Trance y posesión: invocando a los espíritus para la revolución
/El día en que Chantul se encontró raro Posesiones colectivas y luchas laborales
Chantul empezó a sentir algo extraño una hora después de empezar su jornada laboral. Las emanaciones tóxicas de los tintes hacían que se marease con frecuencia, pero aquella vez era distinto. Podía escuchar un murmullo en el interior de su cabeza, un susurro constante que hablaba en una lengua desconocida. Chantul no era capaz de descifrar las palabras, pero aquel sonido le resultaba familiar. Le recordaba a las canciones que se escuchaban en los pozos los días de tormenta, al castañear de dientes de los difuntos durante las incineraciones. El sonido continuó extendiéndose por su cuerpo, cavando pozos en el interior de sus pulmones y su estómago. Unos minutos después, Chantul perdió la conciencia y entró en trance. Junto a él, otros doscientos cincuenta trabajadores de la Anful Garments Factory, una fábrica textil situada al sur de Camboya, también fueron poseídos por espíritus que se hicieron con el control de sus cuerpos. La hospitalización de los afectados hizo que la línea de producción tuviera que detenerse.
«El espíritu que había tomado su cuerpo exigió ofrendas y el sacrificio ritual de una gallina. Los dueños de la fábrica se negaron a satisfacer sus demandas, lo que provocó un nuevo trance colectivo que supuso una nueva parada de la producción»
Sin embargo, los espíritus no habían abandonado todavía las instalaciones de la fábrica. Dos días más tarde, un trabajador empezó a vociferar órdenes en un idioma semejante al chino. El espíritu que había tomado su cuerpo exigió ofrendas y el sacrificio ritual de una gallina. Los dueños de la fábrica se negaron a satisfacer sus demandas, lo que provocó un nuevo trance colectivo que supuso una nueva parada de la producción. Esta no se reanudó hasta que los dueños de la fábrica llevaron a cabo una ceremonia ritual en la que ofrecieron grandes cantidades de comida, cigarrillos y Coca-Cola al espíritu canalizado.
Los propietarios de la Anful Garments Factory habían conseguido aplacar la ira de los espíritus, pero aquella no era la primera vez que habían ocupado los cuerpos de los trabajadores de la industria textil. Un par de años antes, en 2010, los salarios en el sector apenas alcanzaban los 61 dólares al mes. 61 dólares a cambio de jornadas interminables, de dormir sobre jergones en los barracones que preparaban los dueños, de alimentarse con un único plato de arroz al día. Hartos de la explotación y la miseria, los trabajadores de la industria textil decidieron convocar una huelga. Más de doscientos mil trabajadores salieron a la calle y el paro tuvo el mayor seguimiento de la historia del país. Sin embargo, tres días después de su inicio, la violencia policial y las amenazas de los líderes sindicales obligaron a los trabajadores a volver a sus puestos. Después vino la venganza. Cientos de despidos, empeoramiento de las condiciones, hambre y miseria.
«Aquellos espíritus eran los Neak Tak, los dioses locales de la tierra»
Entonces aparecieron los espíritus. Las primeras posesiones y estados de trance masivos se produjeron a principios del 2011, solo unas semanas después de la convocatoria de la huelga. Nadie sabe quién los llamó. Quizá escucharon las oraciones frente a los pequeños altares, quizá se sintieron atraídos por la sangre derramada en algún sacrificio, quizá vieron el temblor de la rabia y el estremecimiento del dolor. Nadie sabe quién los llamó, pero todos supieron quiénes eran, todos pronunciaron su nombre mientras las noticias de las posesiones corrían de fábrica en fábrica. Aquellos espíritus eran los Neak Tak, los dioses locales de la tierra. Aunque la mayor parte de la población es budista, los camboyanos siguen honrando a los Neak Ta, continúan dejándoles pequeñas ofrendas en los árboles, las rocas y los ríos. Nadie sabe quién los llamó, pero tampoco importa: los Neak Tak acudieron.
Unos meses después del comienzo de las posesiones, el salario de los trabajadores textiles se había elevado de los 61 a los 80 dólares. En un segundo aumento alcanzó los 100. El Gobierno había dejado claro su intención de reprimir las protestas colectivas y las luchas laborales, pero se veía incapaz de controlar las posesiones masivas. Los trances aparecían de forma inesperada, paralizando la producción durante días y exigiendo la satisfacción de demandas relacionadas generalmente con las condiciones de vida de los trabajadores. A veces los Neak Tak producían incluso ataques violentos contra los responsables de la explotación. Poco después de la posesión de Chantul, una trabajadora de la Canadian Industrial Park había entrado en trance y ordenado a sus compañeras que dejaran de trabajar. Después había asaltado al representante del sindicato amarillo, golpeándole con los puños y cubriéndole de insultos. Cuando despertó del trance no recordaba lo que había sucedido, pero sí que aquel día se había encontrado mal y la encargada se había negado a darle permiso para que se fuera a casa. Unos días después, un espíritu sanador reveló a la trabajadora la causa de la posesión. Según ella misma contó a una periodista de The Cambodia Daily, el Neak Tak se había enfurecido porque una higuera que había sido su hogar durante siglos había sido talada para la construcción de la fábrica sin ningún tipo de ritual, permiso u ofrenda durante su edificación.
Conscientes de la ayuda que los espíritus habían prestado a los trabajadores de la industria textil, los Neak Tak fueron convocados también en las manifestaciones contra el desarrollo urbanístico salvaje en la provincia de Phnom Penh, que había expulsado de sus tierras y dejado sin vivienda a cientos de personas. En las protestas se escuchaban las maldiciones tradicionales de los Neak Tak, se arrojaba sal y se sacrificaban gallinas delante de los edificios oficiales del Estado. Los espíritus no tardaron en acudir. En medio de una manifestación de vecinos en un barrio pobre de Phnom Penh, tomaron el cuerpo de una mujer. En estado de trance, la mujer atacó a un funcionario local que estaba tratando de disolver la protesta, obligándole a huir. Todavía en el cuerpo de la mujer, el Neak Tak explicó las razones de su ira: «He estado protegiendo esta zona durante mucho tiempo y estoy muy enojado porque la empresa ha demolido mi casa. Estoy muy, muy furioso». Según explicaron los vecinos a la periodista que cubrió los hechos, durante las obras el propietario de los terrenos había talado una higuera que era el hogar del espíritu.
«Poseídas por un espíritu llamado Datuk, las trabajadoras gritaban y atacaban a sus supervisores con frecuencia»
Los medios de comunicación se apresuraron a construir una explicación que no incluyese a los Neak Tak. Decenas de expertos llenaron horas y horas de debates televisivos hablando de la inhalación de gases tóxicos, de las alucinaciones producto del cansancio, de los déficits en la alimentación. Olvidaban, sin embargo, que aquellos sucesos no eran hechos aislados, que no eran excepciones puntuales en un contexto concreto. Dentro de la industria ya habían sucedido antes: en la década de los setenta, la antropóloga Aihwa Ong había documentado un brote de posesiones colectivas entre mujeres malasias que trabajaban en las fábricas de electrónica japonesas. Poseídas por un espíritu llamado Datuk, las trabajadoras gritaban y atacaban a sus supervisores con frecuencia. Fuera de las fábricas, los espíritus habían participado también en numerosas revueltas e insurrecciones. Solo era necesario invocarlos adecuadamente.
El día en que Cécile sacrificó un cerdo negro Vudú en la independencia de Haití
El cielo está despejado, pero la noche es oscura en Bosque Caimán. La luz de la luna no consigue atravesar la vegetación en el interior de la plantación. Mejor así. Cécile Fatiman mira durante unos instantes los ojos del cerdo negro que han traído ante ella y clava un pequeño cuchillo en su garganta. El cerdo se desangra en silencio. Cécile alza el cuenco con la sangre hasta sus labios y bebe de él. Los gritos y los cantos comienzan.
Para los blancos, Cécile es solo una esclava, una mercancía rentable con la que comerciar en un capitalismo que devora cuerpos con ansia. Había sido vendida junto a su madre en Santo Domingo, mientras la pista de sus hermanos se perdía en manos de los tratantes. La biografía de Cécile es confusa, apenas existen datos sobre el resto de su vida. Las esclavas no tienen historia. Hasta ahora.
Además de esclava, Cécile es una mambo, una sacerdotisa vudú. Su cuerpo es un canal, una puerta que permite a los espíritus entrar en el mundo de los vivos. A través de ella los espíritus devoran las ofrendas, beben ron, bailan durante horas. Cécile ofrece la sangre a los participantes en el ritual, les da de beber con sus manos. Después se deja caer en los brazos de los espíritus. Dutty Boukman la observa y sabe que ha llegado la hora. Él también es un esclavo huido y también conoce el lenguaje de los espíritus. En sus sueños le han hablado de esa noche, del cerdo negro, del sacrificio en lo profundo de la selva. También le han mostrado el fuego devorando las plantaciones, las moscas alimentándose de los cadáveres de los amos, los cuchillos cortando las gargantas de los tratantes de esclavos. Los espíritus han sido muy claros, Dutty no duda. Está seguro de la victoria. En sus visiones le han sido entregados también tres nombres: Jean-François, Biassou, Jeannot. Ellos son los encargados de liderar el levantamiento, de comenzar la insurrección que va a liberar a los esclavos de la isla. La sangre vertida por Cécile en el sacrificio les hará invencibles, invulnerables frente a las armas de los blancos.
«No importa qué cuerpo ocupen los espíritus, la revolución será inmortal»
Los espíritus no se equivocaban. Una semana después de aquel rito, el 22 de agosto de 1791, tendrá lugar la Noche de Fuego, que dará comienzo a la rebelión de los esclavos. Los engranajes de la historia acaban de girar en medio del humo de las plantaciones quemadas y de la tierra empapada por la sangre de los colonos. La revolución haitiana ha comenzado y está a punto de convertirse en la rebelión de esclavos más exitosa de la historia y en la segunda república del mundo en proclamarse independiente de la metrópoli, después de Estados Unidos. El camino no será sencillo, los franceses no dejarán escapar fácilmente la colonia más productiva de todo su imperio. Pero los rebeldes tienen a los dioses de su parte, dioses tan antiguos como el hombre que han viajado en los barcos de los esclavos y han conocido el dolor y la rabia. En octubre de ese año, Dutty es capturado por las autoridades coloniales, que queman su cuerpo y colocan su cabeza en una pica para demostrar a los esclavos que no son invulnerables. Como siempre, los blancos no han entendido nada. No importa qué cuerpo ocupen los espíritus, la revolución será inmortal.
El día que Popé soñó con fuego Posesiones y lucha anticolonial
Haití no será el único lugar en el que los colonos mueran a mano de espíritus encarnados en el cuerpo de los nativos. Un siglo antes, en el actual estado de Nuevo México, al suroeste de Estados Unidos, cuarenta y siete nativos habían sido acusados de practicar brujería. Pertenecían a lo que los españoles conocían como «indios pueblo», un conjunto de diferentes etnias llamadas así por el parecido de sus viviendas con las construcciones de adobe que se podían ver en la península. Los indios pueblo eran descendientes de los anasazi, una antigua civilización cuyo territorio se extendía por lo que después sería Utah, Colorado, Arizona y Nuevo México. Sus dioses eran mucho más viejos que los hombres, ya estaban allí cuando los anasazi llegaron. Ahora habían despertado de nuevo, llamados por los descendientes de aquella civilización. Popé era uno de ellos. Desde pequeño había contado con la protección de tres espíritus llamados Caudi, Tilini y Tleume. Los espíritus le hablaban en sueños, le enviaban visiones sobre el pasado y el futuro, que siempre habían sido una misma cosa. Estaban furiosos, no le gustaban aquellos invasores que ocupaban sus tierras y odiaban a los dioses. Los tigua, la etnia a la que pertenecía Popé, debían expulsarles de allí, devolverles a los abismos de los que habían surgido. En un ritual celebrado en el pueblo de Taos, los espíritus se aparecieron y hablaron del fuego y la muerte.
De los cuarenta y siete hombres apresados por aquel ritual, tres fueron condenados a muerte. Dos de ellos fueron ahorcados y el tercero se suicidó antes de la ejecución. Los cuarenta y cuatro restantes, entre los que se encontraba Popé, fueron azotados públicamente y sentenciados a prisión. Cuando los líderes pueblo tuvieron conocimiento de ello, provocaron un levantamiento en Santa Fe, donde se encontraban los prisioneros. El gobernador español, Juan Francisco de Treviño, soltó a los prisioneros, incapaz de hacer frente a la ofensiva debido a los pocos hombres con que contaba. Popé volvió a Taos. Podía sentir la ira de los dioses, los alaridos furiosos de los espíritus. Junto a alguno de los habitantes de Taos, marchó hacia el norte, a algún lugar sin identificar donde se cree que se planificó la revolución de los indios pueblo de 1680. Más de ocho mil guerreros de distintas etnias atacaron a la pequeña guarnición de españoles, mermada en sus efectivos porque muchos de ellos se encontraban combatiendo a los apaches. Fueron asesinados veintiún frailes franciscanos y cuatrocientos colonos. Los supervivientes huyeron a Santa Fe y se refugiaron en el palacio del gobernador. Allí, los guerreros pueblo los cercaron durante varios días, hasta que los españoles consiguieron romper el cerco y huir hasta El Paso. Los antiguos dioses habían recuperado su tierra, pero Popé sabía que quedaba algo pendiente. Ordenó la destrucción de las iglesias y los objetos de culto católico, y prohibió el uso del castellano. La lengua de los colonos debía ser extirpada junto con los restos de su dios.
Tras la muerte de Popé, en 1692, los españoles consiguieron recuperar el control de parte del territorio, pero no ya como una ocupación colonial, sino mediante un acuerdo con los pueblo, interesados en una alianza para combatir a los apaches, los comanches, los utes y los navajos. Los españoles abandonaron la política de conversión y respetaron la lengua y la religión de los pueblo, cuyos vestigios permanecen hasta hoy.
Los espíritus volvieron a encarnarse para participar en batallas contra la ocupación colonial por todo el territorio de Estados Unidos. Neolin, un profeta de la tribu lenape cuyo nombre significa «el iluminado», también había visto en sus visiones la derrota de los blancos. Sus seguidores, organizados en una confederación de tribus bajo el liderazgo del jefe de los ottawa, llevaron a cabo una ofensiva coordinada contra los ingleses en la primavera de 1763. No consiguieron su expulsión completa, pero lograron detener su avance e impedir el control total del territorio. Unas décadas más tarde, en el actual Kansas, el profeta shawnee Tenskatawa recibió un mensaje del Gran Espíritu. En él pudo sentir la ira de los dioses contra los blancos, que habían corrompido la forma de vida tradicional introduciendo el alcohol, la propiedad privada y aquellos asfixiantes vestidos. Tenskatawa compendió que había llegado la hora. Organizó una confederación de tribus para atacar a los blancos en la batalla de Tippecanoe. Sorprendidos en mitad de la noche, los hombres de la guarnición liderada por el gobernador de Indiana, William Henry Harrison, sufrieron una importante cantidad de bajas. Sin embargo, con la llegada del día, los shawnee se quedaron sin munición y se vieron obligados a huir. Tenskatawa, que había visto en sus sueños que el Gran Espíritu protegería a los guerreros de las balas, cayó en desgracia y huyó a Canadá. Allí, convencido de que los dioses le habían abandonado, se perdió su pista para siempre. Los dioses también olvidaron a Wowoka, un chamán paiute que el 1 de enero de 1889 había tenido una visión que profetizaba el regreso de los guerreros muertos y la expulsión de los blancos de los territorios de la tribu. Sus enseñanzas se extendieron con rapidez entre diferentes etnias, sobre todo entre los lakota, y fueron seguidas por importantes líderes indígenas como Toro Sentado o Kicking Bear. Después de varios enfrentamientos con los colonos, el movimiento se disolvió tras la masacre de Wounded Knee, donde fueron asesinados más de trescientos sioux, entre ellos casi cien niños. Wowoka murió en el anonimato en la reserva de Walker River, convencido de que los espíritus le habían abandonado porque las balas de los blancos habían conseguido atravesar los cuerpos de los guerreros.
A mucha distancia de allí, en esa misma época, los espíritus también elegían cuerpos en los que encarnarse para luchar contra los colonos blancos. En Melanesia, el sistema colonial dirigido desde la vieja Europa chocó casi de inmediato con reacciones tan inesperadas como inquietantes, conocidas bajo el nombre genérico de «cultos cargo». Las manifestaciones externas de estos cultos variaban de unos lugares y momentos a otros, pero todas partían de la creencia de que los blancos se apropiaban de los regalos que los dioses enviaban para los habitantes de las islas desde el otro lado del mar. Los indígenas se entregaban a danzas desenfrenadas, casi siempre nocturnas, que acababan en trances y posesiones. Canalizando a los espíritus, procedían a matanzas generalizadas de cerdos domésticos y esquilmaban los huertos. De golpe, casi todos se negaban a trabajar en las plantaciones de los blancos y a veces incluso a ocuparse de sus propios cultivos; construían muelles con el fin de recibir el cargamento de los dioses y dilapidaban todo el dinero que tenían en compras extravagantes en las tiendas de los blancos. Agredían e incluso llegaban a asesinar a colonos, cultivadores, soldados y misioneros; saqueaban las tiendas y se negaban, de forma sistemática, tanto a pagar impuestos a la administración colonial como a asistir a los oficios religiosos y a las escuelas; por último, abandonaban las aldeas de un día para otro y desaparecían en la selva. La violencia y ferocidad que en muchas ocasiones alcanzaban las manifestaciones de estos cultos provocaron que la colonización de Melanesia tardase décadas en completarse, convirtiéndose en la más tardía del mundo a pesar de los intentos de holandeses, japoneses, ingleses, franceses y estadounidenses. En los años setenta del siglo XX todavía se registraban revueltas inspiradas en los cultos cargo, con un fuerte contenido milenarista. Los espíritus no habían abandonado todavía los cuerpos de los habitantes de Melanesia. Quizá nunca lo hayan hecho, tampoco en otros lugares del mundo. Puede que solo haya que saber llamarlos.