Conversaciones caníbales con Servando Rocha (II)
/KATE MOSS Y PETE DOHERTY POSARON COMO MYRA HINDLEY E IAN BRADY, LOS ASESINOS DEL PÁRAMO, PARA EL ARTISTA RUSELL YOUNG EN 2008.
Servando Rocha y David Bizarro nos ofrecen una “guía de lectura” de La Facción Caníbal. Historia del Vandalismo Ilustrado a modo de cartografía, en torno al arte, el terror y el radicalismo político.
[NOTA DEL AUTOR: Un inciso antes de retomar el hilo de la conversación. El sábado 21 de enero de 2012, poco después de que se publicase la primera parte de este artículo, un amigo común nos recordaba a Servando y a mí que se cumplían 220 años de la ejecución de Luis XVI en la entonces llamada Plaza de la Revolución de París. No era la primera vez que lo que Carl Gustav Jung llamó sincronicidad se cruzaba en nuestro camino. Y tampoco sería la última].
En nuestro anterior encuentro, Servando me confesó que todavía conserva cierto apego hacia un «arquitecto supremo»; no sabe bien si por condicionamiento paterno o para permitirse el lujo de vivir ofuscado en el misterio. Como buen fanático del From Hell de Alan Moore y Eddie Campbell, ha intentado reproducir en uno de sus viajes a Londres el famoso itinerario propuesto en el capítulo cuarto. «Aunque ya se ha convertido en una ruta turística, tiene un trasfondo psicogeográfico apasionante. Siempre me he interesado por el esoterismo y las sociedades secretas. Me intriga el poder que desprenden ciertos símbolos, aún sin acertar a interpretarlos».
«LA GUILLOTINA TIENE HAMBRE; HACE MUCHO QUE AYUNA»
En 1985 The Jacobites publicaron un elepé titulado Robespierre’s Velvet Basement, a modo de alegato romántico de una Revolución que alardeaba de glamour barriobajero. «Es curioso, pero también existe una extraña conexión entre la portada del segundo álbum de los Swell Maps, A Trip to Marineville (1979), y la furia de los patriotas británicos del siglo XVIII contra los simpatizantes de la Revolución Francesa». No en vano Nikki Sudden y su hermano, Epic Soundtracks, se criaron en las mismas calles de Birmingham de las que se exilió Joseph Priestley, al ver cómo sus vecinos le prendían fuego a su casa. Por jacobino.
«Posaban en cada foto que les tomaban y se ganaron las simpatías de cierto sector de la población a costa de presentarse a si mismos como unos luchadores de la libertad, no como terroristas»
Un nuevo salto en el tiempo. En 2006 la campaña de Steve Klein para Dolce & Gabbana se inspiraba en los jacobinos para promocionar su temporada de otoño-invierno. Esta relectura publicitaria allanó el camino para un reportaje gráfico de Diesel que reproducía el secuestro del empresario alemán Hans-Martin Schleyer a manos de la banda terrorista Baader-Meinhof. En su momento Raúl Minchinela acertó al señalar que «para los alemanes con canas, es como si nosotros viéramos una campaña de Zara en la que los modelos reconstruyen el secuestro de Ortega Lara o Miguel Ángel Blanco. Pero para las generaciones que van a lucir esas prendas, alude a un proceso superado, porque la banda ya no existe». La dictadura de la estética según el terrorismo fashion pasa necesariamente por la descontextualización, la polémica y el código bastardo.
LE RADICAL C’EST CHIC!
Tras la publicación de Baader Meinhof (Hut Records, 1996), Luke Haines interpretó las acciones del comando terrorista alemán como un gesto macabro de cara a la galería. «Posaban en cada foto que les tomaban y se ganaron las simpatías de cierto sector de la población a costa de presentarse a si mismos como unos luchadores de la libertad, no como terroristas». Para el antaño líder de The Auteurs, resultaba difícil de encajar su honestidad como azotes del capitalismo fascista cuando «vestían como estrellas del rock y huían de la policía al volante de coches deportivos».
Retrocedamos ahora hasta 1970, momento en el que Tom Wolfe acuñó el término radical chic para definir la peculiar atracción de esa izquierda exquisita, cuyos hijos todavía combinan palestina y Armani y confunden el activismo con las redes sociales. Desde esta perspectiva, la película de Uli Edel sobre la R.A.F. resulta sintomática: un envoltorio brillante para un caramelo nada envenenado. Todo lo contrario que La representación del terror: la exposición de la RAF, una exhibición colectiva de varios artistas alemanes en las que se reflexionaba —o banalizaba, según se mire— sobre la mitificación de los terroristas y la equiparación entre víctimas y asesinos.
La colección, que se presentó en Berlín e incluía obras de artistas como Joseph Beuys, Scott King, Gerhard Richter o el grafista Klaus Staeck, suscitó un escándalo sin precedentes. El comisario de la muestra era Felix Ensslin, hijo de Gudrun Ensslin. Bettina Röhl, hija de Ulrike Meinhof, condenó la iniciativa el considerar su tratamiento como «ingenuo e irresponsable». La memoria histórica y la agresión estética como telón de fondo y demasiadas preguntas en el aire.
«Morrisey compuso ‘Suffer Little Children’, que es una canción maravillosa pero casi arruina a The Smiths. Tuvieron que retractarse públicamente, sacarse fotos tomando el té con los padres de las víctimas y demás cosas ignominiosas»
En mitad de la reunión, Servando me presenta a Mario Rivière, uno de sus cómplices desde los tiempos de Muletrain y responsable de gran parte de los maravillosos diseños y portadas del catálogo de La Felguera. Entre ellos A partir de ahora llamadme Tania. Crónica de una guerrillera simbiótica (La Felguera, 2011), en el que se documenta el affaire entre el SLA y Patty Hearst. Era como una Paris Hilton de su época y acabó convertida en una revolucionaria socialista que atracaba bancos —apostilla Servando— Fueron los medios quienes se encargaron de (re)presentarla como a Sánchez Gordillo, Julian Assange o las Pussy Riot, salvando las distancias».
HACIA UNA POÉTICA DEL HORROR
Otra secuencia de flashback: corre el mes de enero de 1941 cuando Olivier Messiaen interpreta por primera vez su Quatuor pour la fin du temps en el campo de concentración de Görtliz, donde lleva prisionero más de un año. Algunos de sus compañeros asisten al estreno descalzos, soportando temperaturas de varios grados bajo cero y la recelosa presencia de los guardias. Cuatro años más tarde, el padre y el hermano de György Ligeti fallecerán víctimas del exterminio nazi. Y apenas un lustro después de que Adorno concluya que «escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie», Krzysztof Penderecki sobrecogerá al mundo entero con una pieza experimental en homenaje a las víctimas de Hiroshima. ¿Cómo encajar, pues, las polémicas declaraciones de su colega, Karlheinz Stockhausen, sobre los atentados del 11-S?
«Lo ocurrido es la más grande obra de arte jamás realizada. […] algo con lo que en música nunca podremos soñar. Esa gente practicó diez años duramente, fanáticamente, para un único concierto. Y entonces murieron. Y eso es la más grande obra de arte que existe en todo el cosmos […] Comparado con eso, no somos nada, como compositores […] Esto es un crimen, por supuesto que lo sabéis, porque las personas que han muerto no estaban de acuerdo. Ellos no venían a ese concierto, desde luego. Y nadie les había dicho que serían asesinados en el proceso».
A pesar de los titulares empeñados en tergiversar las palabras del compositor alemán, las voces de Jean Baudrillard y Susan Sontag sintonizaron con el discurso. Y desde España, Santos Zunzunegui invocó a Burke al afirmar que «lo que estábamos viendo era la encarnación misma de lo sublime contemporáneo, un espectáculo que en la antigüedad sólo tipos como Nerón se habían permitido, y que ahora se servía democráticamente en directo a todos los ciudadanos de la aldea global».
ENFANTS TERRIBLES Y CHUPAS DE CUERO
Decía Alberto Moravia que al terrorismo en arte se le llama vanguardia. «Y la historia está llena de ejemplos: basta con fijarse en los movimientos artísticos de entreguerras de principios del siglo XX», recalca Servando. Nuevas hordas de jóvenes caníbales, vehementes y destructivos con el legado de sus predecesores. «Una actitud muy saludable por otra parte. ¿Quién quiere escuchar la misma música que sus padres cuando tienes quince años?». Pero volvamos sobre nuestros pasos hasta 1946, en el preciso instante en que un rumano, de nombre Isidore Isou, interrumpe una conferencia sobre Dadá para leer su propia poesía entre los abucheos del respetable. Como líder del movimiento letrista junto a Gabriel Pomerand, su actividad se centraba en la poesía sonora, pero enseguida se reorientaría hacia la producción visual. En 1955 el propio Isou se lo resumirá a un desconcertado Orson Welles en los siguientes términos: un fonema aparentemente exento de significado; el gruñido, el carraspeo y los ruidos nasales articulados, como herramientas poéticas para descomponer el lenguaje, son armas más que suficientes para desmontar el mundo.
«Lo que estábamos viendo era la encarnación misma de lo sublime contemporáneo, un espectáculo que en la antigüedad sólo tipos como Nerón se habían permitido, y que ahora se servía democráticamente en directo a todos los ciudadanos de la aldea global»
Desde el otro extremo del túnel, Chris D. Greespan ilustra las atmósferas electrónicas de su impronunciable proyecto musical, oOoOO, mediante las imágenes del debut como cineasta de Isidore Isou, El tratado de la bobada y la eternidad. El mismísimo Jean Cocteau la consideró merecedora del premio de la vanguardia del Festival de Cannes de 1951. Al año siguiente otro cachorro airado, que responde al nombre de Guy Debord, da un paso más al frente con Aullidos a favor de Sade. Sobre la pantalla en blanco, una voz anuncia: «No hay película. El cine ha muerto. Ya no puede haber película. Pasemos, si quieren, al debate».
Stewart Home siempre les ha echado en cara a los letristas —y por extensión a sus primos hermanos, los situacionistas— su notable ausencia del sentido del humor. Quizá se tomaban demasiado en serio a sí mismos, pavoneándose a las orillas del Sena vestidos como macarras. Dormían en las calles, alardeaban de nihilistas y nunca decían que no a una buena pelea; pero no eran más que un puñado de críos haciéndose los peligrosos. El terrorismo de salón que se echaba a la calle y que el británico definió en El asalto a la cultura (2004) como «unos ideólogos quejicas, marginales e impotentes». O como concluía la cinta de Debord, que vivían «sus aventuras incompletas como niños perdidos».
CRÍMENES E INFAMIAS
André Bretón tal vez se pasó de la raya cuando proclamó a los cuatro vientos que el acto surrealista por excelencia sería salir a la calle con una pistola y disparar al azar. Pero, ¿cómo recriminárselo cuando sus compañeros mataban el tiempo escupiendo a los curas? Jean Genet se inspiró en el caso de las hermanas Papin para escribir Las criadas (1947) y un grupo de poetas y pintores, con Bretón, Eluard, Magritte y Giacometti al frente, le dedicaron un libro a la parricida Violette Nozière. «Aquel juicio dividió a Francia, literalmente. Lo que los surrealistas buscaban era idealizarla contra la hipocresía de la prensa reaccionaria. Reivindicarla como heroína y, en mayor o menor medida, poetizarla».
Free Hindley era una canción de una efímera banda de punk llamada The Moors Murderers, obsesionada con la idea del infanticidio. Su repertorio incluía otro tema dedicado a Mary Bell, una niña de once años condenada en 1968 por el sádico asesinato de dos niños, de cuatro y tres años de edad respectivamente. La pequeña confesó sentir placer lastimando a los seres vivos, «animales y personas que son más débiles que yo, que no se pueden defender». Dos años antes, el juicio a los auténticos Asesinos del Páramo conmocionó en la una sociedad británica acostumbrada a lidiar con serial killers como Jack el Destripador o John Reginald Christie. Pero el perverso juego de sumisión nazi entre Ian Brady y Myra Hindley y las implicaciones sexuales de sus infanticidios, abrieron un nuevo abismo en el que nadie quería mirarse. «Morrisey compuso Suffer Little Children, que es una canción maravillosa pero casi arruina a The Smiths. Tuvieron que retractarse públicamente, sacarse fotos tomando el té con los padres de las víctimas y demás cosas ignominiosas».
Myra fue finalmente condenada como autora material de los crímenes a cadena perpetua. Murió en la cárcel el 15 de noviembre de 2002. Brady, verdadero instigador de los crímenes, todavía vive recluido en un hospital psiquiátrico y ha publicado un libro sobre criminología y psicopatías realmente espeluznante… y hasta recomendable. «En el Reino Unido todo esto sigue considerándose un tema tabú», afirma Servando. En 1995 el artista Marcus Harvey colgó un retrato de Hindley de dimensiones monumentales en la londinense Royal Academy of Art; un formato en el que ya había experimentado anteriormente con la efigie de Margaret Tatcher. No se recordaba un alboroto semejante desde el mural de Andy Warhol para la Exposición Universal de Nueva York de 1964. La marejada volvería a salpicar a Harvey trece años más tarde, al ser incluida la pieza en un video promocional de la candidatura de Londres como sede olímpica de 2012. «Sin embargo, ahí tienes el ejemplo de Kate Moss y Pete Doherty, donde el autor, Russell Young, establece un paralelismo siniestro entre la fama y la infamia. O la esencia del simulacro», añade.
LA POLÉMICA: ¿FEROZ O VORAZ?
Suscribe Adam Parfrey que el terrorismo puede progresar a través del arte sólo si el arte amenaza a la acción. La posmodernidad nos ha legado demasiados simulacros y es hora de clamar por que corra de nuevo la sangre, tal y como hacían Les Tricoteuses en primera fila de guillotina. Que sea el Terror quien reivindique el Arte, sin viceversa. Un diálogo confrontacional, simbólico pero salvaje, del que se hicieron eco los accionistas vieneses y que alcanzó literales hemorragias de paroxismo conceptual en COUM Transmissions.
Jugando en el terreno de la provocación, artistas como el francés de origen argelino Adel Abdessemed continúan soliviantando a la opinión pública. El rumor de un supuesto sacrificio animal a ritmo de heavy metal como colofón a una retrospectiva de su obra en el Centro Pompidou de París, bajo el epígrafe Soy inocente, corrió como la pólvora por Internet. Sin contrastar la noticia, se procedió a una recogida de firmas digital para exigir la prohibición del evento. No es la primera vez que Abdessemed desata las iras de los defensores de los animales. Su discurso artístico es el desastre contemporáneo y se alimenta de la violencia como sintagma. Hurga en la herida para revolver por igual estómagos y conciencias en el eterno debate: ¿boutade ética o negrísimo reclamo publicitario?
Ha llegado el momento de las despedidas. Servando tiene por delante varias presentaciones y actos promocionales y a mi me toca la ardua tarea de condensar lo que entre los dos hemos podido sacar en claro. Todo lo demás, está en el libro.
La Facción Caníbal. Historia del Vandalismo Ilustrado
SERVANDO ROCHA
¡7ª edición revisada y aumentada! ¡La esperada reedición del libro de culto sobre arte, crimen y revolución! Incluye nuevo post scriptum.
La Facción Caníbal. Historia del Vandalismo Ilustrado describe la fascinación del arte por el crimen, donde Lord George Gordon o Walter Benjamin, Robespierre o Malcolm McLaren, Saint-Just o Guy Debord, las sesiones nocturnas de los clandestinos Clubs del Fuego Infernal o los crímenes de Jack el Destripador, funcionan como pasadizos históricos, túneles para bandidos y forajidos, lugares para el contrabando.