El Club del Crimen
/Tenían nombres de lo más sorprendentes. Algunos eran ilegales y clandestinos. Otros, en cambio, funcionaban como clubs sociales a plena luz del día. La tradición inglesa de los clubs, que evoca a los infames «Clubs del Fuego Infernal» siglos atrás, tiene una longeva tradición. Un reportaje en una revista de los años treinta cuenta con todo tipo de detalles algunos de estos, como el Club de la Doble Vida o el del Crimen. Se trata de un periodista español que viaja a Londres para escribir un reportaje: «Hay Clubs de solteros donde los recalcitrantes misóginos verían la irrupción de tanta mujer en el local con la misma indignación con que vieron metérseles en Londres al primer “Zeppelin”; Clubs de antisupersticiosos, donde los socios se sientan a almorzar en día 13, a las trece, trece en cada mesa, después de derramar la sal, pasar por debajo de una escalera y hacer todo cuanto más pueda contrariar a la vieja doña Superstición. También hay uno curioso, llamado “The Crime Club”. Este Club del Crimen no está sostenido, como pudiera creerse, por deportistas del veneno y del puñal, sino por sus más encarnizados enemigos: cirujanos, criminalistas, ex jefes de policía, patólogos; gentes todas ellas personalidades notables, interesadas en el crimen tan solo científicamente. Se reúnen alrededor de una buena cena, uno de los socios lee un tema criminal e invita al debate, que quedará absolutamente en secreto entre ellos. Hace falta que el interés científico atrofie toda sensiblería del paladar y de lo visual para escuchar a un señor perorar sobre el descuartizamiento de un cadáver mientras se descarna una pierna de un carnero "malmaison", seguido de unos riñones salteados, sin perder el apetito».
Quizá el Club de la Doble Vida sea más divertido: «Uno de los parásitos distinguidos, que son los socios del Club, se juramenta a dividir su diaria ración de sueño (ocho horas) en dos veces: una, de ocho de la noche hasta las doce; otra, desde las ocho de la mañana hasta el mediodía. A las doce de la noche se reúnen en el Club, donde bailan y se divierten hasta las siete de la mañana, hora en que se retiran a dormir, después de haber hecho una buena comida, a las cuatro de la madrugada. A esto llaman un día. El segundo empieza al mediodía, hora en que desayunan. Durante la tarde hacen excursiones al campo, se dedican a sus deportes favoritos (¡los hay tan variados!), toman el té y vuelven a la ciudad hacia las seis, a cenar. A las ocho, otra vez a la cama, para la segunda ración de sueño de cuatro horas. He aquí la sencilla receta, gracias a la cual los socios del Club se hacen la ilusión de comprimir dos días en veinticuatro horas».
Por supuesto, este descenso a pleno pulmón por la vida nocturna y alocada del Londres de hace un siglo no podía olvidar a los clubs del hampa. «También existen en el mayor misterio, entre el barrio chino y los “docks", casi fuera del control de la policía, antros frecuentados por la gente del hampa: mujeres desvencijadas, que ocultan los crueles desperfectos del tiempo en su mala vida; compañeros suyos, vendedores de cocaína, traficantes de carne humana, estafadores, incendiarios, ladrones y demás indeseables de los bajos fondos; pero no se oye de ellos como de los cabarets de apaches parisinos, ni hay compañías de turismo que de noche viertan en ellos camionadas de viajeros, ansiosos de emociones truculentas. Aquí son terriblemente auténticos, y la policía los vigila en secreto, en espera de la oportunidad de echar el guante a un buscado individuo, de conciencia rigurosamente enlutada».