¡Bum! Demoliendo la estación central
/Surgieron en 1964 en Lima, Perú, un sitio aparentemente insólito para una banda de rock and roll furioso que, con el paso de los años, se convirtió en precursora del punk. La banda causó un gran impacto. A su alrededor generaron emociones encontradas. Unos los calificaban de locos y salvajes. Para otros, en cambio, eran un fenómeno inaudito. Puede que todos tuvieran razón. Sin embargo, a finales de los sesenta, se disolvieron y sus miembros tomaron distintos caminos. Erwin Flores, su cantante (una voz prodigiosa y una mente activa y brillante) y guitarra rítmica, marchó a Washington D. C., ingresó en la NASA y trabajó en el transbordador espacial. Se mantuvo vinculado a la música, montando bandas y abrazando los ritmos latinos.
«Sobre Erwin se decía que vivía en Oriente, controlaba grandes explotaciones petrolíferas o había caído en las redes del misticismo»
Sobre Erwin, durante los últimos años, nos habían llegado todo tipo de rumores que lo emparentaban con las biografías de antiguos exploradores o magos: de él se decía que vivía en Oriente, controlaba grandes explotaciones petrolíferas o había caído en las redes del misticismo. Todos esos comentarios nos llegaron en solo unos pocos meses. Todos, sin embargo, nos parecían interesantísimos, así que contactamos con él. En la actualidad, sigue amando la música y la literatura y, cada poco tiempo, viaja de un lado a otro como ejecutivo de una gran empresa farmacéutica. Recuerda, una y otra vez, sus pasiones adolescentes, a comienzos de los sesenta, con sus ídolos Elvis Presley, The Beatles, The Animals o Bill Haley and his Comets (continuamente es capaz de ofrecerte frases ingeniosas como esta: «Rock Around the Clock, de Bill Haley, fue el primer rock que jamás escuché, no puedo explicarte la experiencia existencial. Algo similar me sucedió años después cuando entendí la teoría de la relatividad y descubrí que el tiempo no es uno sino muchos y diferentes»). Erwin, uno de los culpables de la «saicomania», parece una persona feliz y, desde luego, inagotable.
Hubo alguien que aseguró que todo acto de destrucción es al mismo tiempo un acto creador. Han pasado cuarenta años de la inmensa «Demolición» y me pregunto si siguen intactas esas potencialidades ocultas en toda destrucción.
Mi querido hermano Hernán Garrido Lecca, quien además de ser un escritor prolífico ha sido ministro peruano dos veces, me envió una servilleta de papel enmarcada, firmada por el poeta peruano Mario Montalbetti, que dice: «Erwin, tú ganas. La estación del tren yace en ruinas. Guadalajara, mayo 2013». Imagino que, aunque subjetivamente, estaría refiriéndose a Desamparados, la única estación de tren que tenemos en Lima. Anecdóticamente, en cierta ocasión fuimos ahí a tomar unas fotografías publicitarias y llevábamos, entre otras herramientas de tortura, un hacha y varios cartuchos simulados de dinamita. En el medio de la sesión, nos cayó la guardia armada del palacio presidencial, que queda a dos cuadras del lugar, y apuntándonos con metralletas nos ordenaron de manera ruda y perentoria que bajáramos las armas, levantáramos los brazos y nos pusiéramos de rodillas. Eran muchachos y les tomó treinta segundos reconocernos, bajar sus armas y tomarse algunas fotos con nosotros. Desafortunadamente no queda ninguna. Es que en esos tiempos nos tomaban fotos a cada instante y en todas las posiciones (mejor que algunas se hayan perdido).
« “Demolición” es más que una canción. Es un grito nihilista de hastío. Hastío con la civilización, contra el establecimiento»
Esta pregunta es retórica: ¿Dónde está ahora la Estación Central que había que demoler? Creo que vivimos en el peor de los escenarios posibles en cuanto a identificar ese rechazo. Toda generalización es, en cierto modo, un ejemplo de impotencia.
Pero, después de haberlo ponderado ad nausea por más de cuarenta años, creo que «Demolición» es más que una canción. Es un grito nihilista de hastío. Hastío con la civilización, contra el establecimiento. Porque aunque en resumen tan solo sea la queja imberbe de un muchacho para quien el mundo es demasiado violento y complejo y no tiene otra manera de expresarlo, al fin expresa la anomia universal de un mundo violento y complejo que nos confunde y asusta a todos, grandes y pequeños.
Creo que en el pop y en todo arte la inconsciencia de hacia dónde se dirige ese arte, es algo maravilloso. Las vanguardias así lo reflejan: los dadaístas, el primer surrealismo e incluso los primeros tiempos del pop o el punk. Aunque parezca una contradicción, ¿fuiste con Los Saicos consciente de esa misma inconsciencia?
Nuestra conciencia era el inconsciente popular. El poder de nuestra música, de nuestra temática, estaba basado en la ignorancia, la nuestra y la ajena, de qué es lo que hace girar al mundo. La persona que soy hoy no podría componer «Demolición», ni «Camisa de fuerza», ni «El entierro de los gatos», aunque me divierto mucho más cantándolas hoy en día que en esas épocas. Será que ahora les veo el sentido del humor, mientras que antes en efecto vivía el nihilismo de esas canciones, tanto dentro como fuera del escenario. Había dejado la universidad y estaba en un periodo de crisis. Cada uno tiene su propia historia; la mía fue una comedia de errores. Me gradué de la secundaria a los quince años. Mi papá, quien entonces tenía varios negocios, había comprado unos terrenos en la selva amazónica con el propósito de cultivar café y me sugirió que estudiase Agronomía y me hiciera cargo. Error; para mí, el salir al jardín de la casa es un safari. No puedo entender por qué alguien querría trabajar a la intemperie si no hay paredes que te protejan ni aire acondicionado. Fracasé.
Borges soñó con bibliotecas imaginarias, con el pasado repitiéndose bajo otros ropajes en un presente mágico. ¿Son torres de babel eternas o eso que nos dijo de la tragedia del traidor y el héroe?
Para los que tenemos el privilegio de conocerlo, para quienes hemos bebido sus palabras sabias, poéticas, laberínticas, Borges es esencial. ¿Podrías imaginar la vida sin su mensaje?
¿Qué papel juega en tu vida actual ese Borges?
Con Borges, las cosas inexplicables seguirían siéndolo, como aún lo son después de sus inexplicaciones; pero serían menos misteriosas porque sin él estas habrían transcurrido a través de nuestras vidas sin que les prestáramos atención. Borges es esencial, punto.