Juegos de guerra, Guy Debord y el copyright

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Tras disolver la Internacional Situacionista en 1972, Guy Debord se obsesionó con un juego de mesa de su propia invención, inspirado en las teorías militares del general prusiano Carl von Clausewitz. En las manos adecuadas, El Juego de la Guerra sería mucho más que un pasatiempo: un subterfugio lúdico y revolucionario destinado a socavar los cimientos de la Sociedad del Espectáculo.


«He estado muy interesado en la guerra y en los teóricos de la estrategia, pero también en los recuerdos de batallas y en otros innumerables trastornos que la historia menciona, remolinos en el curso del tiempo. No ignoro que la guerra es el campo del peligro y de la decepción, tal vez en mayor medida que otros aspectos de la vida. Sin embargo, esta certeza no ha logrado disminuir la atracción que siento por ella».

Tomo la cita prestada del primer volumen de Panegírico, publicado en 1989 a modo de balance existencial y artístico del “pensador estratégico”, aventurero, escritor y cineasta francés que, un lustro más tarde, se quitaría la vida con un disparo en el corazón cuando estaba a punto de cumplir los 63 años. Ese abrupto fin de partida fue también el de un mundo que ya no ardía en el fuego de las barricadas, sino en el de las vanidades, y que su amigo Fernando Arrabal interpretó como un último gesto que «por lo menos le mantuvo a la altura de lo que rechazó». Décadas atrás, el filosofo que invitaba sus alumnos a escribir en los muros de las calles de París: «Abolimos el copyright», había patentado un juego de mesa al que bautizó Kriegspiel o Le Jeu de la Guerre.

«He practicado este juego y aprovechado sus enseñanzas a lo largo de mi vida, en la cual también determiné cuáles serían las reglas del juego para luego seguirlas».

En la fotografía que encabeza este artículo, Debord se enfrenta a su esposa Alice Becker-Ho. Les separa un tablero de 500 casillas de 20 líneas sobre 25 columnas, dividido en dos territorios (Norte contra Sur) en cada uno de los cuales se encuentran una cadena montañosa, un puerto, dos arsenales y tres fortalezas que abarcan cualquier combate y batalla: «Hace ya mucho tiempo que logré presentar los fundamentos de sus movimientos en un juego de mesa sumamente simple: las fuerzas en conflicto y las contrastantes necesidades impuestas a las operaciones de cada una de las partes. He practicado este juego y aprovechado sus enseñanzas a lo largo de mi vida, en la cual también determiné cuáles serían las reglas del juego para luego seguirlas».

Producto de la fascinación compartida con su admirado Duchamp por los juegos de azar, El Juego de la Guerra se nos antoja una versión sofisticada del popular Risk. Como aquel, recoge la idea de la guerra napoleónica como primera visualización moderna de armamento y soldados reducibles a una cuantificación abstracta. Y el objetivo es el mismo: arrinconar al contrincante y destruir sus tropas.

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El Juego de la Guerra se nos antoja una versión sofisticada del Risk. Y el objetivo es el mismo: arrinconar al contrincante y destruir sus tropas.

En 1977 llegaron a fabricarse media decena de tableros con sus correspondientes piezas, realizados en plata y cobre, uno de los cuales se exhibe en el Buell Center for the Study of Architecture de la Universidad de Columbia, junto a la versión digital que el artista Alexander Galloway realizó en un taller con sus alumnos de la Universidad de Nueva York en 2008. Pese a formar parte de una investigación académica sobre los videojuegos y ser concebido como un homenaje a la obra de Debord, su viuda interpuso una demanda judicial contra el proyecto por violación de los derechos de autor.

De por sí resulta paradójico, teniendo en cuenta el uso del détournement como forma de desobediencia al lenguaje e instrumento revolucionario en los tiempos de la Internacional Situacionista. Algo tuvo que ver con la traducción al inglés de Le Jeu de la Guerre, el ensayo que el filósofo y su mujer escribieron juntos en 1987, y que llegó a las librerías un año antes acompañado de un tablero de cartón sin autorización previa. Con todo y con eso, el reglamento se editó en numerosas ocasiones desde entonces, tanto en forma de libro como de fanzine, con más bien escasa repercusión hasta la llegada de Internet.

«Los juegos de guerra son una continuación de la política por otros medios»

En su web, Classwar Games pone a disposición de los jugadores una versión imprimible y gratuita, invitándonos a «convertir los cortijos del capitalismo en los patios de recreo del comunismo cibernético». El llamamiento de este colectivo de artistas digitales, desarrolladores de software y activistas políticos reivindica el espíritu lúdico de los situacionistas. «Los juegos de guerra son una continuación de la política por otros medios», alegan a la hora de poner en jaque a la clase dirigente. Sin ir más lejos, uno de su integrantes, el artista conceptual Rod Dickinson, estuvo detrás de los círculos de las cosechas que proliferaron en el Reino Unido durante los años noventa.

Junto al paquete básico de El Juego de la Guerra, podemos descargarnos también una estupenda antología de ensayos titulada Juegos de Guerra de Clases: La Subversión Lúdica contra el Capitalismo Espectacular, además de información sobre Imperialism In Space, que promete a los jugadores «una comprensión crítica de los argumentos políticos y teóricos del famoso panfleto El imperialismo: La fase superior del capitalismo, escrito por Vladimir Lenin en 1916».

Por su parte, Galloway sigue fiel a su compromiso de adaptar el juego original a un entorno más contemporáneo y la versión beta de su videojuego ya está disponible para plataformas iOS y macOS. Las sorpresas que depara este Kriegspiel parecen inagotables -aventuró Debord- Y me temo que puede ser la única de mis creaciones a la que alguien reconocerá cierto valor en el futuro. Sobre la cuestión de si hice un buen uso de estas enseñanzas, dejaré que sean otros quienes saquen sus conclusiones».

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