El día que las estatuas comenzaron a volar por los aires
/La voladura de la estatua del sanguinario Thiers, una década después de la Comuna de París, fue el inicio de una «tradición» revolucionaria: atacar los monumentos y la arquitectura. En Galicia, el Ejército Guerrillero del Pueblo Gallego Libre intentó dinamitar la de Franco
«Esa flauta de caña, esa horrible columna». Así describía la columna de la Plaza Vendôme, erguida en el centro de París y fabricada con los cañones incautados por el ejército napoleónico, el artista Gustave Courbet. Corrían los convulsos días de la Comuna de París y toda la ciudad se hallaba en pie de guerra. Había choques, barricadas, muertos. Courbet, echando la vista atrás, recordaba los pasados días de la revolución de 1848 donde, codo con codo con los anarquistas, había invocado la libertad.
No había llegado. Con París sitiado, el 16 de mayo de 1871, tras haberse decidido en asamblea, la Columna Triunfal de la plaza Vendme fue literalmente destruida muy cerca de otra calle antagónica que, tanto antes como ahora, lleva el nombre de Calle de La Paz. A pesar de las destrucciones, estas nunca alcanzaron al Banco Central, al que la muchedumbre respetaría, no sin agrias discusiones entre los comuneros. El Ministerio de Finanzas o la Prefectura de Policía fueron también algunos de los edificios y lugares pasto de las llamas.
Jamás se lo perdonaron. Cuando cayó París, Courbert se convirtió en el artista marginado. Sus cuadros fueron destruidos, vendidos por cuatro duros y su nombre borrado de los libros de historia. Había sido elegido delegado en el Consejo Comunal y en la Comisión Educativa de la Comuna, la cual había decidido crear una gran Federación de Artistas de París. Courbet afirmó que el monumento debía ser destruido o, como mínimo, trasladado hacia un lugar más apropiado, sugiriendo ubicarlo en la explanada de los inválidos en donde, decía, «esta columna hubiera tenido un significado para los que quieran besarla ya que, al menos allí, los inválidos podrán ver donde ganaron sus piernas de palo».
«La destrucción de la columna marcó un antes y un después, en una historia que funde el arte con la violencia»
La destrucción de la columna marcó un antes y un después, en una historia que funde el arte con la violencia. Hasta entonces, la arquitectura no había sido el objetivo de los revolucionarios, pero desde entonces aquello cambió. Marx, en La Guerra Civil en Francia, se encargó de recordarlo: «Y, para marcar nítidamente la nueva era histórica que conscientemente inauguraba, la Comuna, ante los ojos de los vencedores prusianos, de una parte, y del ejército bonapartista mandado por generales bonapartistas de otra, echó abajo aquel símbolo gigantesco de la gloria guerrera que era la Columna de Vendme».
BANDIDOS Y CARNICEROS
Una década más tarde, Adolphe Thiers era la imagen de la carnicería. Había sido uno de los impulsores de la guerra franco-prusiana y ordenado una feroz represión. París fue asediada y, finalmente, invadida por miles de soldados. Murieron entre diez y treinta mil personas. Cuando se cumplía el décimo aniversario, un extraño atentado sacudió el país. Su estatua, en la ciudad de Saint-Germain, fue atacada con explosivos por un fantasmal grupo llamado Comité Revolucionario Francés, que emitió un comunicado en el que lo acusaba de ser un bandido sanguinario («bandido que hace diez años ensangrentó París», afirmaba la hoja manuscrita). Lo cierto es que aquel atentado fue el primero que voló por los aires, o al menos lo intentó (parece ser que la estatua no fue destruida del todo), un monumento. A ello le seguiría un incesante goteo de bombas y asesinatos políticos cometidos por anarquistas, como el asesinato de la madre superiora de un convento cerca de Marsella (1884) o los célebres dinamiteros Ravachol y Èmile Henry. Entre 1892 y 1894, Francia vivió aterrorizada por los atentados ácratas.
Nunca más se supo del Comité Revolucionario Francés. Había anunciado que llegaría otro comunicado en el que daría instrucciones al pueblo para una próxima revolución que no llegó. Lo que sí llegó fue la ley antiterrorista creada a partir de los atentados anarquistas. También, con el tiempo, se descubrió algo espeluznante, el inicio de las grandes conspiraciones en la literatura. El único periódico que apoyó sin ambigüedad la acción, que calificó de «ejemplar», fue La Révolution Sociale, que el 26 de junio de aquel año publicó un artículo elogioso. Su director era en realidad un agente de policía, el mismo que había impulsado el atentado, un oscuro hombre que fue más allá de las funciones propias del infiltrado para convertirse en un agente provocador, en el terrorista disfrazado.
EL EJÉRCITO GUERRILLERO DEL PUEBLO GALLEGO LIBRE Y LA ESTATUA INTACTA
Los atentados con explosivos contra estatutas y monumentos cuentan con una gran tradición iconoclasta. La lista es extensa. Sin embargo, un siglo después de la voladura de Thiers por el fantasmal grupo revolucionario (infiltrado por los servicios de seguridad franceses), en Ferrol, el autodenominado Ejército Guerrillero del Pueblo Gallego Libre intentó hacer estallar la estatua ecuestre de Franco. El 21 de julio de 1987 la policía desactivó un artefacto explosivo colocado en la estatua de Franco. La acción fallida fue reivindicada por el Exército Guerrilheiro do Pobo Galego Ceibe, grupo armado independentista que pronto se hizo célebre, aunque en gran medida por su torpeza. Se sucedieron los «golpes»: contra el chalé de Manuel Fraga o siete artefactos de escasa potencia que estallaron en bancos de La Coruña, Ferrol, Santiago, Pontevedra, Vigo, Orense y Lugo, entre muchos otros. Al año siguiente, volvieron a intentar dinamitar la odiosa estatua, pero parecía indestructible. La policía no desbarató la acción y una gran detonación hizo volar los cristales de los edificios cercanos. Cuando se disipó la humareda, el dictador seguía intacto.