Splendor Solis: el incomparable manuscrito de la iconografía alquímica
/Splendor Solis testimonia el largo trayecto que la imagen alquímica recorrió a través de los siglos, en él se cristalizó el diálogo entre una disciplina esencialmente marginal y el gusto cortesano. Sin embargo, fue el lenguaje emblemático del siglo XVI el que magnificó el carácter enigmático de su programa visual, el mismo que sedujo a los editores de los siglos sucesivos y que continuará cautivando hasta nuestros días.
En la Europa del siglo XVI, maravillada con los enigmas, el legado alquímico alcanzó un hito gracias a la imprenta. De las tipografías salían colecciones que se instalaban en las bibliotecas de los círculos intelectuales más variopintos del momento, favoreciendo la diseminación de un conocimiento que a lo largo de la Edad Media había vivido recluido en la marginalidad. De este modo, el lenguaje alquímico, maleable y camaleónico por naturaleza, entraba en contacto con otras disciplinas, impregnándose de otros significantes y adoptando apariencias inéditas.
Aunque el encuentro entre la alquimia y otras esferas ajenas a ella existía antes de la imprenta, y gracias a otros medios, fueron los editores del siglo XVI quienes lograron diseminar a un público más amplio el interés por el lenguaje alquímico tanto en su dimensión textual como en su dimensión visual. Para ello, no dudaron en adaptar complejos tratados para los lectores ávidos de misterios y enigmas. Paradójicamente, el sigilo y el hermetismo, que siempre habían caracterizado al lenguaje alquímico, se convertían en poderosas armas de seducción que los editores esgrimían para acumular lectores, a menudo, adornando sus ediciones con fantasiosas invenciones.
Muchos de estos tratados con certeza decepcionarían a los alquimistas más experimentados, algunos de ellos presentaban fórmulas muy simplificadas cuyos contenidos estaban dirigidos a un público no docto. Sin embargo, el motivo por el que algunos de estos escritos gozaron de una popularidad notable no se encontraba en la naturaleza del texto, sino en las imágenes que lo acompañaban. Había sucedido antes, en el siglo XV, con algunos tratados que poseían llamativos programas iconográficos, entre ellos el celebradísimo manuscrito Aurora Consurgens cuyas imágenes sexuales y violentas no habían pasado inadvertidas.
«El misterioso autor era un alquimista llamado Salomón Trimosin, que habría sido preceptor de Paracelso y habría alcanzado una longevidad inaudita: nada menos que 200 años»
Entre los siglos XIV y XV la alquimia había penetrado de lleno en el escenario cortesano. Los sectores más adinerados habían sucumbido a las promesas de los alquimistas que aseguraban convertir metales en oro. Sin embargo, ejercer esta profesión en la corte no estaba exento peligros: numerosos son los alquimistas encarcelados o ejecutados al no cumplir sus promesas. El alquimista Jaume Lustrac (siglo XIV) que trabajaba en la corte mallorquina, vivió años entre rejas al no alcanzar las expectativas de Martín I. También sufrían las envidias de sus naturales enemigos: los médicos y astrólogos, por lo que, a menudo, se veían atrapados en complejas conspiraciones cortesanas. No obstante, interesa subrayar que estos ricos mecenas también eran grandes bibliófilos y, debido a su gran poder adquisitivo, acumulaban libros con imágenes que estimulaban la imaginación e intrigaban a los lectores.
La imagen alquímica tardo-medieval se apropió del lenguaje cortesano. Si antes los manuscritos alquímicos estaban poblados de áridos diagramas e indescifrables esquemas, en el siglo XV otras imágenes adornaban los libros alquímicos. El nuevo modo de visualizar la Gran Obra consistía en una teatralización del proceso en el laboratorio. Para ello, se recurrió a la personificación de los distintos estadios de la transmutación, los distintos momentos experimentados en el laboratorio se convirtieron en actores una escenografía que, sin duda, agradaba al público palaciego. Con este propósito, recurrieron a la analogía: el coito representaba la unión de los elementos y los torneos la tensión de la dualidad. Así, el imaginario caballeresco, que en este momento era más un ideal nostálgico que una práctica, contribuía a la formación de un nuevo lenguaje pictórico.
Un siglo más tarde, un manuscrito alemán (Berlin Kupferstichkabinett, Cod. 78 D 3) recogería este legado visual a la vez que ampliaba sus horizontes pictóricos: se llamaba Splendor Solis y vio la luz por primera vez en la década de los años 30 del siglo XVI. Sus 22 láminas iluminadas representan el cénit de la iconografía alquímica.
Prueba de su popularidad son las numerosas copias manuscritas que proliferaron a partir del siglo XVI. Uno de los testimonios mejores conservados es el manuscrito alemán ejecutado en 1582 que actualmente se encuentra en British Library (Harley Ms. 3469). Tan solo 16 años después de la ejecución de esta majestuosa copia, Splendor Solis penetró de lleno en la imprenta, multiplicando sobremanera su fama. Fueron estas ediciones las que incluyeron detalles biográficos sobre el misterioso autor: un alquimista llamado Salomón Trimosin que habría sido preceptor de Paracelso y habría alcanzado una longevidad inaudita: nada menos que 200 años.
A nivel textual y pictórico, es una obra extremadamente influenciada por Aurora Consurgens, algunos de sus pasajes fueron transcritos literalmente, así como algunas de sus iconografías. A pesar de ello, Splendor Solis no referencia en ninguna ocasión a su modelo. Como ya fue mencionado, es un formato adaptado a audiencias menos experimentadas, recopilando fórmulas y recetas simples. Su principal interés reside en las imágenes. Veamos algunas de ellas a continuación:
La pareja real del folio 10 (fig.1) es un claro ejemplo de la adaptación cortesana al lenguaje pictórico alquímico. En él podemos ver a una pareja ataviada con atuendos reales, ambos están coronados. Sobre ella se posiciona la luna, le acompaña, además, la inscripción Lac Viramium (La leche de la Virgen). El hombre se erige sobre un suelo de fuego y el sol se sitúa sobre su cabeza, a él le acompaña la inscripción Coagula Maasenculium (Coagulación Masculina). Ambos personifican dos elementos empleados en el laboratorio: la Reina Blanca representa el mercurio y el Rey Rojo el azufre. Al mismo tiempo, ella es el agente solvente y él el elemento coagulante. Este matrimonio alquímico simboliza la máxima de la Gran Obra: solve et coagula.
A pesar de que el Aurora Consurgens sea el modelo principal del Splendor Solis, existe una diferencia fundamental entre ambos. El primer tratado emplea el coito como analogía de la coniucto, es decir, la unión de los elementos, mientras que el segundo omite este paralelismo empleando otra fórmula: el hermafrodita (folio 19, fig. 2). Reconocemos en él los dos colores del matrimonio alquímico, el blanco y el rojo, indicando la fusión entre ellos en un solo ser. El hermafrodita sostiene con una mano un espejo, se dirige a nosotros e invita a reconocernos en la obra alquímica, con la otra mano sostiene un huevo que el hermafrodita observa ensimismado.
El proceso de la destilación (separación de elementos) que se empleaba para extraer Quintaesencia se visualiza a través de un caballero armado (fig. 3). A sus pies se encuentra un cuerpo desmembrado que representa los elementos desechados en el proceso de destilación, con su mano izquierda sostiene el resultado del proceso: la Quintaesencia en forma de cabeza dorada.
Los colores son extremadamente importantes en la visualización de la Gran Obra. La disciplina alquímica es, ante todo, una práctica de laboratorio, con pasos a seguir y estadios determinados. Por ello, se torna fundamental que la imagen alquímica transmita con exactitud los colores adoptados por las sustancias en los diferentes momentos del proceso, no en vano, el alquimista inglés John Dastin (siglo XIV) afirmaba: “si eres un hombre dedicado, los colores te guiarán”.
Existen tres grandes momentos (en ocasiones cuatro) en el trabajo alquímico: nigredo (negro) o la destrucción del fuego, albedo (blanco) o la purificación y rubedo (rojo) o el despertar y la iluminación. Estos están representados en forma de aves en el folio 24 (fig. 4) que se entrelazan en un perpetuo movimiento, ello indica que estos pasos deben ser ejecutados una y otra vez. Los mismos colores se emplean en el folio 26 (fig. 5) aunque en este caso ya no son aves sino dragones, representando un cambio de estado gracias a la sublimación.
El fin de la obra o rubedo presenta al triunfante Rey Rojo (folio, 29, fig. 6) que convierte “todos los metales imperfectos en el oro más puro”. Viene acompañado de un texto que asocia los distintos grados de calor a los tres signos de fuego en orden ascendente: Aries, Leo y Sagitario.
El Sol Negro y el Sol Rojo (figs. 7-8) indican los distintos, pero igualmente necesarios, momentos del proceso alquímico: a la “oscura noche del alma” le sucederá, inexorablemente, el triunfo del amanecer.