Aquellas divertidas y valientes «liceómanas»
/En plena dictadura de Primo de Rivera, en una «Casa Encantada», se fundó el legendario Lyceum Club, precursor del sufragismo español. Sus integrantes fueron calificadas de «locas» e incluso se propuso que fueran confinadas en hospitales mentales
«Locas», «criminales», «ateas», «desertoras del hogar». Los calificativos, siempre denigrantes y peyorativos, contra las primeras feministas madrileñas del Lyceum Club, eran constantes por parte de la prensa católica y conservadora. Al poco tiempo de crearse, la gente de orden ya tenía un adjetivo que resumía aquella misoginia: «liceómanas», algo a mitad de camino entre una patología y el ser ninfómanas. Y también «Club de las Maridas».
Así llegó a España el viento de cambio francés y, sobre todo, inglés. En Inglaterra, las sufragistas no dudaban en sabotear, dañar, boicotear el patriarcado, a costa de acciones que dieron la vuelta al mundo como la destrucción de un jardín de orquídeas, símbolo nacional, o el enfrentamiento físico contra la policía en sus constantes marchas en defensa de sus derechos civiles. Fue allí donde surgiéron los primeros liceos.
Lo cierto es que el Lyceum Club, creado en noviembre de 1926, en plena dictadura de Primo de Rivera, era muy heterogéneo. Entre sus filas, que llegó a contar hasta con seiscientas mujeres, aunque inicialmente no llegaban a la veintena de socias, había prácticamente de todo y, como no podía ser de otra manera, el club funcionaba con el beneplácito de la mismísima reina. Aquellas mujeres valientes, calificadas de «ruinas humanas» ya que se decía casi a diario que ponían en peligro los hogares españoles, organizaban charlas y conferencias (por allí desfilaron intelectuales de la época, tanto hombres como mujeres. Entre los hombres, Rafael Alberti o Federico García Lorca, entre muchos otros. Casi nadie quería perderse aquello. Carmen Baroja, en Recuerdos de una mujer de la generación del 98, sus memorias, recordó aquellos días de esta forma: «Todos se pirraban por el Lyceum. No hubo intelectual, médico o artista que no diera una [conferencia]; menos Benavente, que dijo que no quería hablar a tontas y a locas») o creaban cajas de resistencia para mujeres en paro o madres solteras que debían criar a sus hijos a solas. Contaba con secciones de literatura, ciencias, artes plásticas e industriales, social, música e internacional, y sus cargos estaban ocupados por mujeres prestigiosas: María de Maeztu (presidenta), Victoria Kent e Isabel Oyarzábal de Palencia (vicepresidentas), Zenobia Camprubí (secretaria), Helen Phipps (vicesecretaria) y Amalia Galágarra de Salaverría (tesorera).
«Se calificaba como lugar “funesto”, al mismo tiempo que “exótico”. Incluso se propuso, por organizaciones antifeministas como la Archicofradía del Inmaculado Corazón de Jesús, el confinamiento en hospitales mentales de sus integrantes»
La potencia de muchas de sus integrantes hizo que comenzasen a tener una fuerte presencia en la opinión pública como fuerza colectiva; sus cursos de derecho fueron un éxito, proponiendo reformas legislativas como la modificación del artículo 57 del Código Civil, que decía «El marido debe proteger a la mujer y esta obedecer al marido» por este otro: «El marido y la mujer se deben protección y consideraciones mutuas». La vida del club era toda una hermandad feminista, pero era constantemente atacada por la prensa reaccionaria, grupos como la Unión de Damas Católicas del Sagrado Corazón, claramente antisufragista, e intelectuales conservadores, para quienes sus reuniones y fiestas eran una tapadera para orgías y conspiraciones. Se calificaba como lugar «funesto», al mismo tiempo que «exótico». Incluso se propuso, por organizaciones antifeministas como la Archicofradía del Inmaculado Corazón de Jesús, el confinamiento en hospitales mentales de sus integrantes.
Su local, situado en el número 31 de la calle Infantas, en pleno centro de Madrid, y que recibía el nombre de Casa de las Siete Chimeneas, parecía la «Casa del Mal» a los ojos de muchos y muchas madrileñas. Además, esta casa fue uno de los lugares más inquietantes de la capital. Durante décadas se habló de extrañas apariciones, supuestamente sobrenaturales, y crímenes varios que escondían sus paredes. Con la llegada de las feministas, la «leyenda negra» aumentó.
Sirvió de inspiración para otras mujeres de todo el país. Con la llegada de la República, que alentó los ateneos y comités feministas, en Barcelona se inauguró otro Lyceum.
El falangismo, el virulento fascismo y las columnas de agitadores franquistas pusieron fin a su existencia. Con el triunfo del fascismo, la Falange tomó el local y, en lugar del Lyceum, abrió el Club Medina, que también era revista, gestionado por mujeres falangistas pertenecientes a la Sección Femenina. Nacía así la institucionalización de los colectivos de mujeres entregadas a la familia, la patria y el deber social. Moría un sueño.