El trío escalofriante y la Plaza de Pedro Zerolo


Ante la petición de VOX de quitar el nombre de la Plaza Pedro Zerolo para devolverle el de Vázquez de Mella, Alana Portero nos recuerda a quienes desafiaron el sistema y lucharon por los derechos LGTB: «Cuando Pedro murió se transformó inmediatamente en genealogía. En historia. En nuestra historia como colectivo y en historia por la lucha de los derechos humanos»

                               POR ALANA PORTERO


Una de las muchas definiciones de posmodernidad viene a describirla como la era del fin de los grandes relatos y la puesta en valor de las individualidades por encima de las grandes historias colectivas. No acabo de estar de acuerdo con tal afirmación —usada a menudo como arma arrojadiza contra todo lo que no sea mente colmena— pero puedo entenderla y aprovecharla para recordar y defender hoy la memoria de Pedro Zerolo.

Durante la posmodernidad han tenido lugar grandiosos relatos colectivos protagonizados por quienes han y hemos habitado los márgenes de toda realidad material y política. El ejemplo perfecto, trágico, épico e hiperpolítico de tales relatos en el corazón de la posmodernidad lo constituyen, por ejemplo y entre otras, las luchas LGTB durante los años del SIDA.

Zerolo y su marido en abril del 2014. ATLAS / EFE

Zerolo y su marido en abril del 2014. ATLAS / EFE

UNA MUERTE QUE SE CONVIRTIÓ EN GENEALOGÍA

«Durante la posmodernidad han tenido lugar grandiosos relatos colectivos protagonizados por quienes han y hemos habitado los márgenes de toda realidad material y política»

A ningún bloque político más o menos hegemónico, a ninguno de los grandes relatos clásicos le hacía gracia marchar junto a cadáveres andantes de maricas, trans, putas y yonquis; ni escuchar la ferocidad de lesbianas y mujeres bisexuales —algo menos expuestas a la masacre— que bramaban justicia cada vez más solas mientras enterraban a sus amigos, amigas y compañeros de militancia.
Pero ahí estaban. Desafiando un sistema total de exterminio y poniendo el cuerpo como bestias hasta que acabaron conquistando apoyo institucional demasiados muertos más tarde.

Inauguración de la plaza de Pedro Zerolo. EFE

Inauguración de la plaza de Pedro Zerolo. EFE

«Una, adolescente en aquellos noventa, aterrada por el futuro que auguraba una muerte por neumonía o por apuñalamiento en una cuneta, recuerda la sonrisa y desenvoltura de Pedro Zerolo, de Carla Antonelli, de Mili Hernández […], de Jesús Generelo, de un puñado de activistas que significaban futuro y esperanza»

Después llegaron las adhesiones políticas, una vez comprobada la profilaxis ideológica los apoyos se multiplicaron y a mediados y finales de los noventa no había político que no buscase foto con algún portador de sarcomas visibles o que se dejase caer por alguna vigilia para encender una velilla delante de las cámaras.

De toda aquella época es nuestro Pedro Zerolo. Pertenece a nuestro panteón LGTB por derecho. Una, adolescente en aquellos noventa, aterrada por el futuro que auguraba una muerte por neumonía o por apuñalamiento en una cuneta, recuerda la sonrisa y desenvoltura de Pedro Zerolo, de Carla Antonelli, de Mili Hernández —algo menos sonriente pero poniendo en fila y más derechos que una vela a contertulios en televisión—, de Jesús Generelo, de un puñado de activistas que significaban futuro y esperanza. Dos palabras arrancadas del vocabulario de la infancia y la adolescencia LGTB que todavía no hemos conseguido devolver.

Han pasado algunas décadas y hoy soy una mujer trans de cuarenta y un años. He llegado hasta aquí en un giro de los acontecimientos que no acabo de creerme. El presente es duro, marcado por la pobreza y la exclusión, pero es un presente más de veinte años después. Años en los que tuve la ocasión de conocer a Pedro, cliente habitual de las librerías en las que he trabajado, dirigente de asociaciones a las que he pertenecido y, si no llegamos a ser amigos, creo que acabamos siendo conocidos que se tienen aprecio sincero. Cuando Pedro murió se transformó inmediatamente en genealogía. En historia. En nuestra historia como colectivo y en historia por la lucha de los derechos humanos.


LA APARICIÓN DEL ESCALOFRIANTE TRIO

Hace pocos días, un trío escalofriante de políticos de VOX con Espinosa de los Monteros a la cabeza, entre otras enmiendas y desafíos a la ley de memoria histórica, planteaban la posibilidad de quitar el nombre a la Plaza de Pedro Zerolo y devolverle su antigua denominación, la de Vázquez de Mella, una luminaria decimonónica carlista, antisemita, conspiranoica y con una pinta de osa peiná que partiría corazones en la calle Pelayo.

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Dos instantes del "escalofriante trío". Representantes de VOX en la rueda de prensa y posterior presentación de la proposición para la retirada del cambio de nombre de la plaza. Fotografía: El Plural

Dos instantes del "escalofriante trío". Representantes de VOX en la rueda de prensa y posterior presentación de la proposición para la retirada del cambio de nombre de la plaza. Fotografía: El Plural

«Proteger nuestra memoria, exigir restitución y exponer a nuestros verdugos como lo que fueron y siguen siendo es la única medida para cerrarlas»

Los diputados Robles, Figaredo y Espinosa de los Monteros, sondean, es el papel que de momento tiene la ultraderecha en las instituciones. El consistorio y la comunidad actuarán en consecuencia a ese sondeo. Las ideas ya están ahí y se pronuncian desde las instituciones, eso ya lo hemos perdido. Ideas que se autodenominan herederas de un pasado nacional glorioso. Ideas de demolición, humillación y negación del otro. Ideas de aplastamiento, estamentarias, de memoria impositiva, ideas que, llegado el momento, se transformarán en actos sin que le tiemble el pulso a quien tenga la opción y pueda aplicarlas.

Tres tipos que parecían una caricatura de sí mismos, hipérboles del varón de derechas de asador, raya en el baño, putiferio y misa de doce, nombraban a Pedro Zerolo y nos pisaban lo fregado mirándonos por encima del hombro, con la seguridad que da saberse herederos de quienes asesinaron a medio país para quedárselo entero. Con la chulería de quien empuña el arma sobre el que empuña la pala.

Nuestras heridas de clase, nuestras heridas políticas, nuestras heridas culturales y nuestras heridas identitarias están aún por cerrarse. Siguen sangrando como cuando fueron inflingidas. Proteger nuestra memoria, exigir restitución y exponer a nuestros verdugos como lo que fueron y siguen siendo es la única medida para cerrarlas. No vamos a dejar de sangrar bajo los términos del enemigo. No vamos a dar más pasos atrás. Por Pedro y por tantos y tantas que nos enseñaron a levantar la barbilla, mirar a los ojos al diablo y sonreírle.


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