La belleza de la revolución: los diseños de los futuristas soñaban con un mundo nuevo
/A diferencia del futurismo italiano, los futuristas soviéticos abrazaron la revolución y produjeron numerosos libros cuya belleza hoy sigue deslumbrando
El primer asalto virulento y organizado que, desde el terreno del arte, se efectuó contra el Arte, se produce a comienzos del siglo XX. El 20 de febrero de 1909, el italiano Filippo Tommaso Marinetti publicó el primer manifiesto del movimiento futurista en el periódico Le Figaro e inició un estilo que luego fue imitado: primero es el manifiesto y, luego, el movimiento. A pesar de que ya el cubismo planteó que los artistas representaban la punta de lanza en pro de todo aquello considerado como «moderno», fueron los futuristas quienes, de una manera organizada y metódica, dirigieron su esfuerzo a la provocación. El futurismo de Marinetti y los suyos llamaba a «una lucha sin cuartel contra los candidatos que pactaban con los viejos y los curas». Imbuidos por una gran exaltación patriótica y el amor por la máquina de la guerra, dirán, dos años más tarde del primigenio manifiesto, que en Italia debía borrarse todo recuerdo o referencia a la anterior grandeza romana. Otros futuristas, como Boccioni, Severini, Carra o Russolo, en un manifiesto dirigido a los jóvenes artistas de Italia, declararon abiertamente el combate contra «la religión fanática, inconsciente y snob del pasado, alimentada por la nefasta existencia de los museos». Los futuristas eran fanáticos de las carreras de coches, la velocidad de las locomotoras y el fulgor de las lunas eléctricas», a la vez que decían moverse «por una fuerza compulsiva e incendiaria». Sorprendentemente, Marinetti, ya en 1933, defendía el uso del nuevo medio de comunicación: la televisión, así como lanzó la idea de la creación futura de teletacto, teleolfato y telegusto, todo ello para exaltar la nación italiana como punta de lanza del mundo entero.
«Es la vida la gran enemiga del futurismo, la vida con todos sus pesares, desfallecimientos, ruinas, con todas sus luchas mal resueltas, con todos sus ataques, con todo aquello que llamamos fuerzas tentaculares minuciosas del día, de todos los días que pasan, que nos envuelven, que nos arrastran, encadenan y encierran y que en un momento dado nos impiden avanzar diciéndonos: es inútil (...) ¡El pesimismo! ¡He aquí el enemigo del futurismo, de ahí verdaderamente la grandeza del peligroso enemigo a derrotar! Cuando se debe combatir contra pedantes, críticos estúpidos o profesores fosilizados, la lucha no es peligrosa si se siente valor. Lo que se debe combatir es precisamente ese pesimismo renaciente que es el peso de los siglos, el peso de la literatura, el peso de los esfuerzos ya cumplidos, el peso de todos los dolores de la humanidad y que el artista lleva dentro de sí mismo, de alguna manera, como una trágica central eléctrica que descarga continuamente contra todos los esfuerzos innovadores» (Marinetti).
«Soñaban, en efecto, con grandes ciudades militarizadas e industriales, defendiendo ideas para Venecia como la de "rellenar los apestosos canales con los escombros de los ruinosos y sucios palacios"»
Por lo tanto, la seña de identidad de los futuristas será la hiperexaltación de la modernidad. Una modernidad que, según éstos, pasaba por la destrucción de lo ya existente, plasmándose en los museos. Soñaban, en efecto, con grandes ciudades militarizadas e industriales, defendiendo ideas para Venecia como la de «rellenar los apestosos canales con los escombros de los ruinosos y sucios palacios». El problema no era tanto el pasado en sí mismo sino la idea que subyacía tras éste, es decir, la del culto y adoración hacia las formas culturales burguesas y nostálgicas. Su entusiasmo destructor se dirigía contra «todo lo apolillado, mugriento y corroído por el tiempo», proclamándose «vía libre a los jóvenes, a los violentos y a los temerarios». Su propuesta era claramente por y para la juventud, una perspectiva exultante de la juventud que calará en Italia cuando Mussolini hizo su aparición y accedió al poder en 1922. La doctrina del fascismo tenía unos rasgos muy coincidentes con ciertas tesis futuristas. En palabras de Mussolini, «únicamente la guerra pone en la máxima tensión todas las energías humanas y marca con un sello de nobleza a los pueblos que tienen el valor de afrontarla. El fascismo traslada este espíritu antipacifista a la vida de los individuos». La ideología fascista, entonces, era considerada como «la nueva fórmula de la vida italiana».
En el Manifiesto del Partido Futurista (1918), efímera y modesta aventura de Marinetti en el terreno parlamentario, se defendía la educación básica obligatoria, el divorcio, el anticlericalismo, la libertad de huelga, la masiva expropiación de tierras, etc. Este partido del futurismo italiano ejercía su función de una forma más virtual que real ya que su verdadera misión era la pura propaganda política. Durante este periodo, sus postulados y su radicalidad caótica se asemejaron, aunque aparentemente, con el anarquismo formalmente más visceral. Pero las pretensiones de Marinetti iban mucho más allá del ideal ácrata, aún a costa de un inicial pronunciamiento cuasi anárquico. «Los anárquicos se contentan con atacar las ramas políticas, jurídicas y económicas del árbol social, mientras nosotros queremos bastante más», dirá Marinetti, para alinearse luego con los ultranacionalistas y la derecha.
La mayoría de los futuristas italianos cayeron rendidos ante las tesis emprendidas por Mussolini (que fue calificado por Marinetti como de «un temperamento futurista extraordinario»), para quién «la política es el arte supremo, el arte de las artes, la divina entre las artes, porque trabaja sobre la materia más difícil, puesto que está viva: el hombre». Aunque existió una facción de entre ellos que se decantó por el comunismo o el anarquismo. El hombre será, precisamente, el objeto de la cruzada futurista, el hombre y su exaltación, su purgación espiritual, su liberación total o, cuando menos, lo proclamaban haciendo un considerable ruido, pero sin que la clase política italiana y su aristocracia entendieran prácticamente nada de las tesis futuristas, ideas éstas que caerán en la supuesta ambigüedad ideológica del mismo fascismo.
«Numerosos artistas proletarios soviéticos dedicarán su obra a la nueva época. Sus trabajos, en espectaculares y hermosos diseños y cubiertas de libros o carteles publicitarios son ejemplos del nuevo arte»
Para los futuristas italianos, el fascismo era el programa mínimo futurista. Limpiar, barrer, eran palabras frecuentes en el discurso futurista, a la vez que Mussolini exhortaba a «fundir al pueblo italiano, pulirlo de escoria, lavarlo» pero, a pesar de lo que pudiera parecer a priori, el futurismo ruso de Mayakovski que, del mismo modo, hizo suyo el célebre llamamiento a la «higiene del mundo», se construía sobre la revolución proletaria y la lucha a muerte contra la burguesía organizada.
Numerosos artistas proletarios soviéticos dedicarán su obra a la nueva época. Sus trabajos, en espectaculares y hermosos diseños y cubiertas de libros o carteles publicitarios (en papel o pintados sobre escaparates y paredes), son ejemplos del nuevo arte. Líneas de fuerza, colores intensos, movimientos. La imparable revolución del trabajador y la trabajadora soviética que construirían el nuevo mundo.