¡Baila, pelea, lucha!
/«Os guste o no, la historia está de nuestro lado. ¡Os enterraremos!». Mientras en noviembre de 1956 el dirigente soviético Nikita Kruschev lanzaba estas desafiantes palabras y avivaba las llamas de la Guerra Fría, esa atroz pesadilla que dividía al mundo en dos bandos, Estados Unidos vivía otro gran problema. En esta ocasión se trataba de un enemigo interior que se extendía imparable en ciudades como Nueva York o Chicago: las bandas juveniles, el fenómeno de las pandillas, la réplica juvenil de la legendaria mafia italiana.
La noche se convirtió en el momento adecuado para el ataque. La ciudad se dividió en zonas de guerra. Grandes extensiones cayeron en manos de las bandas. Nueva York escondía otro mapa. Los nombres de aquellas primeras bandas daban verdadero pavor: Vampires, Rippers, Scorpions o Cobras. Su número era indeterminado, pero lo que era seguro es que se trataba de decenas de grupos, todos ellos herméticos y huidizos, y que la policía no estaba preparada para la nueva amenaza. Lograr infiltrarse en aquellos clanes era casi imposible, cuando no un suicidio.
Películas como The Warriors, dirigida por Walter Hill en 1979, encumbraron a las bandas como criaturas espectaculares y también aterradoras surgidas de la subcultura, el final de los sesenta y la supervivencia en las duras ciudades del país. Las primeras pandillas eran visualmente menos espectaculares. Como los Egyptian Kings, formada por decenas de afroamericanos que controlaban la calle 135 hasta la 155 de Harlem y cuyos enemigos eran los Jesters. Al igual que en toda guerra, se firmaban armisticios, los líderes se reunían y debatían sobre fronteras y salvoconductos. Estaban organizados siguiendo el modelo de la mafia y poseían sus propios rituales de admisión. Al principio estaban más divididos por la raza, pero la propia realidad de Nueva York los hizo más multirraciales. El territorio se convirtió en algo definitivo. Desde entonces, lucharían a muerte por controlarlo.
Posiblemente, las fotos más bellas que nos dan testimonio de todo este mundo sean las de Bruce Davidson. Estuvo ahí para retratarlo, cuando todo aquello estaba comenzando, viajando por el sorprendente Brooklyn de los cincuenta, como en esta memorable serie de imágenes inmortales fechadas en 1959.