El hombre que vendió dos veces la Torre Eiffel
/No estaba destinada a ser eterna, a ser un monumento que perdurase durante décadas. Pero sucedió. La Torre Eiffel inicialmente había sido levantada con motivo de la Exposición de París de 1889, tras lo cual Francia pensó que desaparecería al cabo de un tiempo.
Era una estructura colosal, pero inservible. No era funcional. No tenía otra utilidad que su contemplación y, por tanto, tras la Primera Guerra Mundial y el endeudamiento que supuso, hablar de desmantelar la Torre Eiffel, para su posterior desguace, parecía verosímil y nada descabellado, tanto que un avispado estafador, Victor Lustig, protagonizó una de las grandes estafas de toda la historia.
Era un viejo conocido para la policía. Años antes había estado implicado en disparatadas estafas, como la de una máquina para fabricar dinero. Pacientemente, como si fuese un empresario rompedor que podía hacerte millonario, mostraba una cajita en la que previamente había colado tres billetes auténticos de cien dólares. Luego hacía la demostración, algo a medio camino entre la ingeniería cutre y la magia de salón. El cliente, asombrado, veía como salía un supuesto billete copiado exactamente igual. No tardaba en pagar lo que fuese por este ingenio. Lustig, por supuesto, desaparecía un tiempo. Más tarde, en la soledad de su casa, el comprador creía poder fabricar nuevos billetes. Pero al cabo de unas horas solamente habían aparecido dos billetes más, los que había introducido el estafador.
Luego se embarcó en una nueva estafa: la de la Torre Eiffel. Por aquellos años, comienzos de los años veinte, los franceses discutían y exigían más dinero, acabar con lo superfluo, sanear la economía. Muchos comenzaron a pedir el desmantelamiento de la mole para convertirla en chatarra. Y eso mismo fue lo que ofreció nuestro hombre, que se hizo pasar por hombre del gobierno que, de forma secreta, vendía bonos para el desmantelamiento progresivo y posterior venta como chatarra de los materiales con que estaba construida la torre. El acuerdo se cerró en una reunión confidencial en un lujoso hotel, tras lo cual los llevó en una limusina que había alquilado hasta los pies de la estructura. Una vez allí, les aseguró que se trataba de algo único que ellos, unos pocos empresarios franceses, no podían dejar pasar.
Ganó una fortuna, pero esta vez no desapareció, sino que repitió la operación con otros empresarios. Sin embargo, la avaricia de Lustig le hizo cometer un fallo y uno de los supuestos compradores, dudando de la legalidad de la oferta, acudió a la policía, que a punto estuvo de atraparlo.
Sus días en Francia parecían haber acabado. Lustig, temiendo ser detenido, se embarcó directo a Estados Unidos, tierra de mafiosos, y en Nueva York conoció al mismísimo Al Capone, con quien participó en varias estafas que le hicieron ganar mucho dinero.
En 1930 logró poner en circulación miles de billetes falsos, pero cinco años más tarde sus días de gloria terminaron con la llamada a la policía de una de sus amantes, resentida por el rechazo amoroso de Lustig. Cuando lo detuvieron, aunque no le encontraron mucho dinero, hallaron una llave, que más tarde se descubrió pertenecía a una taquilla en la que encontraron el material con el que fabricó los billetes falsos.
Lo condenaron a veinte años de cárcel en la famosa prisión de Alcatraz. Murió en prisión, aquejado de una grave neumonía.