Cuando Zambia quiso conquistar Marte
/En los años sesenta, Zambia puso en marcha un programa espacial para conquistar el planeta rojo. Los entrenamientos de los «afronautas» consistían, por ejemplo, en encerrarlos en un barril y lanzarlos cuesta abajo.
La cuenta atrás ha comenzado. 10, 9, 8, 7... Todo el país tiembla solo de pensarlo: el primer hombre ¡africano! que llega al espacio exterior. 6, 5, 4, 3, 2, 1. La odisea es colosal, pero el fervor alcanza cotas nunca vistas cuando por vez primera el ser humano llega a la superficie del misterioso Marte. El astronauta (mejor aún, el afronauta) se detiene y, tras unos segundos, desenrolla la bandera de… Zambia.
En los primeros sesenta, con medio mundo hirviendo por revoluciones en marcha y África en plena hecatombe nacionalista y proafricanista, Edwar Musaka Nkoloso, un antiguo sargento del ejército, quiso demostrar a su manera que los hombres de Zambia no eran inferiores a americanos y rusos. En absoluto. Así que, en 1964, con motivo de la celebración de su independencia del Imperio británico, iniciaron un programa espacial que dejó boquiabierto al mundo, posiblemente también al propio Nkoloso, autoproclamado director de la Agencia Espacial de Zambia (por supuesto casi inexistente, salvo un campo de entrenamiento y unos aguerridos protoastronautas que se jugaban la vida en cada prueba), que no dudó en posar ataviado con un precario casco del ejército británico y una capa majestuosa, al estilo de un héroe de ciencia ficción tomado de las páginas de un cómic, y asegurar que Zambia conquistaría el espacio.
Nkosolo mostró el duro entrenamiento a que sus sacrificados astronautas eran sometidos, aún a riesgo de poner sus vidas en peligro. Por medio de unas poleas eran subidos a los árboles, para que experimentasen las alturas, para luego ser lanzados hacia abajo.
Otra prueba, que recuerda a las crueles novatadas juveniles, consistía en encerrar a los astronautas en barriles llenos de aceite y lanzarlos pendiente abajo. De este modo, debían intentar andar a gatas en el interior del tonel, porque según él solamente a gatas podía avanzarse por la extraña superficie del desconocido planeta que el mismo Nkosolo había contemplado con su telescopio.
El periodista que graba la noticia, un corresponsal de The Times, no podía ni tan siquiera gesticular palabra alguna. Había ido a cubrir una anodina celebración patriótica y se encontró con… aquello. Nkosolo, que habla ante las cámaras con gesto serio, le ofrece todo tipo de detalles: una docena de astronautas entrarían en órbita, junto a una chica menor de edad y varios gatos, y conquistarían Marte. Los lanzarían por medio de una gran catapulta que los mandaría directos al espacio exterior, pero claro, hacía falta dinero. Mucho dinero, millones de dólares. Nkosolo, desde una gran plantación dedicada a la instrucción, aprovecha para solicitar a la UNESCO una ayuda financiera, todo con tal de conquistar lo ignoto. Además, según el supremo jefe de la aún precaria industria aeroespacial de Zambia, rusos y americanos habían infestado el país, todo ellos dispuestos a robarle los secretos de su odisea. Advierte, además, que no desea imponer el cristianismo a los habitantes del lejano planeta, no sea que les pase lo mismo a ellos y acabe la aventura en motines de proporciones cósmicas. Los marcianos serían cristianizados solamente si ellos lo deseaban.
Hace unos años, la fotógrafa Cristina de Middel (Alicante, 1975) retrató aquella increíble historia con una serie fotográfica que tituló Afronautas y en la que reconstruyó los trajes y la ambiciosa empresa panafricana.
El proyecto de viaje sideral no prosperó. La única astronauta mujer quedó embarazada tras los entrenamientos y sus padres, despavoridos al ver las pruebas, lograron rescatarla y que abandonase el proyecto. Era el año 1969. Nkosolo, que aseguró que su nave había sido saboteada por agentes extranjeros, fundamentalmente la KGB soviética, perdió la fe en su sueño, pero poco después quiso presentarse a la alcaldía de Lusaka, algo que tampoco consiguió. Falleció en marzo de 1989, pero aún hoy hay quienes lo recuerdan como un hombre inspirador y valiente.