El hombre que quiso ser Godzilla
/El actor japonés Haruo Nakajima nunca disfrutó de la fama porque su papel más famoso le mantuvo oculto bajo el disfraz de un monstruo durante más de veinte años. Uno de los iconos más populares de la cultura japonesa del siglo XX, capaz de sembrar el caos y de salvar el mundo.
Desde hace una semana, Haruo Nakajima acude puntual a su cita en el zoológico del parque Ueno de Tokio. Se detiene ante las jaulas de las fieras para observar atentamente a los elefantes y los gorilas, analiza al detalle sus movimientos y los anota en su pequeño cuaderno. Al finalizar la jornada, se dispone a almorzar junto al recinto de los osos, aprovechando el menor descuido de los guardas para arrojarles comida y así contemplar cómo los animales se la disputan hasta hacerla trizas. Forma parte de su trabajo como actor del método. Haruo se formó a las órdenes de Akira Kurosawa en Los siete samuráis (1954) y está preparándose para interpretar su primer papel como protagonista: el de un gigantesco lagarto mutante surgido de las profundidades del océano Pacífico que siembra la destrucción en Japón.
Haruo había coincidido con el director Ishiro Honda el año anterior, en el rodaje de una película bélica en la que, por exigencias del guion, Haruo saltó al vacío desde un avión en llamas. «Esta historia también requiere de tus agallas», le dijo. Su guionista Tomoyuki Tanaka se inspiró en la noticia real sobre un pesquero japonés que sufrió las consecuencias de la radiación tras la explosión una bomba de hidrógeno del ejército estadounidense en el atolón de Bikini. Aún no tiene título definitivo, pero cuando llegue a estrenarse en España lo hará como Japón bajo el terror del monstruo (1954).
Haruo se formó con Akira Kurosawa antes de interpretar su primer papel como protagonista: un gigantesco lagarto mutante surgido de las profundidades del océano Pacífico que siembra la destrucción en Japón
En realidad, el monstruo en sí es una metáfora andante. Le apodan Gojira, una combinación entre las palabras japonesas para gorila (gorira) y ballena (kujira), en honor a un empleado de los estudios Toho especialmente malencarado y corpulento. En la prueba de vestuario, Haruo intenta meterse en la piel de un personaje que tampoco se mueve como un oso, y menos aún como un elefante. La clave es arrastrar los pies imitando a los luchadores de sumo, piensa. Pero al cerrar la abertura del traje, disimulada por las placas dorsales que recorrían la columna vertebral de la criatura, siente como si llevara puesta una camisa de fuerza. Apenas consigue respirar y nota que se le entumecen los miembros. Intenta girar la cabeza de un lado a otro, sin demasiado éxito. La falta de visión panorámica y la poca holgura en las articulaciones reduce la movilidad y agudiza la sensación de claustrofobia. Como resulta difícil encontrar caucho o látex en plena posguerra, han fabricado el disfraz con tela y hormigón premezclado que pesará unos cien kilos. En su interior se respira un calor absolutamente sofocante, multiplicado por diez bajo los potentes focos del estudio. Suda profusamente y se desmaya varias veces durante las maratonianas sesiones de filmación.
Más que un monstruo, Godzilla es una metáfora andante
Lo peor es acostumbrarse a la soledad que experimenta dentro del traje, aislado del resto del equipo y sin apenas poder comunicarse, pero al menos le ayuda a la hora de concentrarse en dotar de una cualidad distintiva a los movimientos del personaje.. Algo esencial cuando las dimensiones del mundo se reducen a escala 1:25, o incluso más, con tal de resaltar el protagonismo del monstruo. Las maquetas que se muestran en primer término son más grandes para crear una perspectiva forzada respecto a las miniaturas que se alinean en el horizonte. Sus estructuras son premeditadamente frágiles, a base de finas tablillas de madera reforzadas con una mezcla que desprende pequeñas partículas de tiza blanca al astillarse, ideales para ser fotografiadas en blanco y negro. Los edificios que esperan a ser incendiados por el aliento radioactivo de Godzilla albergan en su interior pequeñas cargas explosivas y son rociados con gasolina para facilitar su combustión.
Lo peor es acostumbrarse a la soledad que experimenta dentro del traje, aislado del resto del equipo y sin apenas poder comunicarse
Ante sus ojos se extiende un escenario abonado a la catástrofe. Alguien vierte yeso sobre una capa de serrín para que, en pantalla, el asfalto de las calles de Tokio se hunda bajo sus pisadas. Es inevitable evocar el trauma de Hiroshima y Nagasaki. El propio Honda combatió en la II Guerra Mundial y cuando las bombas atómicas cayeron sobre las dos ciudades él estaba prisionero en China. Siete meses después, de regreso a su hogar, pudo ver con sus propios ojos el paisaje devastado que años más tarde pretendió emular.
En 2016, Nacho Vigalondo venció a sus propios demonios en Colossal, proyectando las frustraciones, toxicidades y sentimientos autodestructivos del personaje interpretado por Anne Hathaway a través del kaiju-eiga. Y pese a que los directores siempre trataron a Haruo Nakajima como si fuera un títere, su legado alcanza a Doug Jones, Javier Botet y Andy Serkin, capaces como él de infundir emociones a lo que de otro modo sería simplemente un espectro digital o un muñeco de látex.