Cuando Hitler robó la Navidad
/Durante la II Guerra Mundial, la propaganda nazi alteró la letra de ‘Noche de Paz’, el popular villancico que ambos bandos habían cantado en las trincheras de la Gran Guerra. Un giro político inesperado que enfrentó a Jesucristo y Santa Claus con el mismísimo Adolf Hitler.
«Noche de paz, noche santa/ todo está en calma, todo es brillante/ Solo el Führer permanece alerta para vigilar y proteger el futuro de Alemania/ guiando correctamente a nuestra nación». En diciembre de 1941, Adolf Hitler organizó una fiesta de Navidad para agasajar a los jerarcas nazis. Reunidos alrededor de un enorme árbol, festejaron con brindis triunfales e intercambiaron regalos ante la atenta mirada de cientos de oficiales de las SS ataviados con sus uniformes de gala. Sin embargo, las imágenes tomadas por el fotógrafo personal del Führer nos muestran a un Hitler taciturno, incluso ausente, como si se sintiera fuera de lugar a pesar de presidir la mesa. Una pregunta le rondaba la cabeza: ¿cómo reconciliar una ideología basada en el odio, la conquista y el exterminio con la celebración del nacimiento del Mesías de los judíos?
A simple vista, los brazaletes con la esvástica desentonaban con el brillo de los adornos a la luz de las velas, pero veinte años atrás, recién nombrado líder del Partido Nacional de los Trabajadores Alemanes, Hitler ya había pronunciado un discurso de Navidad similar en una cervecería de Munich condenando a «los judíos cobardes por matar al libertador mundial en la cruz» y jurando que «no descansaría hasta que los judíos fueran destrozados». Tras su llegada al poder en 1933, el Partido Nazi emprendió su particular cruzada por resignificar la Navidad, exaltando los valores más reaccionarios del Romanticismo alemán y dejando una puerta abierta al antisemitismo.
En un artículo publicado en 1937 por el semanario nazi Der Stürmer y titulado Nuevos significados para las costumbres heredadas, uno de sus más fervientes ideólogos, Friedrich Rehm, instó a los “verdaderos patriotas” a eliminar cualquier vestigio del cristianismo, por considerarlo un legado ajeno y nocivo para la cultura y tradición germanas: «No podemos aceptar que un árbol de Navidad alemán tenga algo que ver con una cuna en un pesebre en Belén. Es inconcebible para nosotros que la Navidad y todo su profundo contenido espiritual sea el producto de una religión oriental».
Los árboles de navidad del nazismo dieron cobijo a esvásticas, racimos de granadas, nidos de ametralladoras, efigies de Adolf Hitler y lemas patrióticos.
Cuenta la leyenda que fue San Bonifacio, evangelizador de Alemania, quien arrancó de cuajo el árbol ceremonial de los dioses paganos con sus propias manos, allá por el siglo VII, para plantar en su lugar un abeto que, por su hoja perenne, simbolizaba el amor eterno de Dios a los hombres y con su forma triangular, explicaba también el misterio de la Santa Trinidad. Después lo adornó con manzanas, icono del pecado original y la tentación, y con velas, imagen de la luz de Jesucristo.
A partir del siglo XVII, la tradición del Weihnachtsbaum arraigó profundamente en las regiones de Alsacia, Renania-Palatinado y Baden, convirtiéndose en un símbolo a nivel nacional. En pleno auge del nazismo, sus ramas dieron cobijo a racimos de granadas, nidos de ametralladoras, efigies del propio Hitler y lemas patrióticos. Pero, ¿qué se podía hacer con la estrella que solía coronarlo? Para evitar confusiones con una Estrella de David al contar seis puntas, o con la estrella roja del comunismo cuando eran cinco, fue rápidamente sustituida por la omnipresente esvástica, una Sonnenrad o la insignia rúnica de las Schutzstaffel.
Alegando que los alemanes celebraban el solsticio de invierno desde mucho antes de que el cristianismo santificase las fiestas, los nazis reclamaron la Weihnachten como una fiesta identitaria, pagana y ancestral, revestida de nuevos símbolos y rituales con los que esperaban asentar y difundir el nacionalsocialismo. No se salvó ni Santa Claus, por considerarlo una reinvención cristiana del dios Odín. Le bautizazon Sunnwendmann (El hombre del Solsticio) y le representaron viajando a lomos de un corcel blanco, luciendo una espesa barba gris y un sombrero holgado, y portando a sus espaldas un saco rebosante de regalos para los niños arios.
En manos de Alfred Rosenberg y Heinrich Himmler, el revisionismo navideño alcanzó sus cotas más megalómanas y delirantes, como se desprende de un folleto de veinte páginas publicado en noviembre de 1937 por la Heimatwerk, promotora autoproclamada de la cultura germana. A fin de garantizar que ninguna celebración era «tan alemana como la Navidad», recomendaron usar moldes de repostería con forma de esvástica o papel de regalo adornado con símbolos nazis, y convirtieron los villancicos en loas al Führer, hasta el punto de afirmar que «María es la madre de toda Alemania» e identificar a los Reyes Magos con los obreros alemanes que rindieron pleitesía en las urnas a Hitler, el verdadero mesías, «un hombre destinado a convertirse en Dios y salvador del pueblo alemán».
Resulta particularmente perverso que el principal arquitecto del Holocausto se encargara de normalizar el supremacismo mediante una campaña navideña. Poco a poco, casi sin darse cuenta, los judíos alemanes habían pasado de la marginación económica a la exclusión social. Víctimas primero de la apropiación cultural y de la expropiación material después, hasta llegar a la Solución Final para borrarlos para siempre de la Historia. Despojada de sus raíces, la Navidad sufrió el mismo proceso de “sincronización institucional” similar al conocido como Gleichschaltung, mediante el cual el nazismo controlaba y regulaba todas las parcelas de la vida privada, incluidas la educación, la cultura, la prensa y por supuesto la religión.
Resulta particularmente perverso que el principal arquitecto del Holocausto se encargara de normalizar el supremacismo mediante una campaña navideña.
«Cuando celebramos una Navidad alemana, acogemos en el seno de nuestra familia a todos aquellos que son de sangre alemana, y que afirman su etnia alemana –escribió Friedrich Rehm– Abrazamos a todos los que estuvieron antes que nosotros y a los que vendrán después; a quienes el destino no les ha permitido vivir dentro de las fronteras de nuestro Reich y a los que cumplen con su deber luchando lejos de su patria».
La de 1944 fue la última Navidad de los nazis. Cuatro meses después, su Führer estaba muerto y, pese a que algunos de sus himnos siguieron cantándose en la Alemania de posguerra, su eco fue perdiendo fuerza hasta casi extinguirse. Eso explicaría la expresión impenetrable del rostro de Hitler durante aquel banquete de 1941, quién sabe si tras recibir la visita del Fantasma de las Navidades Futuras.