Cinco muertos, varios suicidios y un edificio calcinado: La Guerra de los Mundos en Quito
/En 1949 los ecuatorianos emularon el fake radiofónico de Orson Wells que advertía de una invasión alienígena. Una muchedumbre furiosa arrasó la emisora, provocando varios muertos
Muchos no lo escucharon. Habían llegado tarde o temprano a la advertencia que decía que todo era falso, un sofisticado (para la época) fake de proporciones bíblicas. El 30 de octubre de 1938, Orson Welles, en el Teatro Mercury, adaptó el clásico La guerra de los mundos de H. G. Wells a un guion radiofónico. Una voz marcial y asombrada describía un mundo haciéndose pedazos a causa de una invasión alienígena. La guerra había llegado. Todo parecía verdad, aunque ya en la introducción se decía que se trataba de una simple dramatización de la obra original, lo que volvían a recordar mucho más tarde, alrededor del minuto 40. Muchos se conectaron después de la advertencia y no la escucharon. Pero para entonces el caos se había desatado. Lo que sucedió ya lo sabemos: pánico, desórdenes, llamadas a policías, bomberos y al mismísimo ejército.
El fake, en plena era de desarrollo de la industria cultural y los medios de comunicación, abrió el camino para otras estrategias de desestabilización por medio de la parodia, la broma o el sabotaje. Pero ya no era tan sencillo: los estadounidenses estaban en sobreaviso de las posibilidades, en este caso de la radio, para hacer creíble lo increíble.
LOS PLATILLOS VOLANTES AMENAZAN ECUADOR
No así en Quito, que apenas supo de aquel fenómeno. Una década más tarde, el 12 de febrero de 1949, se realizó un experimento muy parecido y que se llevó a cabo sin excesiva preparación ni meditación. Nadie sospechó que las consecuencias podían ser más devastadoras. Radio Quito, que gozaba de gran prestigio y estaba situada en las oficinas del periódico El Comercio, desató el Armagedón cuando interrumpió una retransmisión en directo (una actuación de los cantantes Benítez y Valencia, que enmudecieron) para asegurar que había divisado un objeto volador no identificado en las islas Galápagos, que poco después se acercaba a la ciudad. La confusión no duró mucho tiempo, unos veinte minutos, hasta que el público supo que había sido un fake, pero para entonces ya era tarde.
«A diferencia de lo que ocurrió con Wells, en Quito no se contaban con muchos medios para hacer que la pieza completa fuese más «sofisticada»: el aterrorizado locutor hablaba a través de un vaso»
Leonardo Páez, director de la emisora, había guardado un riguroso secreto sobre la artimaña, que tan solo conocía el actor de origen chileno y experto en radionovelas Eduardo Alcaraz (nombre artístico de Alfredo Vergara Morales), que pondría la voz dramática al fake. Casi nadie sabía de su plan, aunque, a diferencia de lo que ocurrió con Wells, en Quito no se contaban con muchos medios para hacer que la pieza completa fuese más «sofisticada»: el aterrorizado locutor hablaba a través de un vaso, mezclándose su voz con otras de mandos militares y órdenes de evacuación. Se afirmaba que en esos precisos instantes se estaba esparciendo un gas venenoso mortal. Al mismo tiempo, otras emisoras hacían sus llamamientos parecidos, como Radio Continental, de Ambato; Radio La Voz de Tomebamba, de Cuenca; Radio Cenit, de Guayaquil y otras. La amenaza crecía. Ya eran varios los platillos volantes que asediaban Quito, concretamente su periferia, el barrio de Cotocollao.
LAS LLAMAS QUE SÍ ERAN REALES
«La policía, sabiendo que habían planeado el engaño, no los socorrió»
Una turba enloquecida se dirigió a la radio, lanzando primero piedras y, seguidamente, prendiendo fuego a la puerta. Cuando las llamas alcanzaron pilas de periódicos que esperaban ser repartidos, el desastre fue total. El descontrolado incendio consumió en poco tiempo el edificio. Desde el interior, los periodistas suplicaban ayuda, La policía, sabiendo que habían planeado el engaño, no los socorrió.
Muchos, intentando salvar sus vidas, intentaron saltar al edificio de al lado, una oficina de correos. Finalmente, cuando solo quedaban ruinas y cenizas se hizo recuento de víctimas: en total cinco personas fallecieron, los daños ascendieron a ocho millones de sucres, y varias personas se suicidaron del susto. La radio, durante dos años, estuvo cerrada, reabriendo en 1951 sin que a nadie se le ocurriese volver a repetir la experiencia.