Homocult, el arte de la provocación "anarco-queer"
/Surgido en plena explosión del “queercore”, el colectivo de artistas anticapitalistas británico enfureció por igual al “lobby” gay y al gobierno de Margaret Thatcher durante los años 90.
Homocult nació como colectivo artístico en 1992 en Hulme, (Manchester), en una época en la que los derechos de los homosexuales seguían férreamente monitorizados por el estado, y con el infame Artículo 28 aún en vigor. Desde el gobierno de Margaret Thatcher se instaba a las autoridades locales a «no promocionar intencionadamente la homosexualidad o publicar material que pudiera ser susceptible de ello» para mantenerlo al margen del debate público. Con ello pretendían ocultar la realidad bajo la alfombra y combatir el «adoctrinamiento gay» en las escuelas, sentando un precedente a las políticas homófobas que, de un tiempo a esta parte, han arraigado en Europa.
Por si fuera poco, desde el establishment se pretendía homogenizar al colectivo LGTBQ en términos de mercadotecnia, asumiendo que pensaban, vestían y se comportaban de la misma manera, escuchaban la misma música o tenían los mismos ingresos. «Cuando la libertad está prohibida, solo los forajidos son libres», proclamaron con euforia los activistas. En un país donde se fiscalizaba la diversidad sexual y cualquier tipo de pensamiento que discurriera en sentido opuesto a la corriente cisgénero quedaba relegado a los márgenes del sistema. Desde la trinchera del underground, Homocult abanderaron la provocación como herramienta de cambio y la disidencia como la única forma legítima de acción directa.
Desafiantemente queer, cuando lo queer no estaba de moda ni resultaba aceptable para la sociedad educada y “bienpensante”, Homocult se propuso provocar y burlarse no solo del mundo heterosexual y la flagrante homofobia de la prensa, sino también de los remilgados activistas del Movimiento Gay, cada vez más estandarizado y conformista. Sus acciones artísticas constataban la existencia de una ideología alternativa, verdaderamente comprometida y política, que no temía confrontar y desmontar los clichés de una (aparente) liberación sexual que venía impuesta por y para los de arriba. Se trataba de reivindicar la sexualidad de la clase trabajadora en su expresión más cruda y auténtica, lejos de los postulados neoliberales que buscaban convertir lo queer un producto comercial que la gente adinerada podía apropiarse como signo de rebelión. En uno de sus primeros manifiestos, Homocult se pronunciaba al respecto: «Ellos (la izquierda) han hecho de la conciencia de clase una minoría mezquina y autocomplaciente, que se rige por una vara de medir con la que golpear a quienes nos desviamos del rebaño, utilizando un lenguaje políticamente correcto diseñado para mantenernos en un lugar que nos es ajeno».
Desde la trinchera del “underground”, Homocult abanderaron la provocación como herramienta de cambio y la disidencia como la única forma legítima de acción directa
Sirviéndose de la estética punk del do it yourself y las técnicas del collage, reorientaron la lucha de clases hacia una agenda política abiertamente anticapitalista y sexualmente revolucionaria. A menudo se les ha comparado con grupos contemporáneos de acción directa como Outrage!, pero en realidad su mensaje era mucho más incómodo y provocador de cara a las élites. Cada cartel diseñado por Homocult resultaba más escandaloso que el anterior porque, en realidad, estaban atacando tanto al nuevo establishment gay como al heterosexual. En palabras del pionero del queercore y cineasta Bruce LaBruce, parte del colectivo parecía luchar por «su derecho a volverse tan insulsos y aburridos como la comunidad heterosexual (…) Era como si los oprimidos quisieran desempeñar el rol del opresor». Como no podía ser de otro modo, el desdén que Homocult sentían hacía la homosexualidad «responsable y respetable» les generó conflictos con la mayoría de las organizaciones LGTBQ de la época.
Gay Times los tildó de homófobos; The Pink Paper les acusó de racistas y sexistas, y librerías supuestamente radicales (como Frontline Books de Manchester) retiraron de la venta la primera publicación del colectivo, Queer With Class. Incluso la organización del Día del Orgullo Gay de Londres se vio obligada a pedir disculpas a Europride en 1992, debido a un póster diseñado por Homocult en el que una niña de las Juventudes Hitlerianas recaudaba fondos para el evento mostrando su logo bajo el símbolo de la esvástica. Una sátira a costa del concepto del Día del Orgullo Europeo y el ascenso del nacionalismo y el fascismo en el Viejo Continente que fue interpretado como un ataque literal al Orgullo Gay por quienes así eligieron creerlo. Un sector mayoritario (e instrumentalizado) de la opinión pública obvió la carga de denuncia simbólica del cartel, negándose a aceptarlo como una denuncia al cambio de rumbo de una organización cada vez más corporativista y las implicaciones de una ideología identitaria basada en ser más papistas que el Papa, con todo lo malo que eso conlleva. Es por eso que, treinta años después, la obra de Homocult se nos antoja hoy más necesaria que nunca.