Nuestra otra Real Academia de la Lengua o cuando España habló con el Rrollo
/Durante años España vivió con la jerga del «Rrollo», que dinamitó el lenguaje convencional en favor del «andergraun» defendido por pachulis, pasotas, rockeros, emporrados, mandangueros, correcaminos, jipis, ibicencos y ácratas
Todo el mundo hablaba de esa forma. En medio de una oleada de pequeñas publicaciones, fanzines, arte independiente, grupos de rock and roll y progresivos, de movimientos contestatarios que había tenido su letargo durante el franquismo tardío (hippies, pacifistas, fumetas, psicodélicos…), España vivió durante un tiempo con un contralenguaje, una jerga macarra que impregnó lo cotidiano, la música o el arte. Se estaba en el «Rrollo» o no se estaba definitivamente. El pionero fanzine El Rrollo enmascarado (Mariscal, Nazario…), creado en 1973, o el insólito movimientos psicodélico y progresivo sevillano, con Smash a la cabeza y su temprano (1969) Manifiesto de lo Borde, impulsaron el nuevo habla que dinamitaba la Real Academia de la Lengua para crear la primera gran jerga de la posguerra en nuestro país. Triunfo, por aquellos años, publicó un extenso artículo firmado por el periodista y escritor sevillano Antonio Burgos, que en 1974 publicaría la Guía secreta de Sevilla. Aquí tienes «El lenguaje del rrollo rockero, tío».
De un habla marginal a una moda literaria
EL LENGUAJE DEL ROLLO ROCKERO, TÍO
«Sirve de vehículo de expresión a pachulis, pasotas, rockeros, homosexuales, tirados, emporrados, mandangueros, correcaminos, jipis, ibicencos, adúlteros, vaqueros, expresidiarios, gitanos, vendedores de bocatas del Rastro, enanos, ácratas y tronketes neuróticos»
En cualquier barrio de nuestras ciudades puede oírse a unos chavales dándole a la nueva moda de los timos lingüísticos en la cresta de la ola:
—Que no, tío, que voy de boquerón total, que estoy sin curro y no tengo una pela. Como no le saque la pasta a mi beibi, que va en plan Nelson el Rockefeller...
Es el habla del rrollo rockero, que ahora se empieza advertir reflejada en textos literarios y periodísticos, en el intento de la escritura española de acercarse cada vez más a una realidad durante mucho tiempo prohibida. La reciente aparición de una colección de libros sobro estos temas me ha hecho reflexionar en el lenguaje que tantas veces he oído en mi ciudad a comentaristas de discos, guitarristas de rock con raíces, pintores, estudiantes, gente que simplemente trataba de estar al cabo de la calle de los últimos movimientos culturales. Existe, pues, una determinada habla que cada vez tiene una mayor aceptación social generalizada (habiendo traspasado el grupo marginal que la creó) y que ya empieza a influir en los textos escritos con una voluntad de perfección literaria. Esta es la que podíamos definir como el habla del rrollo, el lenguaje de los roqueros o rockeros, tío. Por este tío del vocativo que se repite a cada frase podrán entrar en la onda de esta subcultura.
Un éxito con retraso
Como viene ocurriendo en los últimos decenios en cuanto a usos sociales impuestos por la juventud, el Rrollo —que sus partidarios escriben siempre con mayúscula y doble erre inicial— tiene unos orígenes musicales. Podemos llamar así al conjunto de productos culturales creados en torno a la música rock de los años 60, llegados a los circuitos paralelos o comerciales españoles a lo largo de los setenta. Comix, emisiones radiofónicas en FM, discos, textos marginales, hábitos sociales forman la mayor parte de estos productos, ligados a una incontrastable filosofía de la vida, conectada con los epígonos tardíos del 68 de Berkeley y París, con la Internacional Situacionista, con Kerouac, con la mitología californiana. Una definición interesada, desde dentro, del Rrollo, la ha formulado Jesús Ordovás: «El Rrollo no parece que sea otra cosa que una forma de escape más o menos consciente de la maquinaria social de la muerte: reúne amalgama, se expresa y se ofrece como la reencarnación de Dadá, la Alternativa Cotidiana, la Tela Marinera, la Anarquía, la Cosa... y sirve de vehículo de expresión a pachulis, pasotas, rockeros, homosexuales, tirados, emporrados, mandangueros, correcaminos, jipis, ibicencos, adúlteros, vaqueros, expresidiarios, gitanos, vendedores de bocatas del Rastro, enanos, ácratas y tronketes neuróticos. Y como habrá intuido usted ya, estimado doctor, no es otra cosa que la variante ibérica —más o menos original y tardía— de lo que en los años 60 se vino a llamar underground, contracultura, jipismo, cultura marginal o contestación».
El éxito social de este lenguaje antiautoritario y antiacadémico ha llegado, como siempre ocurre, con retraso. Cuando ya los promotores del Rrollo están prácticamente pasados y ya han descubierto otras formas culturales o han hallado una etapa más adelantada, el «punk», o se dedican simple y llanamente a trabajar en los engranajes de la sociedad de consumo («a ganar pasta gansa, tío»), tal como hoy los estudiantes del Berkeley del 68 trabajan casi todos para el Bankamerican, viene el fenómeno no desacostumbrado del éxito social del lenguaje que ellos crearon. Se escucha este lenguaje del rrollo no ya solo en los ambientes rockeros, sino en la vida cotidiana, en los sectores que se pueden imaginar más alejados de la contestación y la contracultura:
—Perdón, tío, que hoy voy de torpe total...
Según los datos de que disponemos, puede decirse que han pasado unos diez años entre la acuñación de este lenguaje, por influencia quizá de la presencia americana en España (Torrejón, Sevilla, Rota) y de los hábitos sociales, incluidos los lingüísticos, que impusieron los movimientos musicales eléctricos anglosajones. De hace unos diez años son las primeras creaciones de esta cultura: en 1966 aparecen los primeros discos de Los Salvajes y Los Cheyenes; de 1969 son los primeros singles de Smash, un conjunto sevillano que considero clave para la creación de este lenguaje y que conecta muy directamente con la americanización del Sur español y su utilización con fines contraculturales por gente que estaba en el rrollo: Rota, Morón, barriada sevillana de Santa Clara, etcétera. La presencia de Gonzalo García Pelayo como promotor de este grupo y posteriormente como divulgador de un modo de hacer radio y televisión (Mundo Pop, emisiones en FMI hace pensar en estos orígenes sevillanos del lenguaje del rrollo, que recogería en la ciudad aportes del mundo tradicional del hampa de Monipodio manejo, roneo, corte), del habla de barrio y del mundo flamenco y gitano: currelar, talego, etcétera. De 1969 es el «Manifiesto de lo Borde», firmado por Gonzalo y Smash:
«El mundo se divide en:
1.1. Hombres de las praderas (Bob Dylan. Jimi Hendrix. Mick Jagger, etc.)
1.2. Hombres de les montañas (Manson. Hitler, etc.).
1.3. Hombres de les cuevas lúgubres (funcionarios).
1.4. Hombres de las cuevas suntuosas (presidentes de Consejos de Administración, grandes mercaderes}.
Los hombress de las praderas son los únicos que están en el rrollo y que han salido del huevo. Sus carnets de identidad son sus caritas. Los hombres de les montañas se enrollan por el palo de la violencia y la marcha física. Los hombres de las cuevas lúgubres se entronen por empleo del dogma y te suelen dar la vara chunga. Los hombres de las cuevas suntuosas se entronan por el palo del dinero y del roneo».
(Gonzalo and Smash: «Manifiesto de Lo Borde». Sevilla, 1969)
Podemos considerarlo el primer documento escrito en que voluntariamente se usa el lenguaje que estudiamos, con una voluntad claramente contracultural. De entonces a acá, el acceso a los medios de comunicación de tíos que estaban en el rrollo popularizó este modo de habla marginal que progresivamente ha tenido una gran aceptación social, como en su día pudo tenerla el habla de Serrano, otro caso sintomático de moda lingüística en el país. Como ocurre en estos casos, el lenguaje rockero está cada vez más separado de su utilización por los profesionales del «rock» o por los seguidores de sus formas musicales y sus hábitos de vida. Esta popularización es denostada por sus creadores, que para diferenciarse llaman a los recién llegados de modos despectivos, como chelis, macarras, horteras, etcétera. Y no solo es un habla de un determinado sector rockero o barriobajero. sino que se impone como un hábito expresivo en buena parto de los más jóvenes. En mi ciudad la oigo a cada paso. Mi vecino, que estudia medicina, la habla. Cuando estoy esperando el ascensor, escucho:
—No le des más al botón, tío, que va de avería total. A este cacharro nada más que le va la marcha de la reparación, va de avería cósmica...
Bajo al bar y mientras pido algo en la barra, escucho a alguien que se acerca al camarero:
—Tío, cámbiame pasta, que voy a echar unas pelas en la máquina...
Desconozco el uso del rrollo del rock en otras ciudades, pero mis referencias son que está igualmente popularizada muy lejos de esta Sevilla que parece que lo creó, según los documentos y el testimonio de los especialistas.
Ruptura de un sistema verbal
En este trabajo hemos tratado de hacer una primera aportación a un posible léxico del habla rockera. Aparte de estos componentes de su estructura léxica, quizá lo más distintivo de esta jerga, que surge como todas con una voluntad de que los que no pertenecen a la comunidad que la habla no entiendan los mensajes que con ella se expresan, o sea, con un carácter hermético, sea la intención de ruptura de un sistema verbal. Más que en la moda de los nombres o los adjetivos, abiertos a la capacidad creativa y los poderes de comparación del hablante, lo distintivo de los rockeros es el uso de un sistema verbal propio, que rompe el academicismo español del ser y el estar, y se apoya en formas a menudo reflexivas a las que da un uso constante, enriquecedor: ir de, estar en, traerse, montarse. El verbo «ser» ha sido casi completamente sustituido por el ir de, conjugado en todas sus formas y tiempos. Se va de ario o de rubio, de catalán o de resfriado, de torpe o de ácrata, no se es ácrata o catalán o se está resfriado o torpe. Arañando en el código semántico de los rockeros quizá se encuentre en esto una voluntad situacionista, cambiante, con una alternativa, para cada momento de la vida.
Incluso leyéndome, el rockero enmascarado me estará diciendo:
—¿Tú, qué, tío? ¿Qué vas de Criado de Val y de Ferdinand el Saussure?
Otra nota distintiva es la capacidad de distorsión del léxico convencional. El bocadillo es bocata; el cubalibre, cubata, por analogía con aquel. Uno que toca en un conjunto es un conjuntero. El que consume droga, drogota. Quizá estos sufijos en -ota, -ata y -eta sean también otra nota distintiva: pasota leí que está pasado, fumeta el que fuma droga, etc.
Tiene el habla rockera, en sus versiones escritas, una gran voluntad ortográfica, una intención de transcripción fonética que podríamos calificar de heterográfica por cuanto significa ruptura de la ortografía académica y de los vocablos de otros sistemas lingüísticos: el jazz es yas; el underground, andergraun; la muchacha es la beibi; el rock-and-roll, el rocanrol, moda en la que los amantes del Rrollo son sin saberlo bastante académicos, en la norma de la Real de transcribir fonéticamente palabras extranjeras: güisqui por whisky, chófer por chauffeur, etc.
Otra característica sería su voluntad situacionista de una expresión poco concreta, para la cual se auxilia de partículas y muletillas de uso constante y polivalente: o así, más o menos, y tal, cosa. Por el contrario, cuando quiere afirmar algo, tiene que recurrir al adjetivo total o incluso a cósmico: «van de bronca total, tío»; «se han montado un rrollo cósmico, tío».
Un habla abierta
Estudiando los textos de Smash en 1969 y escuchando ahora cualquier emisora de FM que esté pasada o a cualquier chell o macarra, se comprueba que la rockera o del rrollo es una habla abierta, que por su mismo carácter contracultural se está creando a cada momento, sin normas y contra las pautas. Para mí, que ahora es cuando va a tener su gran desarrollo social, al ser reflejada con voluntad literaria por tíos que no están en el rrollo. Como antes ocurrió con otras hablas al ser reflejada por una cierta escritura (los Álvarez Quintero para Andalucía, Arniches para Madrid, etc.), puede ocurrir que ahora la Naturaleza imite al arte, y que formas expresivas del Rrollo se incorporen al patrimonio común de la lengua, hiera ya de los sectores marginales que la crearon. Quizá sea, en definitiva, un modelo lingüístico para este momento del país, en que todos quieren estar en el rrollo de la democracia, que todos van de demócratas, tío.