La gran biblioteca de sexo y bestialismo del falso doctor Lucenay

Chicas pinchándose, un volumen dedicado al sexo con animales, el sadomasoquismo o los ritos satánicos, Ángel Martín de Lucenay, un falso doctor que se decía especialista en sexo, fue nuestro gran impulsor del bizarrismo y el prepulp

 

La editorial madrileña Fénix lo presentaba como «diplomado en Sexología por la Escuela Libre de Sexología de Río de Janeiro», así como «ex agregado en las misiones de Lucha contra la trata de blancas en Sudamérica y Tráfico de estupefacientes en Extremo Oriente». De lo segundo no se supo más, pero su título, que lo convertía públicamente en todo un «experto» en sexología, era un completo fraude. Ahora, en diciembre de 1935, hizo incluir la noticia siguiente. La embajada brasileña había montado en cólera: «Acerca de la publicación de un folleto La Legación del Brasil en España nos ruega hagamos constar que el señor don Martin de Lucenay, que ha publicado un folleto con el título de "Temas sexuales'' atribuyéndose la dignidad de "Doctor en Sexología de la Escuela de Estudios Sexológicos de Río de Janeiro", ha inventado un cargo que no existe, por ser inexistente tal Escuela en el Brasil. El señor Martín de Lucenay se ha comprometido, pues, ante la Legación a retirar los ejemplares del mentado folleto en que figura dicho título».

Su biografía es en gran medida oscura. Sabemos que nació en Badajoz y que trabajó en el diario El Periódico de la Mañana de esa misma ciudad utilizando el alias de «El pájaro». Fue por aquellos años cuando se inventó un sobrenombre que le diera réditos como divulgador seudocientífico: había nacido el doctor Lucenay.

Lucenay fue uno de los adalides del prepulp y el bizarrismo en los años treinta, coincidiendo su inmensa obra y frenesí editorial con el auge de las novelas picantes, el soft porn y la sicalipsis. Sus libros, todos con portadas impactantes (chicas pinchándose, un volumen dedicado al sexo con animales, el sadomasoquismo, ritos satánicos, los paraísos artificiales…), se vendían un poco más caros que el resto. Lo «prohibido» se pagaba bien. El supuesto interés científico de sus decenas de publicaciones escondía el morbo, el erotismo y la desnudez. Junto a sus ensayos, de unas noventa páginas, se incluían fotografías, muchas de ellas obra de los célebres hermanos Mayo, de prostitutas en el barrio Chino de Barcelona, taxi-girls o golfillos, siempre acompañadas de pies de foto sacados de contexto, denigratorios y sensacionalistas. Las ideas que exponía Lucenay, comparadas con otras de «especialistas» de la época no eran de las más homófobas. Aun así afirmaba que la homosexualidad era una  perversión  del  instinto  sexual  debida  a  razones  biológicas  o psíquicas  (o  a  las  dos  a  la  vez  en  un  complejo  juego  etiológico)  y una  práctica  que  necesitaba  ser  tratada  con  un  cierto  grado  de  simpatía  y  con  conocimiento  científico  por  ser  un  tema  de  interés para  la sociedad.  A pesar de ello, de sus comentarios misóginos y racistas, tenía algunas ideas progresistas, como su defensa del plan de estudios soviético de educación sexual y el sistema deportivo se ofrecen como programas educativos ideales. Su invención carecía de límites: en una de sus obras describía sociedades secretas de adoradoras de Safo o sexo gay en las trincheras del frente republicano.

Su nombre fue frecuente en los años de la República y sus anuncios estaban insertos en casi todos los diarios. Se presentaba como un divulgador «serio y riguroso» de temas sexuales, un doctor y científico a la altura de Gregorio Marañón. En 1933 publicó nada más y nada menos que sesenta libros para la colección Temas Sexuales de la Biblioteca de Divulgación Sexual de la madrileña Editorial Fénix. Cada volumen (21 x 15 cm.) tenía 89 páginas, más ocho páginas para los fotograbados. Posteriormente, y a raíz de su gran éxito –fue uno de los best sellers de aquellos años–, en 1936 la Editorial Cisne le publicó la serie Cultura Física y Sexual, con una fórmula idéntica a su predecesora, incluyendo «curiosas fotografías fuera de texto» impresas en papel cuché satinado. Algunas obras que no iban firmadas por Lucenay, salieron con otros pseudónimos, aunque con toda probabilidad se trataba de la misma persona. Esta estrategia de distracción era habitual en los años del prepulp, el bolsilibro y la novela por entregas. Muchas de las fotografías, impresas en blanco y negro, también eran de los hermanos Mayo. Las tremendas ilustraciones de las portadas, siempre en colores rojo y negro, no las firmaba ningún artista, algo que era habitual en aquellos años, sobre todo en publicaciones polémicas y obscenas.

Con la Guerra Civil, Lucenay, considerado por el franquismo como un propagador de ideas «degeneradas», tuvo que huir a México, donde llegó a ser director de cine. Allí dirigió las películas A lo macho y La Valentina, con Jorge Negrete. Ambas, sin embargo, fueron un gran fracaso comercial. También hizo de guionista, siendo principalmente recordado por ser el creador en 1959 de la popular historieta mexicana Chanoc con el dibujante Ángel Mora, aunque solo pudo guionizar una veintena de números, al fallecer en 1960 en Ciudad de México.

En nuestro país su inmensa obra acabó en las llamas del nuevo régimen, en bibliocaustos sobrecogedores.