El Fantomas de Salamanca que tuvo en jaque a la policía y vecinos
/Hace casi un siglo, el salmantino Emilio Sánchez, apodado «Fantomas», trepaba por los tejados y robaba sin dejar rastro. Durante una semana fue un «archivillano» al que la policía puso precio a su cabeza
Un espectro recorría Salamanca. No era el comunismo, ni las huestes marxistas. No, qué va. En julio de 1920, en plena fiebre europea por Fantomas, encumbrado a la fama primero en los folletines y luego en el cine, Salamanca temblaba (un poco) ante la aparición de un spanish Fantomas, un alter ego del malvado personaje. Robaba por las noches. Un día, dos, tres. Como recogió el periódico El Adelanto, el misterioso hombre trepaba por tejados con gran facilidad y operaba al caer la noche. Igual que el enmascarado francés.
El legendario Fantômas fue el primer gran archivillano, creado en 1911 por la pareja de escritores Pierre Souvestre y Marcel Allain. Dos años más tarde, el director de cine Louis Feuillade acabó consagrándolo como símbolo eterno de un mal sofisticado y elegante gracias a la serie de cinco magistrales películas que lo tenía como protagonista.
«La persecución al Fantomas salmantino duró una semana, donde no hubo día en que no robase y se esfumase como si nada»
En Salamanca tuvo, eso sí, un nombre real: el de Emilio Sánchez, adolescente que había trabajado para el mismo periódico y que, finalmente, tras numerosos robos, fue atrapado in fraganti. No solamente robaba joyas, sino también alimentos. No cualquier alimento. Solamente buenos y ricos manjares que no dudaba en comer tranquilamente en el silencio de las cocinas mientras sus dueños dormían plácidamente. La persecución al Fantomas salmantino duró una semana, donde no hubo día en que no robase y se esfumase como si nada.
No uno sino dos spanish Fantomas
Curiosamente, ese mismo mes, pero en Madrid, era detenido finalmente Eduardo Arcos Puch, el «rey de los fantasmas», apodado «Teddy», el «Fantomas» en que se inspiró el serial. Vestía impecables fracs y era un experto en encandilar, con una vida y obra inventada, a viudas acaudaladas. En Madrid, por ejemplo, llegó hasta los círculos más altos, como el círculo alrededor de la infanta Isabel, tía del rey Alfonso XIII, a la que conoció y, posiblemente, cortejó. Hablaba con gran solvencia inglés, francés, italiano, alemán e, incluso, catalán, ya que era natural de Palma de Mallorca. De todo aquel impresionante historial, lo único cierto era que había estado en medio mundo, en una odisea prodigiosa consagrada al crimen. «”Teddy Moran”, más que ladrón, ha sido un glotón de la vida del buen mundo —escribió El Imparcial—. Ha logrado bailar el tango con las más bellas mujeres de Europa y América y en todas partes se le ha admirado su compostura, su trato, su elegancia y su conocimiento de cuantas materias trataba». Desvalijó a numerosas y acaudaladas viudas. Lograba escapar casi como si en realidad fuese un fantasma. Pero sus fechorías terminaron cuando le echó el guante Fernández Luna, apodado el «Sherlock Holmes» español.
El «otro» Fantomas se entierra vivo
Lo siguiente fue un paso magistral en su imagen de aventurero, estrella del espectáculo y el explotar su propia leyenda negra. En enero de 1917 salió en libertad y decidió pasar un corto tiempo en Portugal, quizás para decidir qué hacer. Nadie se fiaba ya de él. Su identidad como gran delincuente era conocida. No tenía dinero. Regresó a España, pero antes rompió con su pareja, que se marchó definitivamente a Nueva York. Al parecer, Fantômas había vuelto a las andadas al descubrírsele una aventura con la bailarina Isadora Duncan. En abril, en el periódico El Liberal, podemos leer: «Tengo un proyecto. He hecho un experimento que me ha dado gran resultado y quiero hacerlo público. Intento enterrarme vivo, en presencia de la gente, en el vestíbulo de un teatro. Me introduzco en un ataúd que tenga medio metro cuadrado de cristal en la tapa, me echan tierra encima, salvando el medio metro de cristal, y permanezco seis días sin comer ni salir del ataúd. [...] A los seis días hacemos el desenterramiento con toda solemnidad. ¿Qué le parece a usted? ¿Será negocio?». El increíble espectáculo (¿estaría presente el propio Fernández-Luna?) tuvo lugar el 4 de mayo, tras días de calvario, en el hotel Palace, con cuya dirección había acordado la forma de rentabilizar su «sacrificio»: todo aquel que quisiera ver el ataúd debía previamente pagar una entrada. El ataúd, un arcón griego, contaba con tres agujeros para poder respirar. A media tarde, unos hombres desenterraron el ataúd en medio de una muchedumbre expectante. Al poco apareció el rostro congestionado y visiblemente demacrado. Tras apoyarse en un ayudante y salir del ataúd, pareció tomar aire y luego saludó al público, que a su vez estalló en aplausos.
El Fantomas salmantino parece un villano menor, pero refleja la popularidad del villano en nuestro país, y el pánico que provocaba. Cuando le echaron el guante, los agentes respìraron aliviados. El Mal, finalmente, había sido derrotado. O algo así.
Fantomas salmantino
«¿Quién no conoce a este mozalbete que entraba a su casa por los balcones y las fachadas y por los tejados con la agilidad de un gamo, que hace una vida digna de una película de cine, que descansa en las cuevas de La Chopera, y que hace entrega a la policía de las cucharillas que hurtó en el café París, por la gatera de la cochera donde las depositó, y luego desaparece sin que a estas horas se sepa de su paradero?
Emilio Sánchez, que apenas cuenta diez y seis años de edad, es un chico, seguramente, alucinado por el cine. Los más famosos episodios de las más intrigantes y truculentas películas, han debido causar en su espíritu un terrible estrago. Lanzado a la vida aventurera y rateril, el pequeño Fantomas salmantino hace tres días con tres noches, que anda por los corrales, las despensas, las cocinas y los tejados de la manzana de casas de la plazuela de la Libertad, que miran hacia el saliente, mediodía y poniente.
Nosotros conocemos a Emilio Sánchez. Fue operario en los talleres de El Adelanto. Muchos días entró en nuestra casa trayéndonos pruebas y originales de imprenta. En el taller era un buen chico. Tenía la manía de trepar, de brincar, de ser ágil y audaz. A sus compañeros de oficio les decía muchas veces:
—¡Atadme, atadme de pies y manos!
—¿Para qué? —le preguntaban.
—Para ver si yo solo puedo desatarme.
Un día le tuvieron atado varias horas a unas cubas de agua que hay en los corrales de los talleres.
Hace unos meses Emilio Sánchez dejó de ser operario de El Adelanto. Ahora, con sus fechorías, hemos vuelto a saber de él; y ciertamente, no pensamos nunca, viendo su aspecto, conociendo la laboriosidad y la honradez de su padre, D. Ladislao Sánchez, probo cartero de esta administración de Correos, tener que hablar en el sentido y en la forma que hoy tenemos que hacerlo.
«Emilio Sánchez lleva tres días con tres noches por los tejados de la plazuela de la Libertad, come en las cocinas de las casas, y al llegar el día, desaparece, para volver a sus banquetes nocturnos»
Pero la historia de lo que está ocurriendo (de lo que quizá a estas horas ocurre, con la invariable exactitud de todas las noches) nos obliga a ello. Es una información curiosa y divertida, que brindamos a los agudos autores de argumentos de comedias policíacas.
Dos queridos amigos nuestros, vecinos del lugar de la acción, nos lo contaron anoche; Emilio Sánchez lleva tres días con tres noches por los tejados de la plazuela de la Libertad, come en las cocinas de las casas, y al llegar el día, desaparece, para volver a sus banquetes nocturnos.
—A ver, a ver, explicadme eso con detalles.
—Es muy curioso —dice uno.
—Yo le tengo todas las noches puesto plato a mi mesa, por ver si es capaz, como el Comendador de «Don Juan Tenorio», de acudir a la cena replica el otro amigo.
—¿En serio?
—¡Completamente en serio! Y además, espero que ha de acudir, porque el muchacho es de una agudeza de piernas y de manos, que se cuela por el hondón de una aguja.
—¿Pero es el mismo de los robos del Mercado y del café París?
—El mismo [...]».