En nombre de Sabra, la superheroína del sionismo

El personaje de cómic de los años ochenta vuelve a estar de actualidad tras el anuncio de su aparición en la nueva película del Capitán América que se estrenará el año que viene. Analizamos el contexto de su origen y las posibles repercusiones de su regreso en pleno genocidio palestino en Gaza.


«¡Hulk vino buscando paz, pero aquí no hay paz!», exclama furioso el protagonista de The Incredible Hulk en una de viñeta del número 256, publicado en febrero de 1981 bajo el título de “Poder y Peligro en la Tierra Prometida”. En la historieta, escrita por Bill Mantlo y dibujada por Sal Buscema, Hulk se hace amigo de un niño musulmán llamado Sahad, que alecciona a su alter ego Bruce Banner (y por extensión, a los lectores estadounidenses) sobre el conflicto territorial en la Franja de Gaza: «A veces es muy difícil ser árabe en Israel. Tanto mi pueblo como los israelíes dicen que esta tierra es suya. Podrían compartirla, pero dos libros muy antiguos les dicen que deben matarse unos a otros por ella».

Algunas páginas más tarde, el pequeño muere en un atentado perpetrado por un comando terroristas (presumiblemente palestino). Es entonces cuando Sabra, una superheroína ataviada con los colores y la insignia de la bandera de Israel, se enfrenta al coloso al identificarlo como yihadista. «¡El niño murió porque tanto su gente como la tuya quiere poseer tierras! –le recrimina Hulk– ¡El niño murió porque no las quisisteis compartir!». La lectura, además de sesgada, resulta obscenamente simplista, y está muy lejos de ser compartida por Mark Ruffallo, el actor que se encarga de interpretarlo en el Universo Cinematográfico de Marvel, y que ha criticado recientemente al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, por asumir que los más de 10.000 niños palestinos que han muerto desde que se inició la guerra el 7 de octubre de 2023 son «daños colaterales».

«No estoy luchando contra una mujer. Estoy luchando contra la junta de reclutamiento sionista»

El eco de los acontecimientos recientes ha trascendido al del cómic, más de cuarenta años después, con motivo del inminente salto del personaje de Sabra a la pantalla grande. Desde que en septiembre del año pasado, el presidente de Marvel Studios, Kevin Feige, anunció el estreno de Captain America: New World Order, el proyecto ha suscitado el rechazo de organizaciones palestinas que alertan acerca de una nueva estrategia de blanqueamiento de las prácticas genocidas del estado de Israel. No es la primera vez que en destacamos Agente Provocador el papel que ha jugado en el pasado el comic de superhéroes con fines propagandísticos, a favor del apartheid o para perpetuar el imperialismo. Todavía resuenan las declaraciones del presidente Joe Biden en su visita a Israel en octubre del año pasado: «Estados Unidos está junto al pueblo de Israel, nunca dejaremos de respaldarlos. El apoyo de mi administración a la seguridad de Israel es sólido como una roca e inquebrantable».

Tal vez sea por eso que, aun sin haberse hecho público su argumento, la película cambió su título por Captain America: Brave New World y ha retrasado su lanzamiento a febrero de 2025, alegando que «los cineastas buscan un nuevo enfoque para el personaje de Sabra, más acorde con las sensibilidades del público de hoy en día». En ese sentido apunta la elección de la actriz de origen hebreo Shira Hass, conocida por su papel en Unorthodox, una serie de Netflix aclamada por la crítica sobre una judía jasídica de Brooklyn que huye a Berlín para escapar de un matrimonio concertado y emprender una nueva vida. «Es Hulk quién ha logrado que Sabra vea al pequeño musulmán como un ser humano –le concede el narrador en la última viñeta– Ha sido necesario un monstruo para despertar la humanidad en ella».

«Quienes trabajan hoy para Marvel se autodefinen como progresistas», se lamenta Uri Fink. En 1978, con quince años recién cumplidos, este dibujante de cómics nacido en Tel Aviv creó Sabraman, una serie de cómics sobre un superhéroe israelí cuyo atuendo, colores y símbolos se adelantaron en dos años a la heroína de Marvel. En su momento, estudió la posibilidad de demandarlos por plagio, pero sabía que «no tenía ninguna posibilidad contra los abogados de Marvel. Nada ha cambiado desde entonces, excepto que ahora forman parte de Disney, y sus recursos son aún más ilimitados, por lo que no vale la pena el esfuerzo». Sin embargo, el año pasado resultó catastrófico para el cine de superhéroes y su última apuesta, The Marvels, supuso un fracaso de más de 30 millones de dólares. «No tengo nada en contra de ellos –añade– pero estoy seguro de que evitarán retratar al personaje de una manera que les resulte demasiado problemática». Hay demasiado en juego.

Durante una batalla particularmente agotadora con Sabra, Hulk llega a la conclusión de que «No estoy luchando contra una mujer. Estoy luchando contra la junta de reclutamiento sionista». Y aunque ninguno de sus creadores era judío, el personaje de Sabrá replicó a la perfección la hoja de ruta seguida por el estado de Israel desde sus inicios. Fue Belinda Glass (cantante y esposa de otro guionista de Marvel, Mark Gruenwald) quien les sugirió el nombre de Sabra, un término de la jerga hebrea con el que se designa a los judíos nacidos en Israel y cuyo verdadero origen proviene de una palabra árabe, traducible como “flor del desierto”, para referirse al carnoso fruto del cactus que abunda en Oriente Medio. Así se nos presenta a Ruth Ben-Sera (AKA Ruth Bat-Seraph), «dura por fuera, pero suave y dulce por dentro». En realidad, una agente del Mossad que se transforma en la primera superheroína del estado de Israel para proteger a su país de la amenaza terrorista.

Un arma de doble filo capaz de enaltecer al sionismo y revelar, sin pretenderlo, sus propias contradicciones

Sabra también era el nombre de uno de los campos de refugiados donde 3.500 palestinos fueron masacrados durante la Guerra del Líbano de 1982. Hacía un mes que la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) había abandonado Beirut rumbo a Túnez, expulsada por el ejército israelí en el transcurso de la operación “Paz en Galilea”, iniciada en junio de ese mismo año. Aprovechando que las fuerzas internacionales que debían proteger a la población palestina abandonaron el país a principios de septiembre, los soldados israelíes invadieron el oeste de Beirut y tomaron el control de los campos de Sabra y Shatila. Al día siguiente, el 16 de septiembre de 1982, las milicias del Kateb (la coalición ultraderechista conocida como la Falange Libanesa) emprendieron la ejecución indiscriminada de civiles a lo largo de dos noches, con la connivencia de las fuerzas de ocupación israelíes que incluso iluminaron la zona con bengalas para suministrarles blancos fáciles. La zona se convirtió en una fosa común al aire libre. La gran mayoría de las víctimas eran palestinos, principalmente hombres, pero también murieron sirios y libaneses, especialmente chiíes que vivían en los barrios adyacentes.

Pese a ser calificado como un acto de genocidio por parte de la Asamblea General de Naciones Unidas, sus máximos responsables nunca han sido llevados ante la justicia. Si bien es cierto que la culpabilidad de las Fuerzas Libanesas resulta indiscutible, la desclasificación de documentos oficiales pone de manifiesto la responsabilidad directa del ejército israelí, cuyos funcionarios de más alto nivel sabían que se estaba produciendo una masacre y no hicieron nada para detenerla. Y aunque conviene recordar que la primera aparición del personaje se produjo un año antes de la matanza, no basta para diluir su peso simbólico. «Sabra fue creada mucho antes de las Intifadas palestinas y del fracaso de los Acuerdos de Oslo –se apresura a señalar el novelista gráfico de origen israelí Etgar Keret– Es fruto de un contexto completamente diferente al actual, que simplificaba el conflicto territorial sin alcanzar a imaginar las futuras consecuencias». Sin embargo, la simple mención de su nombre evoca un episodio tan atroz que resulta incomprensible que Marvel no lo haya cambiado después de cuarenta años. En vista de los recientes pronunciamientos de Amnistía Internacional y los observadores internacionales de la ONU desplegados en la zona, cabe preguntarse el rol de una superheroína en un contexto que nada tiene de heroico. 

Sabra es una agente del Mossad que se transforma en la primera superheroína del estado de Israel para proteger a su país de la amenaza terrorista

Ahora bien, a la par que eficaz herramienta propagandística, Sabra es un arma de doble filo capaz de enaltecer al sionismo y revelar, sin pretenderlo, sus propias contradicciones. Al encarnar al estado de Israel, el personaje ha de abrazar necesariamente su condición de mutante y, desde que Stan Lee y Jack Kirby crearon a los X-Men en 1963, eso supone vivir siendo temidos y odiados por los humanos normales. Semejante premisa, ha servido como alegoría de la discriminación de las minorías por motivos de raza, religión y orientación sexual durante más de medio siglo. Chris Claremont, guionista estrella de la franquicia entre 1975 y 1991, fue el principal responsable de introducir el judaísmo como la metáfora, al convertir al principal antagonista de la serie, Magneto, en un superviviente del Holocausto que luchaba para evitar que los mutantes corrieran la misma suerte que los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. En 2003, Grant Morrison intentó devolver al personaje a sus raíces como villano carismático y, a raíz de la publicación de El testamento de Magneto en 2008, las posteriores relecturas del personaje han recurrido tanto al empoderamiento como al victimismo para razonar sus actos.

Pero si adoptamos el punto de vista del sionismo para justificar la existencia de Israel, hemos de asumir también que el judaísmo es una identidad concreta y única, separada del resto de la humanidad. La convivencia con “el otro” es imposible, debido a la presencia obstinadamente persistente del antisemitismo, por lo que la comunidad judía debe reunirse en un territorio, que una serie de circunstancias ha determinado que sea la Palestina histórica. Llegados a este punto y siguiendo con la línea editorial de Marvel, los mutantes fundan su propio Estado en la isla de Krakoa, donde el propio Magneto recibe a una delegación diplomática de la ONU. Del mismo modo que tampoco es casual que los embajadores sean invitados a entrar a Krakoa a través de un portal situado en Jerusalén, ni que su diálogo con el resto de naciones parta de la desconfianza y un extremado instinto de autopreservación. «Hay quienes se ofenderían ante un lobo que se hace pasar por un cordero, pero he aprendido las duras lecciones de los suyos –le reconoce a Magneto uno de los miembros de la delegación– Así que sé la verdad… Todos son lobos».

«Verán, sé que a los humanos les encanta el simbolismo casi tanto como sus religiones. Y quería -necesitaba- que entendieran…».