Cuando Lovecraft habló en español
/En 1972, la editorial mexicana Novaro dedicó un número de su colección destinada al público juvenil a glosar la vida (y obra) de H.P. Lovecraft con una historieta de treinta y dos páginas «a colores» en el que su biografía cobraba visos de horror cósmico.
La primera vez que la obra de H. P. Lovecraft se publicó en español fue en 1946, cuando la editorial Molino, fundada en Barcelona por Pablo del Molino en 1933 y con sede en Buenos Aires desde 1936, como consecuencia de la Guerra Civil, publicó la novela breve El que acecha en el umbral, escrita por su discípulo August Derleth a partir de diversos fragmentos de Lovecraft y publicada en inglés a nombre de ambos. Su traductora, Delia Piquérez, firmó la que, muy probablemente, sea la primera traducción a cualquier otra lengua del visionario de Providence, anticipándose más de diez años a la edición de El color que cayó del cielo, que vio la luz en 1957 de la mano de Minotauro (Buenos Aires), una breve antología que recogía, además del relato que daba título al libro, “El llamado de Cthulhu”, “El que susurraba en las tinieblas” y “En las montañas alucinantes”, en traducción del propio editor, Francisco Porrúa, bajo el pseudónimo de Ricardo Gosseyn.
Faltaba todavía un lustro para que uno de sus principales difusores en castellano, Rafael Llopis, incluyera “Las ratas de las paredes”, “El extraño” y “La ciudad sin nombre” en el volumen Cuentos de terror de Taurus (1963), y más de una década para su definitiva consagración gracias a la canónica antología de bolsillo de Alianza seleccionada en 1969 por el propio Llopis y traducida por él mismo y su cuñado Francisco Torres Oliver. Bajo el título de Los mitos de Cthulhu: narraciones de horror cósmico (Alianza), reunía veinte relatos de autores relacionados con estos mitos, ordenados en tres bloques que se corresponderían con el nacimiento, auge y decadencia del ciclo.
Para entonces, los lectores mexicanos hacía tiempo que se habían familiarizado con su obra. A las ocasionales apariciones de alguno de sus relatos en revistas, se sumaron los publicados por Ediciones Acervo y Seix Barral hasta que, en septiembre de 1972, los lectores más jóvenes pudieron además reconocer sus facciones en la portada del número 292 de la revista de comic Vidas Illustres, que le dedicó treinta y dos páginas «a colores». En la misma colección, le habían precedido grandes personajes históricos, como Albert Einstein, Napoleón Bonaparte, Miguel de Cervantes o Sigmund Freud.
El hallazgo resulta, cuanto menos, sorprendente. Sobre todo si tenemos en cuenta que el primer acercamiento biográfico en viñetas del que se tenía constancia llegaría tres años más tarde, obra del uno de los genios del underground neoyorquino, George Kuchar, en el mismo año en que L. Sprague de Camp publicaba su primera biografía completa. En su versión mexicana, la vida de Lovecraft se condensa al estilo de las publicaciones baratas, y a partir de la página ocho se transforma en una adaptación de La sombra sobre Innsmouth, protagonizada por el propio Lovecraft. Salvo por la licencia narrativa (por otra parte, bastante acorde con el espíritu de un autor que solía inspirarse en fuentes apócrifas y libros imaginarios), se trata de un retrato fidedigno que reúne las características principales que le convirtieron en icono esencial de la cultura popular del siglo XX.
Si nos dejamos llevar por su apartado gráfico, no sería descabellado atribuir su autoría a alguno de los artistas que contribuyeron a la fiebre del comic de terror mexicano entre los años sesenta y setenta. Resultaría demasiado arduo cotejar el estilo de la interminable nómina de dibujantes para identificar al responsable de estas páginas. Seguramente forme parte de la famélica legión de autores que dilapidaron su talento en publicaciones como Tradiciones y Leyendas de la Colonia, Las Momias de Guanajuato, Miniterror o El Monje Loco, también de Novaro, y cuyo número 52 contiene una adaptación no acreditada de “El color fuera del espacio”.
Su biografía se condensó al estilo de las publicaciones baratas, y a partir de la página ocho se transformaba en una adaptación de “La sombra sobre Innsmouth”, protagonizada por el propio Lovecraft.
Una práctica, por otra parte, bastante común en la época. Conviene recordar que fue precisamente Fernando Cortés, un actor y cineasta mexicano (de origen portorriqueño), quien se encargó de llevar a la gran pantalla El caso de Charles Dexter Ward sin necesidad de mencionar a Lovecraft en los títulos de crédito. La película, titulada La marca del muerto (1961) cuenta la historia del nieto de un científico, el Dr. Malthus, que consigue resucitar a su abuelo, pero descubre que este necesita grandes cantidades de sangre humana para poder mantenerse vivo. Un pequeño clásico del cine de terror azteca que gozó de una segunda vida comercial en Estados Unidos atribuida al productor de serie B Jerry Warren, limitándose a añadir un puñado de escenas con actores estadounidenses para reestrenarla en 1965 como Creature of the Walking Dead.
Si lo analizamos desde esta perspectiva, el tímido esfuerzo de Vidas Ilustres supone además el precedente pulp a obras gráficas muchísimo más ambiciosas, como las de los argentinos Alberto Breccia (Los Mitos de Cthulhu), su hijo Enrique Breccia (Lovecraft) y Horacio Lalia (Les Cauchemars de Lovecraft).
A continuación, reproducimos al completo la historieta mexicana.