¡Escalofríos al peso! Las asombrosas portadas del 'pulp’ mexicano
/Sexo, suspense, violencia, psicodelia o ciencia ficción eran algunos de los ingredientes que prometían las publicaciones mexicanas de los años 60 y 70. Escenas fantásticas que generaban desasosiego en el lector y reflejaban la actitud de los mexicanos acerca de la vida, la muerte y la religión.
Impreso en papel basto, sin censura ni apenas escrúpulos, el pulp “made in Mexico” competía por alzarse con la portada más escabrosa de los kioskos. Combinando la estética de las fotonovelas y el espíritu popular del cine de barrio, se bastaban por sí mismas para agotar tiradas millonarias de ejemplares. Los argumentos, a imagen y semejanza de la pulp fiction estadounidense, abarcaban el western, la ciencia ficción, el terror, el thriller, la novela rosa y los cómics de superhéroes, al mismo tiempo que potenciaban su vertiente más autóctona. Los estándares de producción eran bastante precarios, pero lo suficientemente rentables como para inundar el mercado de títulos como Tradiciones y Leyendas de la Colonia, Las Momias de Guanajuato o El Monje Loco que adaptaron leyendas y cuentos tradicionales al estilo de Tales from the Crypt, impulsando una progresiva escalada de erotismo y violencia explícita que certificaría la decadencia del género a finales de los años ochenta.
Combinando la estética de las fotonovelas y el espíritu popular del cine de barrio, las portadas se bastaban por sí mismas para agotar tiradas millonarias de ejemplares
La mayoría de portadas que reproducimos a continuación se enmarcan en la llamada Edad de Oro del Pulp Art Mexicano y proceden de las archivos de Editorial Continental, actualmente desaparecida. Su fundador, Enrique Cuadro, comenzó su carrera como dibujante de cómics en el periódico de su ciudad natal, San Luis Potosí, antes de alcanzar la popularidad en 1953 con La Araña Verde, un superhéroe con poderes arácnidos que se adelantó casi una década al Spiderman de Stan Lee y Steve Ditko. Al año siguiente, Cuadro se estableció por su cuenta y se sirvió de sus contactos dentro de la industria para reclutar a un puñado de guionistas e ilustradores con los que trabajar de manera independiente, a espaldas de los grandes colosos editoriales de la época, Novaro y ER (Ediciones Recreativas).
Las espectaculares portadas corrieron a cargo de ilustradores anónimos. Aunque sus estilos resultan fácilmente identificables, apenas son recordados por sus firmas: Araujo, Pérez, Raraj, Zavala, Dorantes, Delgadillo, Roberto y Ponce. Su dominio del gouache, una técnica habitual entre arquitectos y muralistas, nos permite aventurar que se trataban de encargos con los que complementar sus ingresos, sin pretensión autoral alguna. Lo que se premiaba era la productividad, trabajando a destajo como en una factoría.
Entre las numerosas publicaciones que vieron la luz entre los años sesenta y finales de los setenta, destacan los relatos morbosos de la colección Micro Suspenso, a la que seguirían Micro Misterio, Micro Leyendas e Inesperado, y que deben su nombre a su reducido formato. Pequeños bolsilibros que cabían en la palma de una mano y albergaban historias autoconclusivas que podían que puede leerse de manera independiente, sin opción de continuidad ni tramas complejas que comprometieran la diversión de un número a otro. El modelo se asemeja bastante al adoptado con notable éxito en nuestro país por la editorial Bruguera: una premisa argumental esquemática y fácilmente intercambiable para respetar la periodicidad semanal durante al menos veinte años, llegando a sumar mil entregas por cada colección.
La ‘pulp fiction’ mexicana abarcaba el western, la ciencia ficción, el terror, el thriller, la novela rosa y los cómics de superhéroes, al mismo tiempo que potenciaba su vertiente más autóctona.
Los protagonistas de estos microcuentos suelen ser personas corrientes que se enfrentan a retos cotidianos, como el alcoholismo, las disputas domésticas o la infidelidad, aliñados con generosas dosis de melodrama y violencia. En consonancia con el lector a quien iban dirigidos, el lenguaje era intencionadamente sencillo, redactado de manera coloquial y abusando de la jerga; un poco al estilo de las letras de los corridos populares que hablan de la adversidad y la tragedia en unos términos con los que resultaba fácil identificarse. Ese arraigo en la cultura popular, que transmite la conciencia nacional a través del folclore, el patriotismo y la nostalgia, alcanza sus cotas más altas de efectividad en los relatos sobrenaturales. Del mismo modo que el protagonista acude a una bruja en busca de un filtro de amor, la amante despechada regresa de la tumba o un espíritu sediento de venganza se materializa en el espejo, los elementos fantásticos reflejan la idiosincrasia del pueblo mexicano ante la vida, la religión y la muerte. Pero siempre desde una perspectiva ingenuamente pop y colorista, asumiendo su condición de válvula de escape para sobrellevar mejor la represión a la que nos somete el día a día.