El lugar donde un duelista llamado Valle-Inclán perdió su brazo
/«Hubiera querido ser general mejicano», afirmó en varias ocasiones cuando fue preguntado acerca de qué otra vida le hubiese gustado tener en caso de no ser escritor. Su afición por las armas le llevó a soñar con biografías de bandidos y alzados: es posible que durante su estancia en México tuviera algún encontronazo durante el cual usase sus armas. En aquella época, su juventud, las letras y las armas eran sus vocaciones. El imaginario del gran Valle-Inclán estaba repleto de personajes legendarios, guerrilleros y combatientes carlistas. Y de duelos. En 1892, cuando residía en México, comenzó su fascinación por batirse en duelo, algo que resulta curioso puesto que el 7 de agosto de 1893 publicó un artículo que criticaba de forma sarcástica el mundo duelista. Dominaba con gran solvencia las pistolas y la esgrima, y su estancia mejicana, sobre todo en Veracruz, fue muy accidentada y tumultuosa. En enero de 1893, la prensa daba cuenta de la detención de Valle-Inclán por motivo de un «conato de duelo» con el director del periódico ultraconservador El Tiempo, que lo había acusado de conducta deshonesta y de estafar y quedarse con dinero. Los duelos, por entonces, estaban prohibidos en México, pero eso no pareció importarle al joven escritor, que fue condenado a 15 días de prisión conmutables, por lo que no ingresó en la cárcel. Luego vino lo del artículo donde parece desdecirse, pero siguió amando la filosofía duelista.
«Hubo un hecho que le hizo cambiar de vida y motivó una de sus etapas vitales más sombrías. Nos referimos a su famosa pelea y posterior pérdida de su brazo»
El temperamento tempestuoso de Valle-Inclán, sembrado de referencias a la caballerosidad y el honor, era conocido y también temido por muchos. Pero eso fue sobre todo en su juventud. Hubo un hecho que le hizo cambiar de vida y motivó una de sus etapas vitales más sombrías. Nos referimos a su famosa pelea y posterior pérdida de su brazo. Frecuentaba cafés bohemios y tertulias en lugares como el Café de la Montaña, situada en la planta baja del Grand Hotel de París, en el número 2 de la Puerta del Sol. Fue allí donde perdió su famosa mano, cercenándosele gran parte del brazo, algo que hoy se recuerda con una placa situada en la fachada lateral. El desencadenante precisamente fue una discusión sobre el mundo de los duelos. Al parecer, según contó, se enzarzó en una agria discusión con el periodista Manuel Bueno Bengoechea, que acabó en violencia. Ambos intercambiaron comentarios sobre la edad suficiente para batirse en duelo. El tono fue en aumento. Hubo insultos y reproches. Valle-Inclán, entonces con treinta y tres años, tras romper una botella (aunque otros testimonios hablan de una jarra de agua), le atacó con esta, mientras el periodista se lanzó con su bastón que al parecer tenía una parte cortante. Los testimonios son confusos y la mayoría de los testigos hablan de oídas. Valle-Inclán, ante la acometida de su enemigo, se protege con su brazo izquierdo. El choque provocó una lesión en su antebrazo, al clavársele un gemelo (el periodista logró huir del café) y posteriormente gangrenarse la herida. Sin embargo, hay varias otras teorías acerca de la causa de la amputación, como la de una rotura ósea que no podía tratarse en la época.
El 12 de agosto de 1899, el médico y cirujano Manuel Barragán y Bonet le amputó el brazo. Posteriormente, Valle-Inclán estrechó la mano de Bueno, en un gesto que demostraba ausencia de rencor y, posiblemente, arrepentimiento por la explosión de violencia.
El escritor recibió el apoyo de sus colegas, que organizaron un festival para conseguir fondos para comprarle un brazo ortopédico, estrenando en el Teatro Lara, el 19 de diciembre de ese año de 1899, su obra Cenizas: Drama en tres actos, con dirección del propio Valle-Inclán.
El escritor se hizo mundialmente famoso, pero la suerte de Bueno fue aciaga: al llegar la guerra civil, como militante falangista, fue fusilado en Montjuich a manos de milicianos.
El incidente se hizo célebre y desató la imaginación de muchos escritores. En México, en 1968, se publicó un pequeño cómic que fantaseaba con otra versión de los hechos más fantástica.
El Café de la Montaña (antiguo Café Imperial) quedó como testimonio de aquel hecho que lo emparentó físicamente con Cervantes y que ayudó a crear su inolvidable imagen. Fue inaugurado el 15 de abril de 1896 por su dueño Martín Lavín Cecín, procedente de Santander, de ahí el nombre elegido para el nuevo negocio. Posteriormente se transformó en cervecería. En la actualidad, no hay rastro del Grand Hotel de París ni del Café de la Montaña y su local está ocupado por la tienda de una famosa marca multinacional. Sus compradores son una legión de amantes de la telefonía móvil y la tecnología, aunque alguno sería capaz de batirse en duelo para conseguir el último modelo de teléfono.