El fanzine punk de la guerra, la destrucción y la muerte
/Describió como asesinar a personas o la fabricación de armas químicas y entrevistó a forenses y terroristas. Así fue P.O.W., el inclasificable fanzine de Sakevi, líder de los japoneses G.I.S.M.
Instrucciones detalladas acerca de maneras efectivas de matar a gente, a cuanta más mejor. Relatos escalofriantes en primera persona obtenidos mediante entrevistas a prisioneros y veteranos de guerra, informes de forenses. Y punk. Mucho punk, sobre todo de la por entonces (mediados de los ochenta) incipiente y, por supuesto, extrema escena de Tokio. Puede que P.O.W. («Punk On Wave», que después pasó a significar «Performance Of War») sea uno de los fanzines más extraños y polémicos de la historia, creado igualmente por un personaje extraño y polémico que hoy es casi un semidios, una figura de culto de la que se sabe poco y circulan todo tipo de rumores que lo convierten en una especie de demonio, venerado por los punks, el Yukio Mishima de la anarquía y la cultura homicida, aunque hay quienes hablan de una vida consagrada a un tipo de arte que podría acercarse al accionismo vienés y el teatro de la crueldad. O puede que no, quizás todo sea real, muy real: Sakevi Yokojama.
Cuatro años antes de la salida del primer número de P.O.W., en 1981, había irrumpido en la escena punk y hardcore japonesa por la puerta grande liderando una de las bandas más violentas y anárquicas, G.I.S.M., cuyo acrónimo aún es sometido a todo tipo de debates: God In the Schizoid Mind, Guerrilla Incendiary Sabotage Mutineer, General Imperialism Social Murder y Gnostic Idiosyncrasy Sonic Militant. Lo cierto es que G.I.S.M., con un sonido abrasivo, una imagen que era como un antiglam recargado y desquiciante, y producciones chirriantes, pura agresión musical con letras a modo de manifiestos virulentos, solamente podía ser superado con el impacto visual como el que ofrecía Saveki en las páginas de su fanzine.
Como en todo lo que hizo la banda, P.O.W. da una cierta sensación de desubicación. Su carácter de fanzine es teóricamente indiscutible, pero visualmente se acerca más a una revista underground, porno para minorías, el manual de un puñado de científicos locos o un repaso ilustrado por las devastaciones de la guerra química. Las cubiertas eran en color, llegaba al centenar de páginas y ya en su primer número aparece un artículo sobre Psychic TV, quizás de las pocas bandas que se acercasen a aquella locura. El resto: collages deliberadamente desagradables, visiones de guerra y muerte, entrevistas y reseñas a legendarias bandas punks como The Stalin (liderados por Michiro Endo, veterano de Vietnam y activista socialista) o los reivindicados Gauze. Y si, por si fuera poco, cada número del fanzine incrementaba esa apuesta por la cultura extrema y homicida al entrevistar a los forenses de Tokio o a los presos de un grupo de células terroristas, los Frentes Armados Anti-Japoneses, responsables de numerosos atentados y que habían declarado que todo aquel japonés que no se levantase en armas contra su gobierno y las multinacionales era culpable y merecía ser atacado por los revolucionarios.
En 1985, solamente ese año, vieron la luz tres números, el último de los cuales ya venía parcialmente traducido al inglés gracias a la colaboración de John Duncan, quien aseguró años más tarde haber presenciado como Sakevi, en el metro de Tokio, golpeaba e intentaba quemar con un spray de laca y un encendedor a un hombre con aspecto de ejecutivo que, al parecer, lo había mirado mal.
La leyenda de Sakevi sigue creciendo año tras año. En internet pueden verse videos en directo, generalmente con muy mala calidad, que a pesar de todo muestran la cara más cruenta y despiadada de este. Hay momentos en los que, tras salir generalmente encapuchado (evita en todo momento mostrar su rostro) y con un cinturón de balas, utiliza un lanzallamas, bengalas, o incluso hay rumores que hablan de disparos en una sala. Sus propios fans han salido asustados, superados ante lo imprevisible de sus reacciones, llegando a agredir a alguno, cortante y excesivo, peligroso. Su carrera cinematográfica, que algún avispado productor pensó que sería fructífera, terminó abruptamente en 1987, con su única aparición en Robinsons Garden, una infumable película, donde hace de sí mismo y ataca a un pacífico rastafari que enseña espiritualidad a unos niños a los que regaña y persigue.