Vender cara la piel: Fukushi Masaicho, el coleccionista de piel tatuada
/Durante toda su vida coleccionó tatuajes «reales», piel humana de personas tatuadas que extraía una vez muertos. Fue habitual de las autopsias y hospitales e incluso llegó a pagar las sesiones necesarias para terminar los tatuajes
Jamás decidió tatuarse su piel a pesar de convivir con la mayor colección de tatuajes «reales» (piel humana de personas tatuadas, que extraía una vez muertos), pero sin duda el japonés Fukushi Masaicho (1878-1956) es uno de los médicos más singulares. Su interés por el arte del tatuaje comenzó cuando comprobó que la tinta inyectada en la piel contribuía a recuperar las lesiones de la piel provocada por la sífilis. Poco a poco, visitando ciudades y entrevistándose con personas tatuadas («irezumi», en japonés el arte del tatuaje) , alrededor de 1926 fue creando una ingente colección gracias a sus mismos tatuados, muchos de ellos miembros de la yakuza, la mafia nipona, a los que daba dinero para que su piel acabase en su archivo, incluso pagando de su propio bolsillo los tatuajes sin terminar de alguno de ellos.
En otras ocasiones, debido a que su afición era muy conocida, era avisado cuando fallecía algún tatuado y este se pasaba directamente por la sala de autopsias para extraer la piel. Con el tiempo, su colección contaba con más de dos mil muestras de piel y tres mil fotografías, que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial porque el propio Masaicho los guardó en un bunker antiaéreo. Sus piezas resistieron una guerra pero no a los ladrones de Chicago: años después, durante una visita a Estados Unidos en la que trajo algunos de sus mejores pieles tatuadas, el camión que las transportaba fue asaltado y se sustrajeron las piezas. La revista Life lo entrevistó y fotografió, junto a otras imágenes de integrantes de la yakuza tomando baños. La revista ya había mostrado mucho interés por el mundo del tatuaje. Años antes, en 1940, publicó otro extenso reportaje que incluía fotografías, esta vez de soldados estadadunidenses.
Tras su fallecimiento, su gran colección pasó a manos de su hijo Katsunari, quien también era médico. Tampoco él se tatuó. Su colección puede verse en un departamento especial de la Universidad de Tokio, el Medical Pathology Museum, que cuenta con más de un centenar de piezas y puede visitarse previa cita.