¡Píntalo de negro, Malévich!
/Descrito en 1915 como «el primer paso de la creación pura en el arte», el Cuadrado negro de Kazimir Malévich supuso una ruptura total con todo lo que vino antes. Sin embargo, siglos atrás, ya existían presagios de la abstracción radical del suprematismo soviético relacionados con el duelo, el humor, la política y la filosofía.
En su eterna búsqueda de la supremacía de la nada y la representación del universo sin objetos, Kazimir Malévich alumbró una de las pinturas más extraordinarias de la Historia del Arte. Por un lado, pretendía ser la obra definitiva que alcanzase los límites expresivos de la pintura bañándola en una luz negra y opaca, casi incognoscible, como una extensión inabarcable del color más oscuro que ofrecía la máxima experiencia visual posible. No había obra de arte que no estuviera implícitamente presente en su Cuadrado Negro (1915), devorada y anulada por el abismo definitivo. Amparándose en su Manifiesto suprematista (1924), el pintor de origen ucraniano-polaco consumó el proceso iniciado por los impresionistas hacia 1870: el desmantelamiento visual de la pintura. Tras siglos de representación naturalista, los artistas comenzaron a interesarse por el lenguaje del arte en sí mismo, y lo redujeron a sus elementos esenciales: colores y formas.
La irrupción del arte abstracto inspiró a Malévich a dar un paso más allá y afirmar que el «arte puro» no solo debería estar exento de ataduras figurativas para alcanzar su efecto expresivo, sino que la creatividad ya no necesitaba el arte para manifestarse: la conciencia del artista volaría por fin libre. En ese sentido, su Cuadrado negro adquiere las dimensiones de un objeto icónico y mágico, destinado a impulsar a los espectadores más allá de sí mismos.
Para entenderlo mejor, debemos remontarnos a Utriusque Cosmi (1617), el cuadrado negro con el que el astrólogo y médico Robert Fludd representó el universo antes de que se creara el mundo. O a la página “de luto” que Laurence Sterne dedicó a la muerte de uno de los personajes de Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy (1759). De hecho, la veta subversiva que alienta la narración de Sterne rebasa los límites de cualquier experiencia previa y supone un precedente directo al vanguardista gesto de Malévich. Las "páginas de luto” afloraron en los libros desde el siglo XV en señal de duelo místico y exacerbado como, por ejemplo, el Devocionario que alberga la Biblioteca Británica y que incluye varias páginas negras pintadas a mano, conmemorando la crucifixión y muerte de Cristo. Para completar el efecto, una red de cuentas rojas, que representan las gotas de sangre que cayeron de sus heridas, se distribuye de manera uniforme sobre cada página. La misma negrura, que concentra la angustia piadosa del pintor ante el sufrimiento de Cristo, se perpetuaría en un contexto secular en el siglo XVII: los libros de elegías, que compadecían la muerte de los nobles y personalidades eminentes, disponían de varias páginas, una frente a cada página de texto, en las que no se imprimía nada más que un rectángulo negro.
El Cuadrado negro de Malévich adquiere las dimensiones de un objeto icónico y mágico, destinado a impulsar a los espectadores más allá de sí mismos
Si Malevich anunció la «muerte del arte» con su pintura, otro cuadrado negro acabaría presidiendo su propio lecho de muerte en 1935. La ironía parece un préstamo de la sátira de Sterne, y no parece descabellado que así sea: a principios de los años 20, el crítico literario Viktor Shklovsky la consideró como un precedente para parte de la poesía fonética que se estaba escribiendo en Rusia cuando Malévich trabajaba en su Cuadrado Negro. Los poetas futuristas Velimir Khlebnikov y Aleksei Kruchenykh la bautizaron como Zaum, formada por el prefijo ruso за «más allá, detrás» y el sustantivo ум «mente», y que puede traducirse como «transrazón».
A imagen y semejanza de los innovaciones tipográficas de la novela de Sterne, la obra primeriza de Malévich incorporaba fragmentos de imágenes y palabras recortadas. De hecho, los análisis con rayos X del lienzo revelaron los vestigios parcialmente descifrables de una inscripción en el borde de Cuadrado Negro, que parece vincularlo con otra página negra. La expresión «batalla de negros» podría inspirarse en un panfleto satírico de Alphonse Allais publicado en París en 1897, bajo el título Album Primo-Avrilesque, coincidiendo con el Día de los Inocentes. Constaba de siete páginas monocromáticas, en siete colores diferentes, cuyos títulos permitían dilucidar que los objetos representados en primer plano son (supuestamente) del mismo color que el fondo y, por lo tanto, no pueden distinguirse. Un brochazo carmesí bastaría para retratar a Cardenales apopléjicos cosechando tomates en la orilla del Mar Rojo (Un efecto de la aurora boreal) y otro negro para Negros peleando en una sótano, de noche. El chiste de Allais provenía en realidad de otra pintura completamente negra de Paul Bilhaud de 1882 para el Salon des Incohérents, y que tenía un título similar.
En 1911, el colega de Malévich, Mikhail Larionov, organizó una exposición en torno a un cartel de tinta negra con manchas blancas titulado Una batalla de negros en la noche. En cualquier caso, el tratamiento racial socava el tono lúdico de Bilhaud y Allais: sin iluminación, los cuerpos negros resultan indistinguibles de la oscuridad y la violencia. Aunque no está claro cómo llegó la inscripción al cuadro de Malévich, ni si él fue el responsable de su escritura o borrado, refleja hasta qué punto su obra estaba impregnada de provocación y complejidad.
Al año siguiente, en 1912, el arquitecto y escritor estadounidense Claude Bragdon comparó la consciencia humana con la forma en que un plano bidimensional registraría un cubo tridimensional que lo atraviesa: una secuencia de formas, en lugar de algo sólido. En su naturaleza esencial, conjeturó Bragdon, los seres humanos somos como los cubos, pero en el plano existencial, solo llegamos a experimentarnos a nosotros mismos como una serie de secciones transversales. Si transitáramos por el plano existencial de manera perpendicular, con consistencia y rectitud, seríamos percibidos como simples cuadrados; pero al recorrerlo de forma semialeatoria y oblicua, somos la suma de una secuencia errática de formas irregulares.
Si Malévich anunció la «muerte del arte» con su pintura, otro cuadrado negro acabaría presidiendo su propio lecho de muerte
Desde esa perspectiva geométrica y metafísica, el Cuadrado Negro Black Square no se conforma con ser un superficie bidimensional, paralela a una sola pared, sino que se proyecta hacia afuera y en todas direcciones. A juzgar por la forma en que se exhibió por primera vez en 1915, en la esquina de la habitación (como un icono ruso) y lo más alto posible, el cuadro adquiría tres dimensiones, abrazando la habitación como un espacio cúbico. Pero, aunque se tratara ante todo una pintura metafísica, Malevich esperaba que tuviera resonancia política. Su asociación del signo con el anarquismo a través del grupo La Bandera Negra y que el propio Malévich lo usara como un estandarte para su causa, así lo confirman.
Malevich esperaba que tuviera resonancia política. Su asociación del signo con el anarquismo a través del grupo La Bandera Negra y que el propio Malévich lo usara como un estandarte para su causa, así lo confirman.
En L'Histoire de la Sainte Russie (1854) de Gustave Doré, «los orígenes de Rusia se pierden en la oscuridad de la antigüedad» que se confunde con una mancha negra. El pintor puedo haber estado de acuerdo con estas palabras, pero no con la interpretación que Doré hizo de ellas. Para Malévich, los oscuros orígenes de Rusia fueron naturales, puros y enérgicos, ajenos a las pretensiones occidentales de civilización; para Doré, en cambio, representaban la barbarie y la falta de cultura del país. Al fin y al cabo, conviene recordar que el libro fue escrito por un francés durante la Guerra de Crimea (1853-1856), que enfrentó a Rusia contra Francia, Gran Bretaña y el Imperio Otomano, por lo que el tono condescendiente y burlón no debería sorprendernos.
Si bien todos estos contextos pueden arrojar luz sobre una gran pintura, siguen sin explicar el verdadero fin para el que esta fue concebida. Porque su significado puede ser trágico y absurdo; también desconcertante o divertido y, sin duda, metafísico. Pero, ante todo, visionario y perturbador, como corresponde a quienes se aventuran en territorios inexplorados y desafiantes. Como el futuro.