El pintor del sexo, la muerte y el satanismo
/Félicien Rops, amigo íntimo de Baudelaire, reflejó una belleza macabra que aún hoy nos sigue fascinando.
Fue admirado por Charles Baudelaire, de quien fue amigo íntimo, y sus oscuras y fascinantes lustraciones llenaron las cubiertas de lo mejor de la bohemia noir de la época: Mallarmé, Péladan o el poeta «asesino» Verlaine. Incluso atrajo a Huysmans, que afirmó que Rops era uno de los artistas más extraordinarios de todos los tiempos al reflejar como nadie lo había hecho antes los «supernaturales aspectos de la perversidad». El belga Félicien Rops (1833-1898) llevó su pintura a unos territorios de provocación extrema, pura energía negativa y destructora, para ofrecer el lado prohibido de la mirada y del discurso complaciente de la tradición católica. Mostró lo inmostrable: santa Teresa masturbándose frente a una Biblia. Éxtasis místicos y una lujuria que le permitía ascender a los cielos, o al menos soñar con estos, al tiempo que ponía patas arriba la imaginería cristiana.
Como rey de la blasfemia, superó a otros artistas de la época. En Les Sataniques (1884), Satán es retratado imparable, repartiendo su semilla por el mundo entero y los minúsculos hombres son lanzados desde lo alto mientras cruza el Sena. Pornocracia, otra de sus obras, designa al Maligno. Esta es la palabra perfecta para definir su obra, como una iconografía católica puesta al revés, invertida y depravada: el demonio es el crucificado en lugar de Cristo. Las mujeres aparecen junto a la Bestia, algo que Huysmans definió como un ejercicio de toma de poder de la mujer, una «mercenaria de los Poderes de la Oscuridad», afirmó. Así, sus visiones convirtieron a las prostitutas en ninfas sagradas. Rops, como muchos otros de su tiempo, fue masón y estuvo vinculado al ocultismo.
Sus ilustraciones eran sistemáticamente censuradas, y unió fuerzas con otro de los grandes poetas de su tiempo, su amigo Baudelaire. Es suya la portada de Les Épaves, una selección de poemas de Las flores del mal, censurado en Francia y que salió publicado en la vecina Bélgica.
Cuando en los últimos años de su vida se fue quedando paulatinamente ciego, una nueva generación de poetas y pintores lo convirtió en su héroe, el más oscuro de los decadentes. Un par de décadas después de su muerte los surrealistas liderados por Breton terminaron por encumbrarlo a una gloria que le fue negada en vida.