Caminantes blancos en albornoz sucio


Alana Portero desciende a las «catacumbas de la ficción» para hablarnos de Game of Thrones y de emancipaciones que iluminan: «La ficción, los relatos, cuentan más de nosotros que nuestras propias acciones. Una civilización pervive a través de las historias que inventa y conserva. Su relación con ellas es la clave para entenderla en toda su complejidad»

                            POR ALANA PORTERO (*)

Mi primera y más habitual defensa de Star Trek cuando me piden opinión es que se mueve sobre la premisa de explorar la maravilla. No es territorio para nihilistas de saldo que leyeron a Ligotti en albornoz y con las manos perdidas de polvo de risketos. La capacidad de maravillarnos es un tesoro del que nos desprendemos al crecer, creo que por aprendizaje; hay en la exteriorización de la emoción una especie de señalamiento, una presunción de inocencia, falta de criterio o puerilidad que me resulta aberrante. Como si el paso del tiempo y una mala asimilación del logos nos hubiera convertido en reptiles a los que nunca se les acaba de calentar la sangre. Tampoco vamos a descubrir a estas alturas que la emocionalidad exenta de furia está tradicionalmente asociada a las mujeres, por tanto es un rasgo que debe ser depurado en un mundo que se mueve en coordenadas de machos alfa. Inconmovibles por nada más allá que la épica de la sumisión y el «aplastar enemigos, verlos destrozados y oír el lamento de sus mujeres» de aquel Conan hierático de John Milius y Arnold Swarzchenegger. La celebración de la belleza, de los gestos de amor o lealtad, del cariño, se castiga con dureza. Todo ha de pasar por los terrenos de lo iracundo para resultar legítimo.

«La capacidad de maravillarnos es un tesoro del que nos desprendemos al crecer, creo que por aprendizaje; hay en la exteriorización de la emoción una especie de señalamiento, una presunción de inocencia, falta de criterio o puerilidad que me resulta aberrante»

UN VISTAZO A LAS CATACUMBAS DE LA FICCIÓN

La ficción, los relatos, cuentan más de nosotros que nuestras propias acciones. Una civilización pervive a través de las historias que inventa y conserva. Su relación con ellas es la clave para entenderla en toda su complejidad.

De un tiempo a esta parte, ocurre algo interesante con el fenómeno Game of Thrones. Tomando como excusa el adelantamiento de la serie a los libros de G. R. R. Martin, han ido creciendo un tipo de críticas que se han hecho insoportables. Nada que objetar a las valoraciones personales a esta o cualquier otra ficción, faltaría más, todo que objetar a ciertas inercias grupales más que sospechosas que descubren nuestras vergüenzas como sociedad. Relatos paralelos que nos cuentan y nos dejan en un lugar como mínimo incómodo.

«Tomar distancia y preguntarnos de dónde salen nuestras objeciones a lo que vemos o leemos es un ejercicio sanísimo que nunca le ha hecho mal a nadie. Intentar conservar la capacidad para explorar y ceder ante la maravilla tampoco es mala idea en un mundo devorado por el cinismo y la hipervigilancia»

Los guionistas de GoT han abandonado las catacumbas de la ficción y han abierto las ventanas. Se percibe una toma de conciencia necesaria en las tramas, una madurez hija de su tiempo y cierta permeabilidad a las demandas de una parte de la sociedad que reclama referentes. La serie ha llegado, conceptualmente, al siglo XXI, ha alcanzado la evolución necesaria para descartar manierismos propios de cierta fantasía épica apolillada y ha prescindido de violencias obvias que no aportan a la trama más que horror morboso.

Juego de Tronos ha dejado de violar a sus protagonistas femeninas, ha dejado de exhibir sus cuerpos como cebo para espectadores acostumbrados a acechar en setos y las ha ido colocando en posiciones de poder o preeminencia, al tiempo que muchos de los héroes masculinos han aceptado sin vergüenza su papel de gregarios.

De repente se multiplican las acusaciones de malos guiones, tramas mal resueltas y personajes echados a perder.

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«Los guionistas de GoT han abandonado las catacumbas de la ficción y han abierto las ventanas. Se percibe una toma de conciencia necesaria en las tramas, una madurez hija de su tiempo y cierta permeabilidad a las demandas de una parte de la sociedad que reclama referentes»

El ejemplo palmario de esta tendencia viscosa es Sansa Stark. Un personaje que canaliza odios viscerales por haberse comportado como una niña asustada cuando le tocaba y, con todo, sobrevivir a sus maltratadores y usar todo ese dolor como coraza de dignidad. Una líder forjada en lo abyecto que sigue adelante y se impone. Arya tampoco se libra de estos sesgos mostrencos, es celebrada cuando se comporta como un muchacho, a partir del reencuentro con su hermana y del amor que se tienen la una a la otra, su personaje es cuestionado continuamente y sus momentos brillantes de pronto entran en el saco de las cosas que se podían haber hecho mejor.

Tyrion, personaje al que adoro, en cambio puede cometer torpezas, pero basta recordarle meando desde lo alto del muro o saltando de puta en puta para perdonarle. El propio Jon, pasa de héroe a insulso cuando se enamora y se doblega a los deseos de su reina. Ningún ejemplo mejor para ilustrar estos sesgos pestilentes que Jorah Mormont. Un tipo admirado al principio, cuando solo sabemos de él que fue un esclavista y que está enamorado de la forma más pegajosa de una cría a la que triplica la edad; y detestado cuando evoluciona con la serie y aprende, por las malas, a gestionar lo que siente y a tomar distancia sin renunciar a la lealtad y al amor. Cuando consigue que Daenerys vuelva a estar cómoda con él es cuando se le echa encima la opinión incel y pasa a ser el pagafantas mayor de Poniente.

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EMANCIPACIONES QUE ASUSTAN

Cuántas cosas has aprendido mal si te parece intolerable que la ficción pueda narrar historias de amor desinteresado.

Observo una inevitable conexión entre ese nihilismo de baratillo que necesita resoluciones retorcidas, complejísimas y basadas en la sumisión, y el escozor producido por las mujeres que toman el mando y se realizan de alguna manera. Me cuesta imaginar qué putrefacción te parasita el alma para no encontrar la belleza en esa Brienne de Tarth poniéndose en pie, con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa preciosa, en el segundo episodio de la última temporada. Ni siquiera es la felicidad de las mujeres lo que indigna al espectador mohoso, es la emancipación.

En los últimos 20 años de mi vida he saltado y gritado delante de una pantalla dos veces, ambas se las debo a GoT, la primera durante el juicio a Peter Baelish, la segunda, durante ESA escena final del descomunal tercer episodio de la octava de temporada que acabamos de ver en la que tú también saltaste.

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«Observo una inevitable conexión entre ese nihilismo de baratillo que necesita resoluciones retorcidas, complejísimas y basadas en la sumisión, y el escozor producido por las mujeres que toman el mando y se realizan de alguna manera»



Benditos agujeros de guión y malas resoluciones que me devuelven a lugares de pura diversión que casi había olvidado. Me niego a caer en la trampa grimdark y aceptar el desastre como dinámica rectora de la que no podemos escapar ni cuando contamos historias.

Tomar distancia y preguntarnos de dónde salen nuestras objeciones a lo que vemos o leemos es un ejercicio sanísimo que nunca le ha hecho mal a nadie. Intentar conservar la capacidad para explorar y ceder ante la maravilla tampoco es mala idea en un mundo devorado por el cinismo y la hipervigilancia.


ALANA PORTERO (aka «La Gata de Cheshire»). Medievalista, bruja, antropóloga y hacker de género. Ha pertenecido a más de doce sectas apocalípticas y ha sobrevivido a todas. Se sacó un ojo solo para poder llevar parche. Habla una jerga compuesta por más de diez lenguas muertas y ha olvidado cómo comunicarse en el presente, por eso trabaja sola. Consiguió su actual puesto en Agente Provocador asesinando al Agente Fauno, antiguo miembro de la banda negra. También conocida como la Poison Ivy del barrio de San Blas. Muy peligrosa.

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