Fiesta de los maniquíes: los modelos de cera de Pierre Imans
/A comienzos del siglo XX, el artesano francés Pierre Imans produjo una serie de modelos de cera poco convencionales. Piezas únicas, vestidas a la última moda y diseñadas hasta el último detalle para ser lo más realistas posible. Tanto era así que su propio creador se negó a llamarlos maniquíes.
A diferencia de las ambiguas figuras sin rostro que decoraban los escaparates de las tiendas en toda Europa, las de Pierre Imans posaban maquilladas, realzaban sus ojos de vidrio con pestañas postizas y lucían pelucas de cabello humano. Adoptaron una personalidad propia, podías llamarles por sus nombres y sus sonrisas de porcelana rivalizaron con las de las celebridades del momento en los catálogos de moda; frente al tocador, en un crucero o en un salón de baile brindando por el año nuevo.
Su modelado elegante y realista las convirtió en el principal reclamo de la era del consumismo. Por un lado, cumplían a la perfección con su función de atraer a los clientes mostrándoles cómo les quedaría la ropa; por otro, sus rostros resultaban reconocibles, casi familiares, y brindaban una cierta sensación de comodidad. Aquellos maniquíes de cera, que el propio Imans había bautizado como Roberta, Elaine y Nadine, evitaron reproducir un ideal de belleza femenina perfecta: tenían el pecho plano, las caderas anchas, rostros de mediana edad y estaban disponibles en la talla 46.
En cierto sentido, los maniquíes nacieron de la necesidad de contemplar y preservar el cuerpo sin mediación de un ser humano. Pero si bien es verdad que la belleza está en el ojo de quien mira, la habilidad de Imans fue saber dirigir esa mirada, dotándoles de personalidad y vida propia para que no se vean todos iguales. Hombre y mujeres, todos fabricados en cera, pero algunos con más carne que otros, reflejando las diversidad corporal de la clientela que vestiría la ropa expuesta. Los maniquíes posaban estáticos, ofreciendo un adelanto del vestido antes de entrar a la tienda para contemplar el conjunto completo. Una vez dentro, rodeada de complementos, zapatos y collares de perlas, lo más probable es que salieras de ella con más de un artículo.
Hombre y mujeres, todos fabricados en cera, pero algunos con más carne que otros, reflejando las diversidad corporal de la clientela que vestiría la ropa expuesta
Puede que hoy en día cueste entender cómo un simple maniquí era capaz de surtir semejantes efectos. En 1886, Pierre Imans le disputó a y Siégel (más tarde Siégel Stockman) el liderazgo en la fabricación de maniquíes. Nacido en Holanda y formado en el estudio del escultor Ludovic Durand, uno de los principales modeladores del famoso Museo de Cera de París, el propio Imáns denigraba las figuras expuestas en Grévin por considerarlas «banales y grotescas». De hecho, se consideraba a sí mismo como «escultor y ceroplasticista» (statuaire céroplasticien), eliminando la palabra “maniquí” de su vocabulario promocional y presentando sus piezas como Les Cires de Pierre Imans (Las ceras de Pierre Imans).
Su reputación le valió el encargo de preservar el cuerpo incorrupto de Santa Bernadette de Lourdes en 1925. La piel que cubre las manos y el rostro de la mística y religiosa francesa canonizada por la Iglesia Católica en 1933 es fruto de la incorporación de nuevos materiales como el cérolaque y la carnasina, una mezcla de yeso y gelatina que contribuyó a que los maniquíes de Imans se volvieran más ligeros y resistentes. Los nuevos acabados contribuyeron a dotarlos de un estatus de lujo que les aseguraba un puesto destacado en los escaparates. Su fabricación exigía un ímpetu creativo a la altura de aquellas créations artistiques que se presentaron ante el público como «grandes obras maestras de la escultura moderna» capaces de imponerse a los esfuerzos de la competencia.