El trío escalofriante y la Plaza de Pedro Zerolo
/Ante la petición de VOX de quitar el nombre de la Plaza Pedro Zerolo para devolverle el de Vázquez de Mella, Alana Portero nos recuerda a quienes desafiaron el sistema y lucharon por los derechos LGTB: «Cuando Pedro murió se transformó inmediatamente en genealogía. En historia. En nuestra historia como colectivo y en historia por la lucha de los derechos humanos»
POR ALANA PORTERO
Una de las muchas definiciones de posmodernidad viene a describirla como la era del fin de los grandes relatos y la puesta en valor de las individualidades por encima de las grandes historias colectivas. No acabo de estar de acuerdo con tal afirmación —usada a menudo como arma arrojadiza contra todo lo que no sea mente colmena— pero puedo entenderla y aprovecharla para recordar y defender hoy la memoria de Pedro Zerolo.
Durante la posmodernidad han tenido lugar grandiosos relatos colectivos protagonizados por quienes han y hemos habitado los márgenes de toda realidad material y política. El ejemplo perfecto, trágico, épico e hiperpolítico de tales relatos en el corazón de la posmodernidad lo constituyen, por ejemplo y entre otras, las luchas LGTB durante los años del SIDA.
UNA MUERTE QUE SE CONVIRTIÓ EN GENEALOGÍA
«Durante la posmodernidad han tenido lugar grandiosos relatos colectivos protagonizados por quienes han y hemos habitado los márgenes de toda realidad material y política»
A ningún bloque político más o menos hegemónico, a ninguno de los grandes relatos clásicos le hacía gracia marchar junto a cadáveres andantes de maricas, trans, putas y yonquis; ni escuchar la ferocidad de lesbianas y mujeres bisexuales —algo menos expuestas a la masacre— que bramaban justicia cada vez más solas mientras enterraban a sus amigos, amigas y compañeros de militancia.
Pero ahí estaban. Desafiando un sistema total de exterminio y poniendo el cuerpo como bestias hasta que acabaron conquistando apoyo institucional demasiados muertos más tarde.
«Una, adolescente en aquellos noventa, aterrada por el futuro que auguraba una muerte por neumonía o por apuñalamiento en una cuneta, recuerda la sonrisa y desenvoltura de Pedro Zerolo, de Carla Antonelli, de Mili Hernández […], de Jesús Generelo, de un puñado de activistas que significaban futuro y esperanza»
Después llegaron las adhesiones políticas, una vez comprobada la profilaxis ideológica los apoyos se multiplicaron y a mediados y finales de los noventa no había político que no buscase foto con algún portador de sarcomas visibles o que se dejase caer por alguna vigilia para encender una velilla delante de las cámaras.
De toda aquella época es nuestro Pedro Zerolo. Pertenece a nuestro panteón LGTB por derecho. Una, adolescente en aquellos noventa, aterrada por el futuro que auguraba una muerte por neumonía o por apuñalamiento en una cuneta, recuerda la sonrisa y desenvoltura de Pedro Zerolo, de Carla Antonelli, de Mili Hernández —algo menos sonriente pero poniendo en fila y más derechos que una vela a contertulios en televisión—, de Jesús Generelo, de un puñado de activistas que significaban futuro y esperanza. Dos palabras arrancadas del vocabulario de la infancia y la adolescencia LGTB que todavía no hemos conseguido devolver.
Han pasado algunas décadas y hoy soy una mujer trans de cuarenta y un años. He llegado hasta aquí en un giro de los acontecimientos que no acabo de creerme. El presente es duro, marcado por la pobreza y la exclusión, pero es un presente más de veinte años después. Años en los que tuve la ocasión de conocer a Pedro, cliente habitual de las librerías en las que he trabajado, dirigente de asociaciones a las que he pertenecido y, si no llegamos a ser amigos, creo que acabamos siendo conocidos que se tienen aprecio sincero. Cuando Pedro murió se transformó inmediatamente en genealogía. En historia. En nuestra historia como colectivo y en historia por la lucha de los derechos humanos.
LA APARICIÓN DEL ESCALOFRIANTE TRIO
Hace pocos días, un trío escalofriante de políticos de VOX con Espinosa de los Monteros a la cabeza, entre otras enmiendas y desafíos a la ley de memoria histórica, planteaban la posibilidad de quitar el nombre a la Plaza de Pedro Zerolo y devolverle su antigua denominación, la de Vázquez de Mella, una luminaria decimonónica carlista, antisemita, conspiranoica y con una pinta de osa peiná que partiría corazones en la calle Pelayo.
«Proteger nuestra memoria, exigir restitución y exponer a nuestros verdugos como lo que fueron y siguen siendo es la única medida para cerrarlas»
Los diputados Robles, Figaredo y Espinosa de los Monteros, sondean, es el papel que de momento tiene la ultraderecha en las instituciones. El consistorio y la comunidad actuarán en consecuencia a ese sondeo. Las ideas ya están ahí y se pronuncian desde las instituciones, eso ya lo hemos perdido. Ideas que se autodenominan herederas de un pasado nacional glorioso. Ideas de demolición, humillación y negación del otro. Ideas de aplastamiento, estamentarias, de memoria impositiva, ideas que, llegado el momento, se transformarán en actos sin que le tiemble el pulso a quien tenga la opción y pueda aplicarlas.
Tres tipos que parecían una caricatura de sí mismos, hipérboles del varón de derechas de asador, raya en el baño, putiferio y misa de doce, nombraban a Pedro Zerolo y nos pisaban lo fregado mirándonos por encima del hombro, con la seguridad que da saberse herederos de quienes asesinaron a medio país para quedárselo entero. Con la chulería de quien empuña el arma sobre el que empuña la pala.
Nuestras heridas de clase, nuestras heridas políticas, nuestras heridas culturales y nuestras heridas identitarias están aún por cerrarse. Siguen sangrando como cuando fueron inflingidas. Proteger nuestra memoria, exigir restitución y exponer a nuestros verdugos como lo que fueron y siguen siendo es la única medida para cerrarlas. No vamos a dejar de sangrar bajo los términos del enemigo. No vamos a dar más pasos atrás. Por Pedro y por tantos y tantas que nos enseñaron a levantar la barbilla, mirar a los ojos al diablo y sonreírle.