La fantástica Liga de los Salvadores de Libros
/Numerosos incendios han destruido bibliotecas enteras, haciendo desaparecer importantes colecciones por el devastador fuego. En cada incendio bibliotecarios desesperados y voluntarios amantes de los libros, con sus guantes de látex, ventiladores y cascos, acuden a intentar salvar el mayor número posible de ejemplares
«Reconoce ese lugar, estuvo en él por última vez cuando bajaban las aguas, justo después de la inundación —escribe la Premio Nobel de literatura, la polaca Olga Tokarczuck en Los errantes—. La biblioteca, la honorable Ossolineum, está situada junto al río, frente a él, y es un error. Los libros deberían guardarse en terreno elevado. Recuerda aquella imagen, el momento en que salió el sol y bajaron las aguas. La inundación había dejado cieno y fango, pero ya habían limpiado algunos lugares y los trabajadores de la biblioteca ponían allí los libros a secar. Los colocaban medio abiertos en el suelo; eran cientos, miles. En esa posición tan poco natural para ellos, recordaban a seres vivos, un cruce entre pájaro y anémona. Manos enfundadas en finos guantes de látex despegaban pacientemente las páginas unas de otras para que frases y palabras se secaran por separado. Lamentablemente, las páginas se habían marchitado, oscurecido por el cieno y el agua, retorcido. La gente se movía entre ellas con sumo cuidado, mujeres con bata blanca, como en un hospital, dejaban los volúmenes abiertos hacia el sol, que fuera el sol que fuese».
La escritora rememora una inundación que devastó una gran biblioteca, pero podía haber usado otra imagen, por ejemplo la del incendio de Los Ángeles, cuando el 29 de abril de 1986 un devastador fuego consumió la Biblioteca Central. La tragedia devoró miles de ejemplares, perdidos aquella noche, donde los héroes y heroínas fueron unos improvisados ejércitos de bibliotecarios y voluntarios que luchaban contra Goliat, tratando de salvar el mayor número de ejemplares, rebuscando entre las cenizas, algo que continuó más tarde con la campaña Save the Books. Aquel día desaparecieron 400.000 libros y 700.000 más sufrieron daños en lomos y tripa. En total, 22 millones de dólares (unos 50 millones en la actualidad) en el mayor incendio de una biblioteca en la historia de Estados Unidos. Las imágenes de esta y otras tantas devastaciones que consumieron miles de libros resultan impactantes.
Existe algo grave y profundo en la destrucción de un libro, un recuerdo de destrucciones pasadas, una nueva biblioteca de Alejandría, saqueos y atentados, la rapiña popular que destruyó la biblioteca de Bagdad y el odio religioso. Tanto en Los Ángeles como en otros lugares afectados, entre los ejemplares parcialmente dañados se movían voluntarios que actuaban con rapidez y sumo cuidado para minimizar los daños. Los recuerdos de los desesperados bibliotecarios que se encontraban en el interior son terribles: las cubiertas restallaban como si fuesen palomitas de maíz. Luego, los ejemplares se colocaban abiertos uno por uno, en dirección a potentes ventiladores. Se hinchaban y deformaban. Sufrían. En otros casos, para grandes planos y documentos sueltos de gran tamaño, se colgaban como si fuese ropa y secaban posteriormente con planchas a una temperatura suave y controlada.
Imágenes del incendio de la Biblioteca Central de Los Ángeles de 1986 (Los Angeles Times Photographic Archive. Department of Special Collections, Charles E. Young Research Library, UCLA)
Voluntarios y bibliotecarios luchan por salvar el mayor número posible de libros
Ocho años después, el 1 de agosto de 1994, le llegó el turno a la biblioteca central de Norwich. Minutos más tarde de las siete de la mañana comenzó el mayor fuego que ha asolado el Reino Unido en bibliotecas y archivos, llevándose por delante una valiosísima colección de libros, manuscritos y material de archivo. Sin embargo, en Inglaterra la lista de bibliotecas pasto de las llamas es enorme. La primera lo hizo durante el incendio en la de Birmingham en 1879, al menos en lo que a desastres accidentales se refiere. Luego, la infame «tradición» continuó con atentados y misterios que apuntaban a intrigas políticas y grupos terroristas, como en Dublín en 1922, cuando la biblioteca central fue el epicentro de batallas urbanas.
Más tarde le llegó el turno a la Biblioteca Nacional de Lima, en Perú, que fue pasto del fuego la noche del 9 al 10 de mayo de 1943. Los bomberos salvaron el valioso Archivo Nacional, pero las salas del Instituto Histórico y la Sociedad Geográfica desaparecieron. En total se perdieron más de cien mil volúmenes empastados, junto a cuarenta mil manuscritos, entre ellos la gran colección del Mercurio Peruano y la Geografía de Juan Glave, una de las pocas que existían en el mundo. En los días siguientes empleados y funcionarios recorrieron los escombros tratando de rescatar de entre las cenizas libros y documentos, Pero la historia del fuego devastador, comenzado por un descuido o una negligencia, tiene un fatal punto de partida en Copenhague, en el incendio de 1728 que alcanzó y destruyó su gran biblioteca, la más importante entonces de Dinamarca. Desde ese momento, el fuego amenazaría archivos y bibliotecas de todo el mundo y, en cada episodio trágico, la misma imagen: voluntarios y bibliotecarios luchando contra un imposible, intentando salvar los libros del mismísimo infierno en llamas y lo que es peor, del olvido.