El «oro de Madrid»
/En el verano de 1957, durante meses, se cavaron profundas zanjas en el parque del Retiro. Un zahorí aseguraba que bajo tierra se hallaba un enorme tesoro de monedas de oro pertenecientes a Felipe IV. Periodistas, empresarios y hasta el mismo Ayuntamiento financiaron las excavaciones. Una década después llegó una gran sorpresa…
La tradición viene de muy atrás. España, cada cierto tiempo, se estremecía ante la posibilidad de dar con viejos botines. En 1931 el abate Legrand, célebre zahorí y radiestecista, aseguró haber dado con el paradero de cien millones en un campo de remolachas de Hertain, en la frontera francesa. Según parece, hace diez siglos fue depositado el tesoro en un subterráneo que unía la abadía de Cysoiag con la de Hertain. El alcalde, entusiasmado, financió la operación, que terminó sin éxito. En Barcelona o Tolosa, se multiplicaban los buscadores de tesoros. También en Madrid.
El «oro de Retiro», como se conoció, se convirtió en un asunto nacional. Cada día, durante más de un mes, junto a las zanjas se apiñaban decenas de curiosos que contemplaban las excavaciones y las «artes» de un zahorí, Germán Cervera, que ayudado con sus supuestas habilidades de radiestesista, aseguraba que bajo sus pies había un tesoro, no cualquier tesoro: miles de monedas de oro que habían pertenecido a María Calderón, favorita de Felipe IV, que las habría escondido bajo tierra cuando vivía junto a su esposo en ese mismo lugar, la actual Montaña Artificial, que entonces se conocía como Montaña de los Gatos, por las estatuas de leones en su base orientada al oeste. También como Montaña de los Osos o Montaña Rusa, por los animales que allí se encontraban al pertenecer a la Casa de Fieras, que desaparecería posteriormente con la inauguración del zoológico.
El 2 de agosto comenzaron los trabajos. Poco a poco se profundizaba más y mas en las tierras del Retiro. De los 17 metros se pasó a los 19. La sociedad española se dividió en detractores y defensores de Cervera. Incluso muchos periodistas, convencidos por el zahorí, que despertaba numerosas simpatías y que, además, aseguraba haber descubierto ya en el pasado piedras preciosas, pusieron dinero de su bolsillo a cambio de una participación.
ENTREVISTA CON EL ZAHORÍ
El Diario de Zamora, en agosto de 1957, en medio de las excavaciones, lo entrevistó. Aseguraba que en breve llegarían hasta el tesoro, que se descubriría ante los ojos de todos, sobre todo de muchos periodistas, que habían donado sus sueldos para financiar la excavación.
«Estoy plenamente seguro que estoy profundizando materialmente encima del tesoro. Tan encima que en el momento en que rompa la bóveda de la galería se ofrecerá este a la vista»
«Hoy, como todos los días, los curiosos que asisten a presenciar las excavaciones se habían dado cita en el lugar denominado «La montaña de las ruinas», del madrileñísimo parque del Retiro donde el radiestesista don Germán Cervera asegura que encontrará el tesoro que perteneció a María Calderón, favorita de Felipe IV que vivió en el Retiro. Nosotros somos los primeros en llegar en esta calurosa mañana agosteña y en solicitar del señor Cervera una información directa para nosotros. Nos recibe con su proverbial simpatía y accede gustoso a nuestros deseos:
—Puede usted informar a sus lectores —me dice el radiestesista— que estamos a muy poca distancia de la techumbre de la bóveda que cubre la galería en la que está el tesoro.
—¿Cómo es que hoy hay tan poca actividad en la excavación? —le preguntamos, al ver a los poceros sentados en un banco próximo y en alegre coloquio con uno de los guardas del parque.
—Es que nos hemos encontrado con un banco de arena, y por tanto el temor a un corrimiento de tierras, dejamos la labor de profundizar y vamos a revestir el pozo de ladrillo. Cuestión de veinticuatro o cuarenta y ocho horas; en seguida a continuar cavaremos abajo, dentro de muy pocos días... llegaremos a nuestro objetivo.
—¿Es muy elevado el coste de estas obras?
—Juzgue usted mismo. En las excavaciones llevamos invertidas tres mil quinientas pesetas, y el presupuesto que nos envía el contratista para revestir el pozo es de siete mil.
—Según algunos — continuamos nosotros—, una vez aparecida la galería, tendrá usted que desviarse un poco a la derecha para encontrar el tesoro. ¿Es usted de la misma opinión?
— Yo —nos asegura el señor Cervera— estoy plenamente seguro que estoy profundizando materialmente encima del tesoro. Tan encima— continúa — que en el momento en que rompa la bóveda de la galería se ofrecerá este a la vista.
— ¿Y cree usted que tardará mucho en llegar a la bóveda una vez reanudada la excavación?
—Estoy convencido que llegará inmediatamente. Y para esta afirmación no solamente me baso en lo que la gente ha dado en llamar «mi optimismo», sino en que entre los escombros ya hemos encontrado trozos de ladrillo y los propios poceros dicen que ellos han cavado sobre una galería ya próxima.
—¿Ha tenido otras ofertas de carácter económico para colaborar con usted?
—He tenido varias; pero hay una que ha hecho vibrar mi fibra más sensible, y es la que me han hecho los periodistas, poniendo a mi disposición su sueldo de un mes.
Durante toda nuestra conversación no desaparece la sonrisa del rostro simpático de don Germán Cervera; y sus cabellos blancos se nos ofrecen como una garantía a la madurez de sus afirmaciones. Le preguntamos si quiere decirnos algo para los lectores de nuestro diario que siguen día con todo interés la marcha de las excavaciones, y nos dice:
—Haga llegar a todos ellos mis saludos más sinceros y asegúreles que no serán defraudadas las esperanzas que han depositado en la existencia del tesoro y que en breve esta ilusión de hoy será una realidad.
Que así sea, le deseamos al señor Cervera, para que sus desvelos se vean convertidos en realidad, y que muy en breve se vean colmadas sus esperanzas. Tendemos nuestra mano al ya famoso radiestesista, que nos la estrecha con el mismo afecto que a nuestra llegada, y nos despedimos pletóricos del optimismo sin límites de que nos ha hecho partícipes el señor Cervera».
AUGE Y CAÍDA DEL «EMBAUCADOR»
Sin embargo, el oro se resistía a aparecer y, poco a poco, quienes financiaban las obras se cansaron de las promesas del zahorí.
La Hoja del Lunes, cuando se desató una campaña contra Germán, que lo acusaba de fraude, publicó un artículo en su defensa titulado «El tesoro del Retiro: aquí las cosas claras»
«Cervera, aunque no encontrara una moneda, nunca podría ser tachado de embaucador
Bien, señores: hasta aquí, la cuestión del tesoro del Retiro ha aportado como eje principal de atención pública la rivalidad existente estos últimos días entre los socios capitalistas y el señor Cervera. Cierto artículo publicado en un diario de Madrid parecía representar la agonía del radiestesista porque se suspendieron las obras. Porque se tachaba poco menos que de falsario a don Germán. Porque los periodistas dejaron de acudir a su cita diaria con el parte que facilitaba el radiestesista...
No todos, claro. Quedaba mi estimado compañero Yale, de "Madrid", y el firmante de este artículo. Los dos, algo así como Quijotes, empezamos a buscar datos que defendieran la postura de don Germán Cervera. Y los encontramos.
Hablé en cierta ocasión de una mina de topacios descubierta por don Germán. Todos hablamos de ella. Pues bien: dijeron que ni mina, ni nada. Que el señor Cervera había detectado topacio donde luego se encontró cristal de roca. Claro, si se le añaden las pruebas que se aportaban sobre la veracidad de esa información, constituía la derrota del radiestesista. Pero he aquí que un día voy y me encuentro con el que fue propietario de la "mina de cristal de roca", de Villar de Peralonso. Este señor se llama Juan Campol y me dice:
—Topacios; sí, señor. El señor Cervera detectó topacios, y eran topacios lo que allí había. Y, para más señas: Muchos de ellos puede usted verlos en la calle de Hortaleza, 38. Allí los tiene el lapidarlo alemán Muller, que fui el mismo que los talló.
Cervera ha obrado siempre de buena fe. Está convencido de que allí hay un tesoro. Por eso, cuando pudo pedir unos honorarios a los socios capitalistas por su trabajo como director técnico de las obras, Cervera no pidió ni una sola peseta. Se conformaba con la parte que le correspondiera. No embaucaba a nadie en ningún asunto. Pero los capitalistas van y dicen que quieren prescindir del hombre que detectó el tesoro. No dicen que hayan sido engañados ni que suspendieran las obras. Nada de eso. Dicen simplemente que prescindieron del señor Cervera, pero que seguirán.
O sea: los capitalistas creen en Cervera. Estaban dispuestos a continuar ellos solos ¿...? lo que quiere decir que lo del tesoro no es cuento chino. Y se llevan hasta el lugar de las obras a otro señor con unos aparatitos… Al parecer, don Germán ha encontrado apoyo oficial para que continúe él solo las excavaciones. Cosa de la que nos alegramos, claro. Porque exista o no el tesoro, el bueno de don Germán ha dado de continuo pruebas de su honradez. No pidió nada a nadie. Al contrario: daba a quienes le ayudaran. A quienes pusieran esas pesetas necesarias, que él no tenía para la búsqueda. No puede tachársele de embaucador. Porque si no hay tesoro, Cervera no gana nada. Y si lo hubiese, ganarían más los otros.
Pero se cansaron cuando los gastos ascendieron a la exuberante cantidad de tres mil pesetas. Así, capitalista lo puede ser la portera de mi casa... Pero son muy pocas pesetas, si se tiene en cuenta que en el caso de aparecer el ansiado... ¿O estoy mintiendo?».
Y EL TESORO… LLEGÓ
«Una vez que los empresarios dejaron de financiarlo, intervino el mismísimo Ayuntamiento, que a su vez fue quien durante un tiempo pagó las obras»
Lo cierto es que, una vez que los empresarios dejaron de financiarlo, intervino el mismísimo Ayuntamiento, que a su vez fue quien durante un tiempo pagó las obras. Tampoco apareció tesoro alguno, pero una década más tarde, el 25 de marzo de 1968, muy cerca de aquel mismo lugar mientras trabajaban en el cerramiento de la puerta de Pacífico del Parque del Retiro, dieron con cincuenta y nueve monedas de oro: entre otras, dos con la efigie de Carlos III; veintiocho con la de Carlos IV, ocho con la de Fernando VII; y una pequeña con la de Carlos IV. El botín ascendía a 300.000 pesetas, una grandísima cantidad entonces. El periplo de las monedas fue vertiginoso. De las manos del capataz del Retiro, pasaron al director de Parques y Jardines de Madrid y, finalmente, al alcalde de Madrid, Carlos Arias Navarro, que los recibió personalmente y entregó a cada uno un sobre con cinco mil pesetas por no haber hecho «desaparecer» el tesoro. Eso sí, no sabemos dónde están esas monedas en la actualidad. Otro misterio más.