El hombre lobo que horrorizó a Carrero Blanco


Hombres lobo, sangre y violencia. El franquismo toleró la licantropía que venía del extranjero pero quiso prohibir la que se narraba en una Galicia supersticiosa y aislada

Cuando Carrero Blanco, tras pedir un visionado privado de El bosque del lobo (Pedro Olea, 1970) para determinar si debía ser censurada o no, ya era tarde: había sido exhibida en el festival de cine Valladolid, entonces llamado «festival religioso y de valores humanos», y la película, lejos de levantar protestas, recibió el premio San Gregorio. Más tarde, en Chicago, el mismo José Luis López Vázquez, su magistral protagonista, fue igualmente premiado. Hoy sabemos que las autoridades franquistas, por medio de Carrero Blanco, quisieron prohibirla.

el-bosque-del-lobo.jpg

LICÁNTROPOS IBÉRICOS

Había que echarle mucha imaginación y no menos habilidad para sortear la censura en los duros años del franquismo. En un país que ocultaba de forma deliberada toda clase de noticias morbosas o truculentas (en los cuarenta y cincuenta se prohibió hablar de delincuencia, y menos aún juvenil, o los casos de violaciones y tragedias con muertos, siendo El Caso, un periódico casi «milagroso»), lo importante era que se eludiera tratar temas nacionales. El monstruo podía venir del extranjero pero la monstruosidad jamás podía suceder en nuestro territorio. Se intentaba crear una imagen de paraíso idílico, de rincón protegido frente a los azotes de «crimen, violencia y sexo» con la llegada de los sesenta. Así, hubo que cambiar el nombre del primer hombre lobo ibérico, que terminó adoptando la nacionalidad polaca y el nombre de Waldemar Daninsky: «El licántropo no podía ser español, asturiano, como yo lo había escrito, y había que aligerar carga religiosa, la violencia y el erotismo. Seguí las indicaciones de la censura y así nació el noble polaco Waldemar Daninsky», afirmó el gran Jacinto Molina, primer gran licántropo del cine español.

Paul Naschy (Jacinto Molina)

Paul Naschy (Jacinto Molina)

A El Bosque del Lobo le sonrió la suerte. Al igual que otras películas de hombres lobo que entraban de puntillas en un cine español aún con la censura vigente pero que comenzaba a mostrar ciertas permisividades (quizás por saturación ante las numerosas películas que llegaban del extranjero y la aparición del cine experimental), se habían prohibido imágenes de coprofagia o la del hombre lobo que ataca y despedaza a sus víctimas. No fue la primera película licántropa, pero sí una de las más polémicas.

José Luis López Vázquez en El Bosque del Lobo (1970)

«Lo que realmente escandalizó a Carrero Blanco fue que mostraba una Galicia supersticiosa y atrasada en plena campaña franquista por mostrar una España “moderna”»

EL HORROR DE CARRERO BLANCO

Ante la pregunta de qué fue lo que realmente ofendió y escandalizó a Carrero Blanco, la respuesta puede venir por lo que mostraba la película: una Galicia supersticiosa y atrasada en plena campaña franquista por mostrar una España «moderna». La religión, un puñado de leyendas negras y extrañas creencias, dominaba las regiones más profundas de aquella Galicia, que sin embargo no era la de los años setenta del siglo pasado sino la de finales del XIX. A Carrero Blanco, el hecho de que se contase una historia real acaecida un siglo antes, en los años de las crónicas de viajes de aquellos ingleses o franceses que visitaban nuestro país y quedaban asombrados del aislamiento, pobreza y retraso, no le importó. En realidad contaba una historia real, la del caso de Benito Freire (en realidad Manuel Blanco Romasanta), un vendedor ambulante de la Galicia profunda que sufre ataques de epilepsia. Es un personaje que aparece y desaparece, solitario, un hombre extraño que habita los caminos y que también se dedica a acompañar a gente que viaja de un pueblo a otro. En esa soledad y aislamiento comete sus crímenes. Cuando fue detenido, no se dudó un momento. Tenía la marca de la bestia y se le acusó de ser un hombre lobo. Para entonces, Romasanta había cautivado a media España. Fue condenado a garrote vil, pero la reina Isabel II cambió su condena por cadena perpetua.