Carlos Zéfiro y los «catecismos» eróticos brasileños
/Durante las décadas de 1950 y 1970, Brasil se volvió loco con las historias eróticas creadas de manera clandestina por un enigmático dibujante llamado Carlos Zéfiro del que nadie, ni siquiera las autoridades, sabían nada.
Las representaciones gráficas de tipo sexual han existido desde hace milenios. Aunque las pinturas rupestres más famosas sean aquellas que muestran escenas de caza o animales, hay cavernas que albergan dibujos de penes, vulvas y representaciones de coitos que hacen que, más que de grutas, parezcan los servicios de una estación de autobuses.
Esa temática continuó abordándose en épocas posteriores y fue incorporando los avances de las diferentes técnicas de reproducción. Desde la aparición de la imprenta, además de para crear Biblias de cuarenta y dos líneas, el invento de Gutenberg sirvió para reproducir textos y estampas pornográficas.
En el siglo XX, la popularización de la impresión offset y de nuevos lenguajes como el cómic hicieron que surgieran en Estados Unidos las Biblias de Tijuana, unos cuadernillos que reproducían historias pornográficas protagonizados por personajes de tebeo o artistas de Hollywood y que se vendían de forma clandestina por todo el país.
Unas décadas más tarde, surgió en Brasil un fenómeno semejante al estadounidense, aunque mucho menos conocido y en el que destacó un artista al que se le atribuyen más de ochocientas de esas obras que, más allá de su contenido pornográfico, son valiosas piezas de gráfica popular: Carlos Zéfiro.
Cálido y húmedo
Alcides Aguiar Caminha era un empleado del departamento de inmigración del Ministerio de Trabajo brasileño. Estaba casado, tenía cinco hijos y su sueldo como funcionario público no alcanzaba para mantener a su familia ni su vida bohemia. Amigo de acudir a las rodas de samba y autor de varias de esas composiciones junto a Nelson Cavaquinho, como A Flor e o Espinho, Capital do Samba y Notícia, Aguiar Caminha decidió conseguir un sobresueldo dibujando historias pornográficas.
Sin embargo, la decisión no dejaba de ser arriesgada. Corrían los años 50, la pornografía en Brasil estaba prohibida y el estatuto de los funcionarios públicos contemplaba el despido de los empleados si eran sorprendidos en actividades escandalosas. Ante semejante situación, Alcides Aguiar Caminha se vio en la necesidad de buscar un pseudónimo. El nombre elegido fue Carlos Zéfiro, inspirado en el de un autor de fotonovelas mexicanas, aunque difícilmente hubiera habido otro que encajase tan bien en la labor creativa de Aguiar Caminha, pues Céfiro –o Zéfiro en portugués– es un viento caliente y húmedo que sopla del oeste.
Zéfiro, autor de los guiones y de las ilustraciones que copiaba de fotonovelas y revistas pornográficas extranjeras, creaba sus trabajos directamente sobre papel vegetal para poder insolar las planchas sin necesidad de sacar fotolitos. El formato de sus cuadernillos era reducido, para que cupieran discretamente en un bolsillo y se pudieran almacenar fácilmente. Solían tener 24 o 32 páginas, para optimizar los pliegos, y estaban impresas a una sola tinta que podía ser negro, azul, verde o rojo. Las tiradas oscilaban entre los cinco mil y treinta mil ejemplares y su distribución era clandestina, a través de quiosqueros cómplices que solo los vendían a los clientes de confianza.
En una época de represión sexual, los cuadernillos de Zéfiro corrían de mano en mano por todo Brasil gracias, no solo a su contenido explícito, sino a la creatividad con la que el autor abordaba las historias. Destinados a un público eminentemente heterosexual y dibujados con un trazo tosco y primitivista, los relatos no eran una mera sucesión de escenas pornográficas, sino que tenían una estructura narrativa más o menos elaborada, algunas dosis de humor, bastante imaginación y referencias a la cultura brasileña, que los hacían más cercanos para los lectores.
¿Y quién es él?
El éxito de los libros de Zéfiro, conocidos popularmente como catecismos, fue tal que, en 1970, el gobierno de facto de Emílio Garrastazu Médici decidió encontrar a Zéfiro y poner así fin a la producción de sus novelitas eróticas. Sin embargo, las autoridades no pudieron dar con él. Nadie conocía su verdadera identidad y las investigaciones solo consiguieron encontrar a uno de los editores, el impresor Hélio Brandão, al que se le incautaron más de cincuenta mil ejemplares de los catecismos. Aunque él sí sabía quién era Zéfiro, no reveló el verdadero nombre del artista y, después de permanecer tres días en comisaría, fue liberado.
Para tranquilidad de las autoridades brasileñas, con la legalización de la venta de revistas eróticas, el interés por los catecismos de Zéfiro comenzó a decaer a lo largo de los años 70. Los dibujos toscos y a una tinta no podían competir con las fotografías a color de esas publicaciones. A pesar de ello, algunos editores siguieron reimprimiendo sus historias y, ya en los años 80, su trabajo comenzó a ser valorado por sociólogos, historiadores, teóricos de la imagen e ilustradores, que comienzan a publicar ensayos académicos sobre su trabajo.
No obstante, todavía en esa época la identidad de Zéfiro era una incógnita. Hubo que esperar hasta 1991 para que Alcides Aguiar Caminha decidiera declarar que él era el verdadero autor de esas historias. Fue en la revista Playboy, después de que el dibujante bahiano Eduardo Barbosa afirmase falsamente que él era Carlos Zéfiro. De hecho, las dudas al respecto eran tales que tuvo que ser Hélio Brandão, el impresor que había sido detenido por la dictadura, el que tuvo que confirmar que Aguiar Caminha y Zéfiro eran la misma persona.
Apenas un año después de esa revelación, Alcides Aguiar Caminha falleció. Desde entonces, su fama no ha parado de crecer gracias al uso de sus imágenes por parte de artistas como Marisa Monte y a las reimpresiones de sus trabajos. Unas ediciones cada vez más cuidadas en lo que a la edición se refiere y contextualizadas históricamente, en las que ya no es tan importante el contenido sexual como el talento del autor para desarrollar su trabajo, tanto en el aspecto gráfico como narrativo.