El enigma del oso polar alemán

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Al coleccionista francés Jean-Marie Donat le fascinó la naturalidad con la que los alemanes posaron junto a un oso polar durante la primera mitad del siglo XX. Tras varias décadas persiguiendo el rastro del animal por viejos álbumes de fotos, consiguió reunir más de diez mil instantáneas y reconstruir parte de su historia.


[Fotografías: Jean-Marie Donat ]

«Los osos polares no pueden llorar», cantaron Gräuzone en los años ochenta, y puede que por eso los osos polares alemanes resulten tan fotogénicos. No por casualidad, su aspecto amistoso, de sonrisa amplia y ojos brillantes, nos recuerda a un peluche: el popular Teddybär, natural de la región de Baviera y bautizado en honor al presidente Theodore Roosvelt, quien rehusó disparar a un oso en una cacería preparada por sus ayudantes con fines promocionales. La patente del muñeco de felpa cruzó el Atlántico, pero el fenómeno de las fotografías se lo quedaron en casa. Es posible que tuviera que ver con la llegada de una pareja de osos polares al zoológico de Berlín a principios de los años veinte y las familias que acudieron en masa para sacarse la foto. En cualquier caso, el negocio resultó tan lucrativo para los retratistas que la moda se extendería por toda Alemania hasta bien entrados los años sesenta: vestidos de gala, de vacaciones en la costa, montando en motocicleta o bailando en una taberna.

Sin embargo, la historia oculta tras el disfraz de oso es más oscura lo que cabría esperar. Entre los más de treinta modelos diferentes catalogados por Donat, se encuentra el diseñado por Steiff, la juguetera propietaria de los derechos del Teddybär original, utilizado como mascota de Fanta, el refresco carbonatado inventado en Alemania para compensar la escasez de Coca-Cola tras el ataque a a Pearl Harbor. En 1922, el oso polar ya había aparecido por primera vez en una publicidad de Coca-Cola y la verdadera finalidad de la campaña no era otra que endulzar la vida cotidiana del pueblo alemán, fomentar un sentimiento de diversión y aparente normalidad que desviara su atención de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Basta con reparar en las insignias nazis de los uniformes de los soldados de la Wehrmacht o la esvástica que luce en el vestido la risueña jovencita que abraza al soso polar para que el eco de la canción resuene con mayor claridad: «ya no habría más lágrimas, todo sería más claro».