El legado nazi de Nietzsche llega hasta Paraguay
/Nietzsche languidecía poco a poco mientras perdía la razón. Su hermana, una feroz antisemita llamada Elisabeth Nietzsche, que nunca había valorado la obra de este, no dudó en sacar provecho de la fama del filósofo. Ambos jamás se habían llevado bien. Nietzsche conocía el poco aprecio que recibía de su hermana, despreciaba su declarado antisemitismo, y esta, a su vez, tomaba a este como a un hombre delirante. Poco antes Elisabeth había contraído matrimonio con Bernard Förster, racista declarado y furibundo nacionalista alemán para quien los Protocolos de Sión eran su Biblia.
Elisabeth sabía que le quedaba poco tiempo a su hermano, que era incapaz de vislumbrar lo que sucedería a continuación. Cuando falleció, Elisabeth se hizo cargo de su archivo, administrando su obra y concediendo licencias editoriales para su publicación. Incluso alteró de forma precaria sus manuscritos, tachando frases e incluyendo otras, según le convenía, llegando a falsear cartas que Nietzsche enviase a su madre, cambiando el sentido de las frases en que este mostraba afecto por esta para ser ella la destinataria de los halagos y cariño.
«Ella, en realidad, fue la culpable de la conexión entre el nazismo y el nombre de Friedrich Nietzsche»
El volumen de los manuscritos entonces inéditos era descomunal, y contrató durante un tiempo al filósofo y fundador de la antroposofía Rudolf Steiner, que aunque no creía en las ideas espirituales de Nietzsche sentía una sana admiración por su obra, que conocía a la perfección. El delirio, en realidad, provenía de esta, que llegó a idear una especie de Nueva Atlántida, la Utopía de Tomás Moro pero en clave aria, declaradamente racista y precursora de los sueños de Hitler y los nazis.
Ella, en realidad, fue la culpable de la conexión entre el nazismo y el nombre de Friedrich Nietzsche. Con la llegada de Hitler al poder, Elisabeth no dudó en elogiar al nuevo Mesías, e invitó a este a visitar personalmente su ingente Archivo situado en Bayreuth.
Lo llamó Nueva Germania y se trataba de un pueblo en el distrito de San Pedro, Paraguay, a trescientos kilómetros de su capital, Asunción, que convirtió en su particular experimento racista. Fundada en 1886, mientras aún vivía el filósofo, intentaba demostrar al mundo la supuesta superioridad racial e intelectual de Alemania. Inicialmente fue levantada por catorce familias germanas, cuya selección habían supervisado Elisabeth y su marido, quienes pensaban que debían trasladarse lejos, muy lejos, para evitar así la «influencia» judía.
No fue lo que esperaba. Los integrantes de la colonia, desoyendo las palabras de sus fundadores, se mezclaron con las nativas y, en poco tiempo, comenzaron a nacer hijos escasamente arios. Tres años después de su fundación, su marido se suicidó y Elisabeth regresó a Alemania, dedicándose a cuidar y manipular el legado de su hermano. El sueño protonazi había terminado.
Actualmente, Nueva Germania, cuya población es de unos cinco mil habitantes, conserva algo de su pasado en forma de ciertas edificaciones, pero sus actuales habitantes hablan de aquellos tiempos entre la hilaridad y el humor. Casi todos hablan guaraní y se dedican a la agricultura, mayoritariamente el cultivo de yerba mate.