Barcelona secreta: La Criolla o el cabaret infinito
/Jean Genet travestido, flappers en acción, broncas a medianoche. El cabaret barcelonés de La Criolla, durante los años treinta, fue el centro de la noche más fascinante y secreta.
Era el lugar al que había que ir. Toda la bohemia, los bajos fondos, el hampón barcelonés pasaba por allí. Un periódico madrileño lo definía de esta forma: «La Criolla es el centro aristocrático donde se funden los soldados del cercano cuartel de Atarazanas, los marinos de la Aeronáutica naval, los obreros sin familia, los chulillos, los carteristas, los vulgares ladronzuelos, los borrachos empedernidos que, en cuanto beben dos copas de más, trazan un programa político al ritmo de un charleston».
En los años treinta toda Barcelona hablaba y polemizaba sobre La Criolla, el legendario cabaret situado en el número 10 de la calle Cid, muy cerca de las Drassanes al que fue a parar Jean Genet, el auténtico y rabioso literato que encandiló a los existencialistas y surrealistas franceses.
Genet habló del local en Diario de un ladrón, en el que cuenta que para poder prostituirse en este local, el dueño le obligaba a travestirse. ¿Conoció Genet a José Márquez Soria, «Pepe el de La Criolla», su dueño, que al mismo tiempo hacía de confidente de la policía?
El actor Douglas Fairbanks Jr. conoció el local y lo que vio lo dejo atónito: «No he visto una cosa parecida; ni en Saigón, ni en Shangai, ni en Port Said, en ningún lugar», afirmó. La misma impresión tuvo Simone Weil, que acudió una noche en su visita a la ciudad en 1933. La mala fama de La Criolla, inaugurado en 1925, le acompañaba en aquella Barcelona que acogía al mundo marinero, a los fugados y contrabandistas. La Estampa, en un reportaje publicado en noviembre de 1933 tras aprobarse la Ley de Vagos, describió la situación del hampa tanto en Madrid como en Barcelona. En esta última, valoró la aplicación de la Ley de este modo: "Si los hay optimistas, los hay también pesimistas. Los efebos de La Criolla se dan aires hombrunos y alargan los pasos a lo gañán por las callejuelas obscuras. Los cerilleros que ofrecían morfina y cocaína a las tres de la madrugada junto al cuartel de Atarazanas, no llevan ya más que cajas llenas de cerillas. Los rufianes franceses y polacos tienen sus maletas preparadas, y conocen las salidas de los barcos que ponen proa hacia todas las Marsellas del Mundo. Si aplican la Ley a rajatabla, el barrio Chino será un lugar deshabitado dentro de pocos meses. ¿Quién podrá reconocer en una calle del Arco del Teatro, habitada por profesores de Economía, higienistas y señoras del Ejército de la Salud, la entrada de aquella infecta y pútrida encrucijada de tantos caminos del mundo?"
En esa misma calle, pared con pared, estaba otro garito del hampón barcelonés, La Taurina, un local de toreros y no toreros. Junto a estos, el panorama era desolador: las temidas Casas de Dormir.
La Criolla abrió sus puertas en lo que anteriormente había sido una posada de mala muerte. Esta era la época de las noches sin fin y las orquestas, los dandis y la morfina y cocaína, las broncas y los matones. La prostitución masculina y femenina se disfrazaba de transformismo, como una isla en la que casi todo estaba permitido. Las fotografías que se conservan de aquel mundo nos parecen sorprendentes e inauditas. Actuaciones de la flapper Josephine Baker o imitaciones de Concha Piquer. Es el mundo del carnaval y la fiesta. Son excesivas y bellas: hombres vestidos de mujer y viceversa.
La edad de oro llegaría con la República, durante la cual se abrieron otros muchos garitos de ese estilo. Adolfo Hueso, anarcosindicalista, nos cuenta en Recuerdos de un cenetista: «En La Criolla era el viejo transformista Bertini, que en sus mejores tiempos llegó a hacer dudar si era hembra o macho... Enfrente la estrella era Mirco, lleno de juventud, luciendo un deslumbrante vestuario femenino, que las malas lenguas afirmaban que era pagado por un conocido fabricante, que harto del amor fácil había optado por el homosexualismo».
La Criolla debió ser muy frecuentado por el ambiente anarquista. José Peirats, recordando los días previos a la guerra civil, cuenta lo siguiente: «En julio del 36, cuando todos íbamos armados hasta los dientes, no dejaba entrar con armas a nadie en la “Soli”, que dirigía. En septiembre de aquel mismo año la CNT rompió el fuego de nuevo, pero esta vez para llevar ministros a la Generalitat. Callejas dimitió de director de “Soli”. Ocupó la plaza Toryho. Cuando este vino de Madrid para ser de plantilla en “Soli”, allá por el 1933, ya gozaba de antipatías o envidias entre algunos intelectuales confederales barceloneses no tan jóvenes. Estos quisieron jugarle una mala pasada. Fueron a recibirle a la estación y en vez de acompañarle a la sede orgánica quisieron llevarle a un famoso cabaret llamado La Criolla».
Su final fue épico y triste. El franquismo, en caso de sobrevivir a la guerra, no lo respetaría. Lo mismo que los nazis. El 24 de septiembre de 1938, durante un bombardeo sobre Barcelona a manos de aviones alemanes, una bomba arrasó con La Criolla, que murió con las botas puestas, lo mismo que quien fuese su dueño, Pepe, fallecido poco antes en un misterioso asesinato.