El arma más secreta: los suicidas acuáticos


Los temidos «Fukuryu», un escuadrón de submarinistas suicidas japoneses, estaban dispuestos a inmolarse bajo el agua, colocando minas con sus propias manos bajo los barcos enemigos

 

Eran los más temidos y el secreto mejor guardado del ejército japonés, metido de lleno en una espiral guerrera y expansionista. Los «Fukuryu», algo así como «dragones agachados», también conocidos como «kamikaze frogmen», pertenecían a las unidades especiales de ataque japonesas y llegaron a ser cerca de seiscientos. Debían ser hábiles buzos y navegar con pesadas mochilas repletas de bombas. El traje y los accesorios eran pesadísimos. Llevaban incorporados casi diez kilos de plomo para poder desplazarse por el fondo marino.

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Miniatura de un submarinista suicida

Miniatura de un submarinista suicida

En el diseño militar japonés, los submarinistas suicidas estaban pensados no como armas de ataque sino de defensa ante un ataque a la isla. Debían aparecer de la nada y, por supuesto, no levantar sospechas. Por esta razón iban equipados con un equipo de respiración autónomo formado por dos botellas de aire comprimido.

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«Los suicidas acuáticos eran eso mismo, suicidas. Aunque en un primer momento disponían de mecanismos para que la explosión fuese retardada y pudieran escapar. No hay constancia de que ningún kamikaze acuático sobreviviera»

También podían beber líquidos por medio de un tubo independiente. Al hacer circular el aire una y otra vez no soltaban burbujas, por lo que su «paseo» acuático era secreto. No estaban preparados para bajar a más de diez metros, ya que entonces respiraban ácido y fallecían al instante, y podían caminar durante seis horas. Las minas las llevaban sujetas al final de una larga pértiga de bambú que llegaba a medir hasta cinco metros. Los barcos o vehículos debían estar cerca de la costa, como la bahía de Tokio, por ejemplo, hasta el punto de que los buzos podían acercarse sigilosamente y colocar sus pértigas explosivas y dinamitarlos.

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Los escuadrones de Fukuryu alcanzaban sus objetivos escondidos en barcos varados o saliendo de tuberías, con suficiente diámetro, colocados expresamente bajo el agua y con acceso a la costa. Se deslizarían y, tras avanzar una cierta distancia, morirían con la explosión. Los suicidas acuáticos eran eso mismo, suicidas. Aunque en un primer momento disponían de mecanismos para que la explosión fuese retardada y pudieran escapar. No hay constancia de que ningún kamikaze acuático sobreviviera.  

La rendición de Japón suspendió las actividades suicidas acuáticas así como los planes de crear más batallones de Fukuryu, que en un principio se esperaba que llegasen a ser hasta cuarenta mil. Los estadounidenses, tras la rendición, hallaron miles de trajes de buzo dispuestos para ser usados junto con sus pértigas explosivas.