El trabalenguas galáctico de 'Kin-dza-dza!'
/Cuando el maestro del melodrama soviético Georgiy Daneliya se puso detras de la cámara para rodar una película de ciencia ficción de bajo presupuesto, nadie esperaba que el resultado fuera un cruce entre Mad Max, los Monty Python y Andrei Tarkovsky. Ni que el poder de su sátira seguiría vigente después de tanto tiempo.
Quién le iba a decir al ingeniero Vladímir (Nikoláievich Mashkov) que se vería envuelto en un cambalache sideral por elegir el momento más inoportuno para bajar a comprar el pan. De haberlo sabido antes, hubiera cambiado sus hábitos de consumo y regresado a casa con las manos vacías, a tiempo de seguir soportando los reproches de su esposa. Incluso le habría dado un par de kópeks al músico callejero Guedevan (Levan Gabriadze) para que tomase el autobús de vuelta a Georgia, y evitar así que sus caminos se cruzasen en la órbita del viajero interplanetario (Anatoli Serenko) que los ha teletransportado por error al inhóspito planeta Pliuk, en la galaxia Kin-dza-dza.
Allí entablarán contacto con una pareja de mercachifles locales, Uef (Evgueni Leónov) y Bi (Yuri Yákovlev), con quienes aprenderán a relacionarse mediante un complejísimo código lingüístico, de colores y de castas. El humor costumbrista de esta odisea espacial en la era Glasnot, supuso un hito semejante al tropiezo accidental del bosquimano protagonista de Los dioses deben estar locos (Jamie Uys, 1981) con una botella de Coca-Cola en mitad del desierto del Kalahari. Por arte de magia de la plusvalía, los fósforos del comunista Vladimir pasan a ser un bien de primerísima necesidad con el que poder negociar su regreso a la Tierra.
Hasta cierto punto, chistes como éste explicarían la enorme popularidad de la película en los países del Este y que la harían merecedora de un remake animado para captar la atención del público infantil en 2013. Al poco tiempo de estrenarse en Rusia, tres años antes de la caída del muro de Berlín, la película era remontada como miniserie de cuatro capítulos para su pase televisivo en el resto de países del bloque comunista. Llama la atención que la civilización de este “nuevo mundo” a lo Mad Max se alce orgullosa sobre toneladas de chatarra reciclada, como un espejismo del verdadero progreso. A este respecto, nuestro queridísimo Miguel Llansó también puso su particular pica en Marte con Crumbs (2015), una fascinante fábula afrofuturista rodada en Etiopía, sobre las reliquias pop del antropoceno y la obsolescencia programada.
Si pronuncias en alto Kin-dza-dza! (1986), comprobarás su similitud fonética con la capital de la República Democrática del Congo. Pero, volviendo a la película, su coartada distópica resulta más impenetrable a simple vista, sumiéndonos en un estado de desconcierto similar al de nuestros improvisados intronautas. Mientras La guerra de las galaxias colonizaba –literalmente– el espacio exterior, los soviéticos volvían la vista hacia el interior del Telón de Acero y se acostumbraban a leer entre líneas para burlar los controles de la censura. De ahí la preferencia de los autores de la Edad de Oro de la Prilunchenchesko Fantasticheskaya Literatura por un género que les permitía un margen de acción más amplio para el subterfugio y la imaginación.
Que al invertir la palabra, se trastoca el orden social, lo sabía mejor que nadie Chiquito de la Calzada.
Tomando como punto de partida las ciberiadas de Stanislaw Lem, los guionistas sintetizaron un dialecto alienígena a partir de su lengua materna –el georgiano– que rivaliza en expresividad con el nadsat que hablaban los drugos de La naranja mecánica. Si nos ceñimos a la definición de “literatura menor” que acuñaron Deleuze y Guattari, para referirse a las obras escritas desde el punto de vista de una minoría en el idioma hegemónico del colonizador, el plunkaniano se transforma en el caballo de Troya definitivo de la inmersión lingüística. Responde a la frustración de sufrir una lengua impuesta desde arriba, como es el ruso, con la que no comparte ni tan siquiera alfabeto. El símil se entenderá mejor con un par de ejemplos extraídos de mi edición de bolsillo de la Guía del Autoestopista Galáctico: «Prisión» se traduciría «Etsikh», que proviene del equivalente georgiano «Tsikhe» para «Fortaleza»; mientras que el propio título de la película –y por extensión, el nombre de la galaxia que le sirve de escenario– deriva de «Kindza», la palabra georgiana para «Cilantro».
Que al invertir la palabra, se trastoca el orden social, lo sabía mejor que nadie Chiquito de la Calzada. Los neologismos patentados por los extraterrestres forman parte del vocabulario cotidiano; así que, si te encuentras con Zozulya, abre los brazos de par en par y grita «¡Ku!» . Es probable que el delantero neonazi te replique «Katsap», que es como todavía insultan a los rusos en las repúblicas ex soviéticas. Pero donde de verdad se percibe la huella de Kin-dza-dza es en el censo de población de 2010, en el que varios ciudadanos de la región de Kursk se definieron como patsaks, los parias espaciales por antonomasia.