Armaduras contra obuses: así fue la guerra más extraña y salvaje
/Miles de soldados y voluntarios marcharon a la Primera Guerra Mundial con arcaicas armaduras, sables ancestrales o viejos arcabuces. Aquella fue la carnicería más extraña, anacrónica y salvaje
El estallido de la Gran Guerra les pilló a todos casi por sorpresa. Durante meses habían crecido los rumores sobre el crecimiento de las hostilidades, pactos secretos y enfrentamientos de todo tipo. Muchos no le dieron valor ninguno a aquel alud de noticias, la mayoría infladas por la retórica nacionalista. Francia sacaba pecho. Pensaba que, en caso de una hostilidad bélica, la situación se recompondría inmediatamente. Acabarían con los boches en un par de semanas.
«El presurrealista Guillaume Apollinaire dedicó poemas enteros a aquellos prodigios. Habló sobre las “maravillas de la guerra”»
Vicente Blasco Ibañez, autor de la gran novela Los cuatro jinetes del apocalipsis (1916), se trasladó a París y vivió más o menos cerca de los sucesos de la guerra. La línea del frente llegó hasta casi la periferia de la ciudad. Los taxis llegaron a llevar a aquellos voluntarios que deseaban marchar a combatir en el frente. Hileras interminables de vehículos poblaron campos devastados. El escritor español recogió magistralmente todo eso, pero también narró los desfiles y la euforia inicial. Abuelos y ancianos que desempolvaban viejas escopetas y arcabuces, portaban sables o llevaban antiguos cascos. Toda aquella algarabía se vino abajo cuando se mostró el rostro destructor de una guerra que pondría de moda lo metálico, los sonidos atronadores, los destellos fulgurantes. El presurrealista Guillaume Apollinaire dedicó poemas enteros a aquellos prodigios. Habló sobre las «maravillas de la guerra». Luego, al cabo de un tiempo, llegaron las noticias de la masacre sobre los belgas. Pero también regresaron los primeros mutilados. Entonces todos enmudecieron.
En la Primera Guerra Mundial se puso en circulación material de guerra anacrónico y ya en desuso. Como guerra casi experimental (con los obuses como atracciones celestes), hoy puede encontrarse en rastros y memorabilias bélicas un sinfín de quincallería y armas ancestrales pero que, paradójicamente, se usaron durante la contienda. Batallones de caballería o de caballeros con armaduras, espadas y sables tanto de uno como de otro bando. Los alemanes, por ejemplo, usaban armaduras, al menos los pertenecientes al «Trench Attack Squad». Servían para poco: quizás detendrían una vieja pistola pero no un arma con una potencia mayor. Antiguallas para una modernidad que sembró de cadáveres Europa.