Velas negras para Hitler: la juerga vudú de William Seabrook, el rey de los zombies

«¡UNOS HECHICEROS AFICIONADOS DE WASHINGTON PRACTICAN MAGIA NEGRA CON HITLER!», TITULÓ LIFE MAGAZINE EN 1941

En febrero de 1941, un fotógrafo de la revista Life documentó el aquelarre contra Adolph Hitler celebrado en una remota cabaña de Maryland, con el que el aventurero y ocultista William Seabrook intentó poner fin a la Segunda Guerra Mundial.


Faltaba casi un año para que los japoneses atacaran Pearl Harbour y Estados Unidos declarase la guerra a las fuerzas del Eje, cuando un puñado de idealistas se echaron en el bosque, armados con tambores, hachas y ron, mucho ron, para tomarse la justicia por su mano. Ya en la cabaña, se embriagaron a conciencia y formaron un círculo alrededor del fetiche: un maniquí de tamaño natural, vestido de militar y con la gorra de visera adornada con esvásticas. No le faltaba un detalle. Sobre el labio superior, alguien le había pintado el característico bigote recortado. «¡Tú eres Hitler! ¡Hitler eres tú! entonaron al unísono señalando al muñeco ¡Que los males que te acontezcan, le alcancen a él!». Entonces, el líder dio un paso al frente y tomó la palabra: «¡Hitler! Eres el enemigo del hombre y del mundo; por eso te maldecimos. Te maldecimos por cada lágrima y gota de sangre que has hecho brotar. ¡Te maldecimos con las maldiciones de todos los que te han maldecido!».

Enfundado en su túnica ceremonial y con las facciones ocultas tras una primitiva máscara, cuesta identificar a Ted Caldwell como un ciudadano respetable de Washington DC. A quien sí reconocemos a su izquierda, con camisa oscura y corbata, es a William Seabrook. El corresponsal de Life Magazine encargado de inmortalizar el momento, le retrata en un discreto segundo plano, actuando como un maestro de ceremonias en la sombra: «El Sr. Seabrook aceptó de buen grado la invitación para participar en el evento, viendo la oportunidad no solo de probar sus teorías, sino también de prestar un servicio a la humanidad». Desde que en 1927 popularizara la palabra "zombie" en un libro sobre sus aventuras en Haití titulado La isla mágica, vivió fascinado por la brujería, la magia negra y el ocultismo. Además de escribir sobre rituales vudú, combatió en la Batalla de Verdún, formó parte de un clan beduino emulando a Lawrence de Arabia y se adentró en el África Occidental, en compañía de una hermosa hechicera llamada Wamba, tras la pista de una tribu de caníbales con dientes de pantera. De puro novelesca, su biografía se ciñe al perfil de un autor ávido de fama que llegó al extremo de asegurar que él mismo había probado la carne humana.

William Seabrook en 1933. (Fotografía: Carl Van Vechten/The Van Vechten Trust)

«¡Hitler! Eres el enemigo del hombre y del mundo; por eso te maldecimos. Te maldecimos por cada lágrima y gota de sangre que has hecho brotar. ¡Te maldecimos con las maldiciones de todos los que te han maldecido!»

«En el clímax de la ceremonia, los hechiceros atraviesan el corazón y la garganta de la imagen de Hitler —relata en su artículo Tom McAvoy— invocando a la deidad pagana Istan, para transmitir las heridas del maniquí al propio Hitler. '¡Estamos clavando agujas en el corazón de Adolf Hitler!'». La puesta en escena lleva el sello inconfundible de Seabrook y sigue, paso por paso, un ritual diseñado por él mismo y que culmina con la decapitación simbólica, a golpe de hacha, de la víctima del hechizo. «Hitler yace enterrado en un frondoso pinar, a la espera de ser pasto de los gusanos», concluye el artículo. «Los hechiceros estaban exhaustos por el fragor combinado de los tambores, el ritual y la emoción». Y bajo los efectos del alcohol, naturalmente.

Como miembro oficioso de la llamada Generación Perdida, Seabrook se codeó con Ernest Hemingway, Aldous Huxley, Sinclair Lewis y Thomas Mann; fue objeto de las burlas de Scott Fitzgerald e incluso se le relacionó durante un tiempo con Aleister Crowley, a quien llegó a prestar una considerable suma de dinero que, por supuesto, nunca le fue reembolsada. El 5 de diciembre de 1933, coincidiendo con la derogación de la Ley Seca, Seabrook fue ingresado en Bloomingdale, una exclusiva “clínica de reposo” a la que acudían los ricos y famosos para aplacar sus adicciones y neurosis. Sus instalaciones incluían un gimnasio, varias canchas de tenis y una lujosa piscina que difícilmente hubiera podido costearse de otro modo. De no ser por el crédito de sus amigos más influyentes, un borracho como él jamás hubiera cruzado la imponente verja de hierro forjado que rodeaba el recinto y mantenía a los huéspedes a salvo de las miradas indiscretas. Así se lo hizo saber el personal médico durante los dos meses que duró su estancia en el centro, sometido a un estricto régimen de abstinencia, psicoanálisis, masajes e hidroterapia.

Aldous Huxley (a la derecha) visita a Seabrook en su casa en Rhinebeck, Nueva York, alrededor de 1932. (Fotografía: colección William K. Seabrook)

Tras recibir el alta, se mudó a Rhinebeck, un pueblecito al norte del estado de Nueva York, con la intención de sentar por fin la cabeza junto a su segunda esposa, la aspirante a novelista Marjorie Worthington. Según reconoce ella misma en The Strange World of William Seabrook (1966), su marido consiguió mantenerse sobrio durante un tiempo y retomar la escritura, pero los viejos demonios no tardaron en llamar a su puerta: «Aunque nos atraíamos físicamente el uno al otro, yo nunca simpaticé con todo ese asunto de las cadenas, las máscaras de cuero y el resto de fantasías que eran tan importantes para él». Durante su etapa en París, Seabrook dio rienda suelta a una vena sadomasoquista que ocultaba desde niño. Sus veladas comenzaban en las reuniones del círculo surrealista de Louis Aragon, y terminaban con una prostituta de Montparnasse encadenada a un poste. Hasta cierto punto, Worthington toleraba todo aquello, pero lo encontraba humillante. Casi tanto como el collar de tachuelas que su demandante esposo encargó que forjaran para ella y con el que posa visiblemente incómoda en una fotografía tomada por su amigo Man Ray en 1930.

RETRATO DE MARJORIE Worthington POR MAN RAY (CIRCA 1930)

«Aunque nos atraíamos físicamente el uno al otro, yo nunca simpaticé con todo ese asunto de las cadenas, las máscaras de cuero y el resto de fantasías que eran tan importantes para él»

RETRATO DE WILLIAM SEABROOK Y LEE PHILLIPS INCLUIDO EN LA SERIE The Fantasies of Mr Seabrook (mAN RAY, CIRCA 1930)

«Por un tiempo, hice la vista gorda con tal de que lo nuestro funcionara, aún sabiendo lo que ocurría en el granero». Más aferrado a la botella que nunca, Seabrook persuadía a mujeres jóvenes para retomar los experimentos de «control mental y proyección astral» que le servirían de documentación para su nuevo libro. Les vendaba los ojos, cubría sus cabezas con capuchas y las colgaba por las muñecas de las vigas de madera, con los pies apenas tocando el suelo, esperando que la privación sensorial y la fatiga indujeran a sus mentes a «deslizarse a través de la puerta del tiempo».

Sus disparatadas conclusiones vieron la luz en 1940, bajo el título Witchcraft: Its Power in the World Today. El cóctel de alcohol, delirio y sadomasoquismo salpicó las páginas de un libro, escrito en primera persona, que tonteaba con el vampirismo, la necrofilia y la magia negra. Cumplidos los 56 años, sus momentos de lucidez eran cada vez más escasos y los mejores pasajes, aquellos relativos al vudú haitiano, deberían acreditarse a su asistente (y futura cineasta de vanguardia) Maya Deren. Para entonces, la fórmula de Seabrook parecía haberse agotado y sus artículos sobre barcos fantasmas, ritos sexuales, esoterismo barato y reinas blancas africanas habían perdido el impacto, salvo para un selecto grupo de diletantes en busca de inspiración para sus relatos pulp, como E. Hoffman Price, Robert E. Howard o el mismísimo H. P. Lovecraft.

William Seabrook MARCA EL RITMO A SEGUIR, mientras que Florence Birdseye, HEREDERA deL MAGNATE DE LOS congelados cLARENCE Birdseye, INTENTA REPRODUCIRLO AL TAM-TAM.

Con estos precedentes, el reportaje fotográfico de la revista Life situó a nuestro protagonista en una encrucijada vital en la que confluyen sus obsesiones más arraigadas, en un último intento por recuperar la magia de antaño. Un re-encantamiento del mundo acorde con su visión del mundo “primitivo”, en contraposición a la cultura occidental y esterilizada de un siglo XX que había amanecido brutal y mecánica, metrópolis deslumbrantes habitadas por hordas de trabajadores de ojos muertos. Como los zombies de las plantaciones de caña, vestigios inhumanos de la expansión colonial francesa en el África Occidental y el Caribe que trajo consigo una explosión de arte, música, vestimenta, danza y escritura de temática tribal. Una conexión con algo más auténtico, más espiritual, y a la vez desprovisto de su verdadero significado; sexualizado, explotado y banalizado por el hombre blanco.

«¡Tú eres Hitler! ¡Hitler eres tú ¡Que los males que te acontezcan, le alcancen a él!»

En el segundo párrafo del artículo, el reportero intenta justificar su presencia en la cabaña. Al fin y al cabo, «los encantamientos de vudú solo tienen éxito cuando la víctima sabe que han tenido lugar», por lo que su misión es asegurarse que Hitler se entere de la maldición por la prensa, y alentar a los lectores a que organicen sus propias ceremonias en casa. Desde este punto de vista, la estrategia promocional se asemeja bastante a La Batalla Mágica con la que Dion Fortune frustró los planes de Hitler para una invadir de Gran Bretaña. Por desgracia, no tuvo tanto éxito y Hitler aún viviría tres años más antes de volarse la tapa de los sesos en su búnker subterráneo de Berlín, el 30 de abril de 1945. Tan solo cinco meses más tarde, el 20 de septiembre, Seabrook se quitaría de en medio con una sobredosis de pastillas para dormir y alcohol.

En cambio, Marjorie Worthington aún tuvo tiempo de vivir varios romances tempestuosos hasta su muerte en 1976. Pero nunca superó a Seabrook. Un crítico describió sus memorias como «algo que Zelda Fitzgerald podría haber escrito si hubiera sobrevivido a Scott y conservado la cordura». Pero Seabrook nunca escribió El gran Gatsby, y pocos lectores se sintieron obligados a buscar sus libros. Al menos, hasta ahora.

Mientras clava una efigie de Hitler, la hechicera Ruth Davis EXCLAMA: "¡Quema los ojos de Hitler! ¡Mantenlos abiertos día y noche! ¡QUE NO TENGA descanso!".

OTRO pequeño muñeco de Hitler se enfrenta a un hueso de pollo, según William Seabrook, un "símbolo de la hambruna".