El «hacedor de lluvia» que arrasó San Diego a principios del siglo XX
/Charles Hatfield fue un «hacedor de lluvia» muy apreciado entre los granjeros y ganaderos de Estados Unidos hasta que, en 1916, provocó graves inundaciones en San Diego que causaron la muerte a más de cien personas.
En enero de 1916, la ciudad californiana de San Diego quedó arrasada por unas intensas lluvias que destrozaron infraestructuras, inundaron campos de cultivo, se llevaron por delante casas y se cobraron un centenar de muertos. Lo que los habitantes del lugar tanto habían deseado, se convirtió en una de sus peores pesadillas que acabó en los tribunales.
Todo había comenzado en 1915, cuando la asociación San Diego Wide Awake Improvement Club solicitó al gobierno municipal que contratasen a Charles Hatfield para que llenase el embalse de Morena Dam., situado en el cauce del río Tijuana.
Hatfield había nacido en un pueblo de Kansas, no había acabado los estudios y se había empleado como vendedor de máquinas de coser, trabajo que compaginaba con sus investigaciones destinadas a crear lluvia. Después de mucho probar, afirmó haber conseguido una mezcla de una veintena de productos químicos que, al hacer reacción, provocaban una columna de humo que ascendía al cielo y provocaba que las nubes descargasen.
Gracias a la colaboración de Fred Binney, experto en relaciones públicas, Hatfield dio a conocer su invento y comenzó a recibir encargos de grupos de granjeros y ganaderos que necesitaban el agua para sus cosechas y animales. Convencido de la efectividad de su fórmula secreta, Hatfield no cobraba sus honorarios hasta que no cumplía lo acordado, lo que lo hacía aún más atractivo y misterioso para sus clientes.
Por eso, cuando los ciudadanos de San Diego solicitaron a sus representantes la contratación de Hatfield, la propuesta fue aceptada sin demasiada dificultad, entre otras cosas porque el hacedor de lluvia se comprometió a trabajar gratis y solo cobrar alrededor de cuatrocientos dólares por cada centímetro que aumentase el contenido del embalse hasta medio metro. A partir de ahí, no cobraría nada más.
A finales de 1915, Hatfield y su hermano comenzaron a construir una torre para facilitar el ascenso del humo hacia las nubes; a principios del año siguiente comenzaron con los procesos químicos y, el 5 de enero, empezó a llover. Al principio apenas eran unas gotas, lo que provocó las mofas de los lugareños. Sin embargo, cuando la lluvia comenzó a arreciar en los siguientes días, no paró hasta finales de mes. Para entonces, el temporal se había llevado por delante puentes, tendido eléctrico, vías de ferrocarril, destruyó casas, hubo más de tres mil personas sin hogar y provocó la rotura de una presa que causó un centenar de muertos. Por si esto no fuera suficiente, las autoridades tuvieron que desplegar en el lugar tropas de marines con órdenes de disparar a matar para evitar que se produjeran pillajes.
Cuando la lluvia cesó y sin importarle lo más mínimo los destrozos, Hatfield reclamó sus honorarios al Ayuntamiento de San Diego, que se negó a abonarlos salvo que se hiciera cargo del coste de las reparaciones e indemnizaciones que ascendían a más de tres millones de dólares. Ante la falta de acuerdo, las partes acudieron a los tribunales, que dictaminaron que la lluvia no podía ser creada por los hombres porque dependía de la voluntad divina. Aunque Hatfield apeló en dos ocasiones, las demás instancias resolvieron en la misma dirección y, si bien fue absuelto de cualquier responsabilidad de los daños, no cobró los honorarios acordados.
Lejos de suponer el fin de su carrera, las inundaciones de San Diego aumentaron la popularidad de este «hacedor de lluvia», que recibió ofertas de trabajo de diferentes partes del mundo. En 1922, por ejemplo, acudió a Nápoles por petición del Gobierno italiano y, una vez allí, se ofreció para poner en práctica su método ante el papa Pío XI en los jardines del Vaticano, que sufrían una importante sequía. Dos años más tarde, viajó a África contratado por grupos de agricultores que querían que hiciera caer la lluvia en zonas desérticas, cosa que consiguió el 15 de marzo y el 13 de abril de 1924, percibiendo por ello nada menos que ocho mil dólares.
Hatfield falleció en California el 12 de enero de 1958. Nunca nadie supo qué contenía la fórmula secreta que utilizaba para atraer las nubes pues, según decía «yo no hago llover, eso sería una afirmación absurda. Simplemente atraigo las nubes y ellas hacen el resto. Las condiciones que producen lluvia son atraídas por mi sistema como un imán atrae acero». No obstante, a lo largo de estos años, los científicos que han estudiado el caso han llegado a la conclusión que sus logros no se debían a esos productos químicos, sino a algo mucho más prosaico: los partes meteorológicos.
A pesar de que a principios del siglo XX la meteorología era bastante imprecisa, Hatfield y sus hermanos habrían tenido acceso a ese tipo de datos, los habrían sabido interpretar correctamente e incluso habrían sabido que la zona de San Diego sufre graves inundaciones cada once años y que la última se había producido en 1905.