Jazz y vandalismo o cómo los beatniks intentaron destruir Inglaterra
/Un periodista, situado al pie del escenario, no podía dar crédito a lo que presenciaba: «¡Queremos cerveza gratis para la clase trabajadora!», gritaba un chaval que intentaba por la fuerza subirse al escenario. Todos estaban espantados y, el primero, su promotor, Lord Montagu (en realidad, Edward John Barrington Douglas-Scott-Montagu, tercer barón de la dinastía Montagu y una de las figuras más importantes de la aristocracia británica). Su protagonismo en los hechos fue evidente.
La prensa desató sus encarnizadas críticas al festival por la homosexualidad de Montagu, un secreto a voces que exasperaba a muchos en un país en el que aún por aquellos años ser gay era un delito. Montagu, que había sido encarcelado en 1954 por su declarada homosexualidad, también era un apasionado fan del jazz, el 30 de julio de 1960 organizó en sus tierras la cuarta edición del festival de Beaulieu como una celebración a esa cultura que tanto amaba y donde conoció a los más grandes músicos de la era.
Pero volvamos al periodista (Stuart Nicholson) que, horrorizado, contempla el comienzo de la hecatombe. Hay gente por todos lados, subidos a los laterales del escenario y a los árboles, incluso están encaramados a una noria de un pequeño parque de atracciones justo al lado. Se respira el caos, o la inminencia de algo grande. Este fue el inicio de lo que se conocería como «la batalla de Beaulieu». Por entonces, Inglaterra vivía inmersa en las protestas antibélicas y pacifistas. Bertrand Russell lideraba las multitudinarias marchas del CND y el Comité de los 100, y los polis ingleses aún ni tan siquiera iban armados. El público, cuando empezó a hacer su aparición en Beaulieu, fue fotografiado y criminalizado por la prensa: a sus ojos eran sucios, antisociales, locos. El sexo, aseguraban, lo dominaba todo. Eran los herederos de los angry young men y los beatniks ingleses, amantes del jazz y el folk, la música de la protesta y la bohemia. Hasta entonces, los disturbios en los conciertos de pop habían sido instigados por los teddy boys, la auténtica subcultura de clase trabajadora surgida en el país y que aterrorizó a casi todo el mundo. El jazz, en su aspecto más salvaje, había permanecido al margen. Este fue el caso del estreno de Rock around the clock en Londres, cuando cientos de teds habían destrozado el cine en el que se estrenó, pero poco más.
Melody Marker, que cubrió el evento, describió a aquellos fans como una «turba» de chicos y chicas de clase trabajadora que habían llegado mayoritariamente de Portsmouth y Southampton, entre otros lugares, y que inmediatamente se habían tumbado en la hierba, fumado marihuana y practicado escenas sexuales de alto voltaje.
Todos los medios, casi sin excepción, se unieron en denigrarlos como una pandilla embrutecida, sobre todo cuando comenzaron a invadir el escenario, destrozando el equipo y las butacas ante la atónita mirada del barón promotor, que corrió a subirse al escenario e intentar en vano calmar los ánimos, y de la poca dotación policial. El saldo: 39 detenidos y todo destruido. Beaulieu se había ido de las manos y Montagu, para delicia de derechistas y homófobos, tuvo que desfilar ante el juez acusado de promover los desórdenes.
No fue el último año que se celebró el festival. Hubo otra edición en 1961, tras la primera que había tenido lugar en 1956, pero Montagu, temeroso de que se reprodujeran los incidentes y obligado por el celo de las autoridades, tuvo que contratar a todo un ejército de seguridad que encareció el festival y lo hizo económicamente inviable.
A partir de entonces, el horror tuvo un nombre: beatniks. Por eso, un poco más tarde, el 4 de agosto, el periódico The People publicó un reportaje a doble página titulado «Blame these 4 men for the beatnik horror», anticipando en casi una década otro horror al que relacionaron con el pop: Charles Manson y los crímenes cometidos por La Familia y sus vínculos con algunos miembros de los The Beach Boys y las letras de The Beatles.
La asociación era, según el periodista Peter Forbes, evidente. La cultura beatnik alentaba el sexo desenfrenado y los desórdenes. Como líder de los alborotadores, William S. Burroughs y el resto. En el artículo todos tenían apodos: Jack «The Hobo’s Prophet» Kerouac; Allen «The Hate Merchant» Ginsberg; William «The Ex-Drug Addict» Burroughs y Gregory «The Crank Poet» Corso.
Las autoridades, para intentar detener a la nueva cultura juvenil, financiaron documentales en los que se mostraba lo que, según esta, debía ser la juventud (limpia y ordenada, amante del ballet y la música sofisticada), y, por supuesto, lo que jamás se permitiría, como en esta pieza increíble titulada Youth Has a Fling, producida en 1961 y destinada al consumo televisivo, en la que vemos un desfile de rostros grotescos (beatniks) y, seguidamente, las «delicias» del correcto ballet.