La más macabra de las danzas

Muerte intoxicada (1919) de Percy John Delf Smith.

Hace más de quinientos años que la Danza de la Muerte forma parte del imaginario visual europeo. Inmersos en el clima de epidemias, guerras y desigualdad económica que nos rodea, rastreamos su evolución artística para descubrir la vigencia de aquellos grabados.


El artista británico Percy Smith fue testigo de los devastadores efectos de la I Guerra Mundial. Los plasmó sobre un papel, a escondidas, mientras servía como artillero en las trincheras del frente occidental: los árboles destrozados por los obuses, la tierra devastada y los cadáveres de los soldados que quedaron abandonados en tierra de nadie. De aquellos escalofriantes bocetos surgió años más tarde una serie de siete grabados titulada La danza de la muerte (1914-1918), en la que una figura esquelética envuelta en un sudario desfila junto a las tropas. En una de las láminas, “Muerte intoxicada”, la vemos exultante ante el derramamiento de sangre. Con los brazos huesudos en alto, se arranca el sudario y baila por el campo de batalla, donde los soldados pertrechados con máscaras de gas y bayonetas marchan hacia su fatal destino.

Smith forma parte de una larga tradición de artistas que echaron mano de la alegoría medieval para advertir sobre los estragos del presente. A semejanza de los artistas quienes le precedieron, recurrió el grabado para difundir rápidamente versiones actualizadas del macabro vals que reflejan las angustiosas circunstancias de su momento histórico. Aunque los estudiosos suelen citar el mural que decoraba las hornacinas del osario del Cementerio de los Inocentes de París, pintado entre 1424 y 1425, como la representación visual más antigua conocida de la danza de la muerte, para entonces ya se había convertido en un motivo recurrente del teatro medieval y formaba parte del imaginario cotidiano. No en vano, los vecinos que acudían al bullicioso mercado levantado junto al camposanto formaban parte de la coreografía en la que vivos y muertos se daban la mano, ya fueran emperadores o clérigos, mendigos o comerciantes, alentando una visión inequívocamente subversiva de la muerte como un movimiento rítmico y colectivo, que suele asociarse con la alegría, para recordarnos que a todos nos espera el mismo fin, sin importar el estatus social.

Grabado xilográfico (atribuido a Pierre Le Rouge) basado en el mural original del Cimetière des Innocents de parís, incluido en una edición de 1490 de La danse macabre nouvelle de Guy Marchant.

Aunque las pinturas del Cementerio de los Inocentes desaparecieron como consecuencia de una urbanística en 1669, su memoria perduró a través de los cientos de libros que difundieron las imágenes del mural por toda Europa, inspirando más imitaciones, tanto textuales como visuales. En 1485, un impresor de libros parisino llamado Guy Marchant la replicó para La danse macabre nouvelle, combinando varias xilografías con un texto basado en las inscripciones originales del cementerio. Todavía se conserva un ejemplar en la Biblioteca Municipal de Grenoble, en la que un cardenal, un rey, un médico e incluso un niño bailan al son que marcan unos cadáveres, que les invitan a cavar su propia fosa luciendo una sonrisa sardónica. «Maestro, ni tu mirada al cielo, / Ni todo tu conocimiento, / Pueden retrasar la llegada de la muerte», le recuerda un esqueleto al astrólogo. Podemos encontrarnos con escenas similares decorando los márgenes de un par de volúmenes custodiados por la Biblioteca Morgan en Nueva York y la Biblioteca de la Universidad de Heidelberg en Alemania, fechados entre 1430 y 1455, concebidas a modo de primitivas viñetas y coloreadas a mano.

Imágenes de la Danza de la Muerte de la Biblioteca de la Universidad de Heidelberg en Alemania, fechados entre 1430 y 1455.

La Grant Danse Macabre (1499) de Mathias Huss, considerada el registro visual más antiguo de una imprenta .

Una visión inequívocamente subversiva de la muerte como un movimiento rítmico y colectivo, que suele asociarse con la alegría, para recordarnos que a todos nos espera el mismo fin, sin importar el estatus social.

En 1499, Mathias Huss mostró a los cadáveres apoderándose de su imprenta de Lyon, como si mediante la preservación que ofrecen los textos y las imágenes se intentara demorar lo inevitable. Poco tiempo después, el artista y grabador alemán Hans Holbein el Joven reinventó la danza con un nuevo espíritu de comentario social: los vivos y los muertos ya no bailan juntos, y en su lugar, la Muerte se entromete en las actividades de la vida diaria. La danza de Holbein no se publicó hasta 1538, tras la muerte de su impresor Hans Lützelburger doce años antes, bajo el título de Les simulachres & historiees faces de la mort. Su rápida difusión se incrementaría notablemente con el auge de la técnica del aguafuerte, permitiendo que la danza de la muerte reflexionara sobre las epidemias, la guerra y la baja esperanza de vida. Por ejemplo, en su obra La muerte llevándose a un niño (1648), el grabador italiano Stefano della Bella utilizó el Cementerio de los Inocentes de París como escenario, aprovechando que los mismos talleres de impresión que se instalaron en la planta baja del osario.

Grabados en madera de “El abad”, “La dama” y “El noble” de La danza de la muerte de Hans Holbein (1523-1525).

Grabados de Eberhard Kieser con bordes florales de “El astrónomo”, “El hombre rico” y “El monje” del volumen de 1617 Todten Dantz durch alle Stände und Beschlecht der Menschen (Muerte en todos los rangos y clases de hombres).

Grabados de la serie Las cinco muertes (1648) de Stefano della Bella que muestran el Cementerio de los Inocentes de París.

El componente satírico se agudizó a finales del siglo XVIII. Desde entonces, la Muerte se nos muestra como un esqueleto lustroso, ajeno a la fétida descomposición de la carne. En Freund heins Erscheinungen in Holbeins Manier de Johann Karl August Musäus, ilustrado por Johann Rudolf Schellenberg e impreso por Heinrich Steiner en Suiza en 1785, incluso aparece engalanada como una dama de alta alcurnia. Pero es en La danza inglesa de la muerte (1816), del ilustrador inglés Thomas Rowlandson, donde irrumpe con verdadera vocación caricaturesca para sembrar el caos deslizándose en patines sobre el hielo.

Grabados con la muerte seductora y enemiga de los eruditos, de una edición de 1803 de Freund heins Erscheinungen in Holbeins Manier (Apariciones de la muerte a la manera de Holbein), de Johann Karl August Musäus.

«Sobre el frágil hielo, el zumbido del patín / se convierte en un instrumento del destino», según Thomas Rowlandson (1816).

Los brotes de cólera que asolaron Europa en la década de 1830 provocaron que muchos artistas buscaran inspiración en las representaciones de la peste medieval. Entre ellos, el alemán Alfred Rethel, autor de “La muerte estranguladora” (1855), que retrató a la Muerte abriéndose paso en un baile de máscaras en el París de 1831, burlándose de la arrogancia de la alta sociedad de la época que pensaba que podía librarse de una epidemia que supuestamente solo afectaba a los pobres. La enfermedad también acecha en Ein Moderner Totentanz (1894), una serie de veinte grabados de Tobias Weiss, representada por un esqueleto que conduce un carruaje repleto de ataúdes de víctimas de la epidemia, a la que se suman descarrilamientos de trenes, accidentes automovilísticos y demás catástrofes del momento, como el hundimiento del HMS Victoria en 1893.

La Muerte Estranguladora (1855), según Alfred Rethel, recreando El primer brote de cólera en un baile de máscaras en París en 1831.

la muerte moderna según Ein Moderner Totentanz (1895) de Tobias Weiss.

Una larga tradición de artistas que echaron mano de la alegoría medieval para advertir sobre los estragos del presente.

Es a partir del siglo XX, cuando el francés Marcel Roux canalizaría los sentimientos sobre la decadencia y la descomposición del mundo moderno desde la perspectiva de un catolicismo de tintes reaccionarios en su asombrosa colección de quince aguafuertes titulado Danza macabra (1904-5), que la danza de la muerte retoma su atmósfera pesadillesca, recordando más a los tonos melancólicos de Goya y las estampas de Gustave Doré para la edición de La Divina Comedia de Dante que a los esqueletos traviesos imaginados por Holbein. Tras el estallido de la I Guerra Mundial, el alemán Walter Draesner simplificó el trazo hasta reducirlo a siluetas en Ein Totentanz (1922), donde la muerte ya forma parte de un paisaje implacable. Su espantosa figura se oculta debajo de un puente o entre las nubes, derribando aviones con tan solo rozarlos con el dedo.

Frontispicio de Marcel Roux para su portafolio de grabados Danse Macabre (1904-5)

las Siluetas de la muerte de Ein Totentanz (1922) de Walter Draesner.

Años más tarde, otra sombra funesta se cernió sobre Europa y, a raíz del ascenso al poder de los nazis, Käthe Kollwitz (1934-37) firmó una serie de desgarradoras litografías a lápiz en las que la Muerte ofrece la liberación a través de su abrazo a mujeres y niños, anticipándose a los horrores que estaban por venir, y cuyos ecos premonitorios sobrevuelan Danza de la muerte (1933) de la artista estadounidense Mabel Dwight, realizada el mismo año en que Hitler fue nombrado canciller de Alemania. En ella asistimos a una representación de títeres donde figuras como Mussolini, Hitler y el Tío Sam representan a los naciones que participarán en el conflicto. Entre el público, distinguimos a un esqueleto ocultando su rostro bajo una máscara antigás. Aunque muy alejada de las danzas medievales, la obra comparte sus conclusiones anunciando que, en última instancia, solo habrá un vencedor: la muerte.

La llamada de la muerte (1937) de Käthe Kollwitz.

Danse Macabre (1933) de Mabel Dwight.