigida en 1963 por Anthony Blanch, estaba programada para ser proyectada en una sala de cine situada en una de las Torres Gemelas. La película lanza instrucciones, consejos y frases destinadas al público que hará la revolución. Se mueve en el terreno de las estrategias, señalando algo que ya sabíamos; Burroughs veía en la tecnología nuevas formas de destruir el control, un control que residía en el lenguaje por medio del cual construimos la realidad. Él es el narrador, pero también el comandante supremo de una horda invisible, una guerrilla semiótica que encuentra su mejor imagen en el famoso fotograma en que se le ve con unos auriculares, vistiendo uniforme militar y hablando a la tropa desde un equipo de radio portátil. Es un hombre mayor y de gesto serio. Sabe que el tiempo se acaba, de ahí su urgencia cuando grita «¡Torres, abran fuego!». No vemos fuego real, ni balas o bombas. No hay sangre. El combate se libra de forma secreta y subterránea. Son las palabras las que caen bajo el fuego de la guerrilla.
Este era la visión del moderno blitzkrieg de Burroughs, una guerra relámpago cuyas armas más poderosas eran el lenguaje hecho pedazos, la palabra cayendo y las fuerzas móviles de la resistencia tomando los centros de mando.
Towers open fire, finalmente, no pudo ser proyectada. La semana en que estaba programada, las moles de hormigón se vinieron abajo debido al atentado terrorista del 11 de septiembre. En caso de haber estado vivo, Burroughs habría extraído importantes lecturas de estos hechos, relacionando su película con el atentado (existe una fotografía de él muy significativa. En 1978, Gerard Malanga lo fotografió cerca de las Torres Gemelas, que están al fondo. Lleva una escopeta con la que apunta a la altura de los edificios).
Hablaría de presentimientos y de azar mágico. Se apoderaría de la catástrofe. La historia copiando a la historia, como advirtió Borges.
Burroughs, definitivamente, tendría razón. «¿Es que Hollywood nunca aprende?», repetiría, rememorando esas muertes mecanizadas y mesiánicas y el rostro de un Bin Laden disfrazado de el «Viejo de la Montaña», dirigiendo ejércitos invisibles sobre los que tendría un poder absoluto y con los que extendería su control, hasta que pronunciase las últimas palabras, aquellas que aparecen en Nova Express: «Llamando a los guerrilleros de todas las naciones. Torres, abran fuego». Y las torres, como sabemos, ardieron hasta venirse abajo.