La lotería del anarquista que financió Las Hurdes de Buñuel
/La legendaria película fue financiada por Ramón Acín, un reconocido anarquista fundador del periódico La Ira, a quien le tocó el gordo de Navidad. Con el dinero Buñuel rodó la película que sacudió España
Afortunadamente, Ramón Acín, pintor y agitador anarquista, desobedeció una de las máximas de la ideología libertaria: la negativa al juego. Las apuestas, lo mismo que el alcohol, eran «desviaciones» de la moral del perfecto anarquista, de los explotados obreros, y eran combatidas con saña por los grupos anarquistas. En diciembre de 1932, cuando la República llevaba de vida poco más de un año, en medio de sublevaciones y agitaciones sociales, decidió comprar unos billetes de lotería. Poco después, llegó la noticia. Acín no se lo creía: le había tocado el premio Gordo.
Este no dudó en ayudar a Luis Buñuel, amigo suyo desde la infancia, que estaba intentando lograr financiación para rodar una película que se llamaría Las Hurdes, tierra sin pan, que acabará estrenándose un año más tarde y que, en lo sucesivo, provocará un hito en la historia de nuestro cine y en la manera en que se proyectaba la imagen de España. Nunca unas 20.000 pesetas, que fue lo que le entregó Acín a Buñuel, toda una fortuna para la época, dieron tanto de sí. Su colega, el surrealista Pierre Unik, vino desde París para ayudarlo. Fue rodada apresuradamente en solo un mes. 4000 pesetas fueron a parar a la compra de un coche de segunda mano, un viejo Fiat, con el que poder moverse por lo agreste de la zona y llevar el equipo hasta el lugar de rodaje, aún así inaccesible en coche. Había que caminar cada mañana varios kilómetros.
Inspirada en un relato de Legendre, director del Instituto Francés de Madrid, el resultado fue una versión libre del texto, un descenso hacia las regiones olvidadas. En sus 27 minutos ofrecía un retrato crudo de una región pobre, de unos hombres y mujeres desesperados, de una aldea casi medieval. Años antes del rodaje, Las Hurdes habían ido apareciendo en la prensa nacional. Hasta en dos ocasiones el rey Alfonso XIIII visitó la región, acompañado de periodistas y fotógrafos. Etnólogos y antropólogos nacionales veían en la zona un marco ideal de estudio. La revista Estampa publicó varios reportajes, que también incluían impactantes imágenes de hambre y desolación. Gregorio Marañón, junto a Legendre, recorrió la región y plasmó sus impresiones en crónicas espeluznantes. En su cuaderno de viaje, escribe: «A las 11 llegamos a Martilandrán. Miseria, anemia, bocio, cretinismo. Espectáculo horrendo, dantesco. Muchos de los vecinos no han comido jamás pan. Algunos pasan días enteros sin comer más que alguna yerba, algún nabo. Tiroides palpable, todos. Tracoma. Tiña. Hambre, todos. El cura nos dice que hay bastantes sodomitas. Yo creo que no han muerto por los pilos (expósitos) que renuevan la sangre». Habla de poligamia y de cadáveres que permanecen en el pueblo durante días. Hasta Unamuno interviene en la discusión: «¿Problema de las Hurdes? No es más que el problema general del reparto de la propiedad en España. El hurdano prefiere penar libre en la majestad de su indigencia o vivir del botín de la limosna; a tener que ser jornalero durmiendo sobre suelo de un amo», afirma.
Será condenada por el franquismo, que intentará proyectar una imagen de «modernidad», eso sí fallida, del país, pero tampoco fue vista con buenos ojos por los republicanos, que la censuraron. Marañón, director del Patronato de las Hurdes, también la condenó. El director se entrevistó con él para intentar que este la apoyase comercialmente, algo que rechazó. Afirmó que mostraba el lado feo y negativo del país y le propuso, en cambio, filmar las alegres danzas folclóricas de La Alberca.
Lo confesó el mismo Buñuel en Mi último suspiro, su autobiografía. La ayuda de Acín, que lo convirtió en unos de los primeros, e improvisados, «productores» libertarios, fue una promesa que le hizo a Buñuel durante una comida junto a este y Sánchez Ventura, en la que el director le había comentado el proyecto.
El dinero de la lotería, sin embargo, se acabó pronto, pero el director terminó la película en su propia casa, editando en la mesa de la cocina. No contaba con moviola. Se dejaba los ojos mirando la película con una lupa y así la iba montando. Cuando se estrenó en el Cine de la Prensa de Madrid (actual Palacio de la Prensa, en la plaza de Callao), fue recibida con frialdad. La voz de Buñuel planeaba en la sala. Era una cinta muda y él la iba comentando en medio del asombro general.
Fotogramas de Las Hurdes, tierra sin pan
El año de su estreno Acín pasó varias veces por la cárcel debido a su intensa actividad militante. Ya era un artista con cierto nombre. Además de su pintura, era conocido por haber fundado uno de los periódicos más virulentos y que acabaría siendo prohibido tras dos tumultuosos números en los que puso su pluma al servicio de la deserción, a la negativa a ir a una guerra suicida en Marruecos que, al igual que a otros miles de españoles, le resultaba indiferente. En julio de 1913, desde Barcelona, dirigirá el periódico semanal La Ira, cuyo subtítulo era impactante: «Órgano de expresión del asco y de la cólera del pueblo». Artículos como «Id vosotros» o «No riais», contra el militarismo y la iglesia respectivamente, reflejaban su compromiso social y político. Huesca, su ciudad natal, le concedió una beca para estudiar arte en Madrid, Toledo o Granada, donde también impulsará grupos y periódicos libertarios.
Su final fue trágico. En 1936, en Huesca, nada más conocerse el golpe, una muchedumbre reclama armas, pero el gobierno republicano, temeroso de perder el control sobre un pueblo en armas, tranquiliza a Acín, convertido en uno de los líderes populares de la resistencia antifascista. Asegura una y otra vez que lo tiene todo bajo control, que las tropas son leales y que la amenaza no puede prosperar. Sin embargo, en menos de 24 horas la ciudad cae en manos del ejército franquista. Acín, sabiendo que han puesto precio a su cabeza, se esconde en su casa a la espera de lo que suceda. Allí está hasta principios del mes siguiente. Pero la visita de la soldadesca es inevitable. Cuando su mujer es golpeada, Acín, desesperado, se entrega voluntariamente, creyendo que así salvará la vida de su esposa Conchita Monrás. No fue así. Al día siguiente será fusilado frente a las tapias del cementerio y su mujer un par de semanas más tarde.
Buñuel, exiliado en París, pudo terminar la película dos años más tarde. Con la ayuda económica de otros pudo incluir sonido. Se estrenó y, a diferencia de lo sucedido en España, fue un pequeño éxito comercial. Acín había dejado huérfanas a dos hijas. El director pudo visitarlas. Pasaban hambre y se avecinaban tiempos aún peores para las hijas de un reconocido anarquista. Buñuel, como hizo Acín, cumplió la promesa de devolverle el dinero. Les entregó en mano un sobre con 20.000 pesetas.