«Pregúntale a Alicia» y «Curious Alice»: iniciativas antidroga que salieron regular
/El libro «Pregúntale a Alicia» y el cortometraje educativo «Curious Alice» pretendían alejar a los chavales de los 70 de las drogas, pero su forma de abordar el tema invitaba a lo contrario.
A principios de los 70, las drogas eran uno de los temas preferidos de los medios de comunicación estadounidenses. En plena resaca del verano del amor, el miedo y alarmismo sobre los estupefacientes hacía que las revistas, periódicos y libros que hablaban del tema se vendieran por miles.
A esos materiales en el ámbito adulto, se sumaban los programas de prevención del consumo de drogas diseñados por el gobierno de Estados Unidos para ser implementados en institutos y colegios. Unos materiales didácticos que, bien por ser excesivamente exagerados, bien por ser muy torpes en su planteamiento, en ocasiones provocaban efectos inesperados que iban desde la hilaridad a la apología del uso de estupefacientes. Ese es el caso de dos iniciativas antidroga diferentes que coincidían en que estaban protagonizados por dos Alicias: Pregúntale a Alicia (Go ask Alice) y Alicia la curiosa (Curious Alice).
El primero de ellos fue un libro anónimo que se publicó en 1971, traspasó fronteras y llegó a formar parte de la bibliotecas de colegios, institutos e incluso familias españolas donde entró, en muchos casos, gracias a la edición en tapa dura de Círculo de Lectores. Pregúntale a Alicia estaba escrito en primera persona porque, según explicaban los mensajes promocionales, era en realidad la transcripción del diario íntimo de una adolescente norteamericana.
Aunque Pregúntale a Alicia se promocionó como el diario real de una joven anónima, en realidad era pura ficción que podría haber salido del departamento de prensa de la DEA.
En el libro, Alicia, que había comenzado a escribir su diario con apenas 15 años, contaba cómo había pasado de ser una estudiante modelo a caer en el más profundo de los infiernos por culpa de las drogas. En ese periplo, la muchacha lo había perdido todo: había perdido el curso, había perdido a sus amigos, a su familia, sus pertenencias... Lo que nunca perdió, curiosamente, fue el diario.
Como no podía ser de otra manera, en la historia de Alicia no había medias tintas ni matices. De hecho, el relato seguía las leyendas más manidas y maniqueas relacionadas con los estupefacientes: como «se empieza por los porros y se acaba en la heroína», no sin antes pasar por el consumo de alcohol, tabaco, barbitúricos, LSD, anfetaminas y sufrir algunas experiencias traumáticas como una violación, prostituirse para conseguir droga y tener una experiencia lésbica que, en 1971, no debía de estar muy bien visto. Al final, la muchacha fallecía y el diario se encontraba póstumamente por una tercera persona, al igual que le sucede a Cide Hamete Benengeli con el manuscrito de El Quijote en el Alcaná de Toledo aunque, eso sí, la calidad literaria de ambos títulos es desigual.
Si bien durante años se afirmó que Pregúntale a Alicia era el diario real de una joven real, cualquiera que lo leyera se daba cuenta de que la historia era pura ficción que podría haber salido del departamento de prensa de la CIA o incluso la DEA (Drug Enforcement Administration). La realidad, no estaba demasiado alejada de esas hipótesis, pues la verdadera autora de la historia de Alicia había sido Beatrice Sparks, una psicóloga mormona estadounidense especializada en orientación de adolescentes y que, aunque vendió la historia como anónima, tuvo al fallo de registrarla con su propio nombre en la propiedad intelectual estadounidense.
En todo caso y a pesar de haberse desvelado la identidad de la autora, los medios siguieron alimentando la leyenda de Alicia afirmando que, aunque Sparks redactó el texto, se había basado en las vivencias de una de sus pacientes, afirmación que, no solo no era cierta, sino que hubiera dejado por los suelos la deontología profesional de la doctora Sparks que, tras el éxito obtenido con el libro de Alice, intentó repetir la hazaña. En esta ocasión se trató de Diario de Jay, en el que narraba la vida de un chico que había caído en las garras de una secta satánica. Como en el caso de Alice, el muchacho acababa muerto y, al igual que la adolescente, Jay tampoco existía.
Alicia curiosa
El mismo año que se publicó Pregúntale a Alicia, en los colegios e institutos de Estados Unidos se comenzó a proyectar Curious Alice. Este cortometraje de dibujos animados e imagen real de doce minutos de duración se inspiraba en el libro de Lewis Carroll para mentalizar a los niños de entre 10 y 12 años sobre el abuso de los estupefacientes.
Como en el caso del personaje del escritor británico, esta Alicia veía pasar un conejo blanco al que decidía seguir. Cuando quería darse cuenta, se encontraba en una madriguera con diferentes armarios en los que había productos variados. A saber: medicamentos de libre adquisición, drogas con receta, tabaco y alcohol. Como en el libro original, la niña tenía que beber de una botella para poder acceder a ese país de las maravillas y vaya si lo hacía.
Alicia bebía y gracias a ello, entraba en un mundo de fantasía en el que conocía a una oruga que fumaba marihuana, una liebre de marzo puestísima de anfetaminas, un lirón hasta arriba de barbitúricos, al Sombrerero loco alucinando con LSD y a la reina de las drogas: la heroína. En definitiva, un viaje por los tóxicos más populares de los 70 que la pequeña Alicia realiza con más placer y diversión que terror. Un detalle del que los responsables del corto, el Departamento Estadounidense de Salud, Educación y Bienestar (U.S. Department of Health, Education and Welfare), no fueron conscientes hasta que el filme ya estaba en circulación.
Tanto Pregúntale a Alicia como Curious Alice fueron utilizados como material didáctico y, en ambos casos, con unos resultados que no eran precisamente los deseados. Como ya se ha referido más arriba, Pregúntale a Alicia no era precisamente Cristina F y Los niños de la estación del Zoo y su forma de presentar las desventuras de la protagonista era tan exagerada que más que miedo, provocaba risa. Por su parte, el cortometraje de Curious Alice y el material didáctico que se enviaba a las escuelas, lejos de desincentivar la experimentación con los estupefacientes, más bien invitaba a disfrutarlos de forma lúdica.
Entre esos materiales se encontraban crucigramas, tests, dibujos para colorear, consejos sobre cómo usar las drogas de manera responsable, experimentos caseros para conocer gráficamente los efectos de las diferentes drogas en el organismo, recortables para saber en qué armario deben ir los barbitúricos, en cuál el alcohol y en cuál el tabaco… En definitiva, datos demasiado atractivos para chavales de 10 y 12 años, al menos si se tiene en cuenta los fines que buscaban esos pedagogos que, más que informar a los chavales sobre tóxicos, buscaban atemorizarlos. Dicho esto, ahora, a dibujar.