Nuestros locos años veinte (I): Las vírgenes locas
/Fueron nuestras particulares «flappers» y escandalizaron a la España de entonces. Amantes de la noche, el baile y los music halls, abanderaron el feminismo y fueron acusadas de llevar una vida «disipada». También se las conoció como «semi-vírgenes». «Ni manolas, ni flappers, ni midinettes, sino sencillamente españolas elegantes», proclamaron otros.
En los años veinte, con el boom de los cabarets y cafés cantantes, los music halls y la llegada de la moda francesa a España, en ciudades como Madrid o Barcelona apareció una nueva generación de mujeres a las que podías ver bailando o en fiestas de disfraces. Su aspecto, para las convenciones de la época, resultaba rompedor: llevaban el pelo corto y vestidos también recortados, bebían y fumaban y solían acudir a estos eventos en grupos de chicas.
«Se las relacionaba con las groupies y la prensa española se refería a las flappers como “cazadoras de autógrafos” de sus artistas favoritos a los que seguían y adoraban»
Poco a poco la prensa de la época comenzó una campaña de criminalización contra ellas, abanderadas del feminismo sin nombrarlo expresamente, a las que se acusó de libertinaje, vida «relajada» y «disipada», y frivolidad. Las llamaron «vírgenes locas», una especie de derivado de las llamadas «flappers», y coincidió con la aparición de publicaciones pioneras en artículos de sociedad y moda. No nos resultaba extraña. Ya a comienzos de los veinte se hablaba de que la palabra «flappers» se había puesto de moda en Nueva York y «se aplica a las mujeres en general y en particular a las “girls”, mitad “vamps” y mitad ingenuas, que taconean por las avenidas con exceso. Tobilleras es la traducción “convencional”, la traducción del sentido que se le atribuye ahora al término, porque flappers llaman los ingleses, por los movimientos y contoneos “graciosos” que producen, a los patitos que se ejercitan en la natación». En realidad también se las relacionaba con las groupies y la prensa española se refería a las «flappers» como «cazadoras de autógrafos» de sus artistas favoritos a los que seguían y adoraban. «Los llamados cronistas de sociedad protestan, con razón, de que toda la sociedad madrileña se vaya reduciendo a las fiestas baratas y democráticas de unos cuantos hoteles públicos», afirmaban.
Como contrapunto, respecto a los hombres, se hablaba del «pollo pera», chulesco, noctámbulo, elegante pero excesivo y, en ocasiones, pendenciero. «Si nosotras somos unas flappers, que creo es el término equivalente a pollo pera, no hacemos sino completar la pareja moderna: somos la costilla arrancada al hombre del siglo presente. En otras palabras, somos tal para cual», afirmó Mundo Gráfico en noviembre de 1928. Pero no faltó quien consideró que todo eso eran modas extranjeras sin impronta castiza y, más o menos por esas fechas, proclamó que «Ni manolas, ni flappers, ni midinettes, sino sencillamente españolas elegantes de 1930».
La Esfera por aquellos años: «En cambio, la llamada “juventud galante” —hijos, yernos, sobrinos y demás parientes de gente rica, empleadillos ambiciosos, literatos y artistas para quienes el hall de un gran hotel es algo así como el paraíso de Mahoma— está encantada de pensar en “el gran mundo”, con sus lujos, sus aventuras y sus influencias, viene fatalmente hacia ellos, como los ríos a la mar. Estas “fiestas de hotel”, mal traducidas (como los figurines, las novelas y las comedias), contribuyen a la propagación en Madrid del tipo parisiense que dio a Marcelo Prevost tantos disgustos y acabó por tenerlo en cama mucho tiempo, curándose de dos balazos que una intrépida “demi-vierge” le disparó al salir de un baile».
La proliferación de los cuplés y las fiestas en las plantas bajas de los hoteles del centro, cubiertas por periodistas de sociedad, dieron lugar a visibilizar el fenómeno. Para La Esfera, las vírgenes locas eran «liras báquicas […] con su peinado en melenitas, sus tufas apaches y sus ojos ojerosos y pintados, su falda corta». El nombre, claramente peyorativo, provenía de una famosa novela por entregas que, entre mayo y octubre de 1886, se publicó en el semanario Madrid Cómico ideada por Sinesio Delgado, director de la revista. Frecuentemente se decía que «se sabe que algunas vírgenes locas son locas pero no vírgenes», algo que apareció como título para uno de sus capítulos, narrando todo tipo de peripecias y amoríos juveniles. Las mujeres estaban organizadas en asociaciones libertinas: «Aquella mujer era Elena de Cotocerrado, su raptor el Conde de Jaral padre de Tarsila, la fundadora y presidenta de asociación de Las Vírgenes Locas». Y poco a poco son presentadas como una verdadera secta.
La referencia a las vírgenes locas también escondía insinuaciones sobre travestidos, lesbianas y baile. Los llamados «bal de folles» o, más tarde, «bal de invertis», se extendieron tras la Primera Guerra Mundial por todo París. Fueron los años del esplendor de las drag queens. La gran artista Josephine Baker entregaba premios a los mejores vestuarios y espectáculos drag. Locales de París como el Wagram «ofrecía la oportunidad de travestirse dos veces al año; los participantes, hombres travestidos de todas las edades y condiciones sociales, satirizaban la sociedad, los valores y las jerarquías tradicionales, con retratos exagerados de feminidad y masculinidad: condesas vestidas con miriñaque, vírgenes locas, bailarinas orientales, marineros, rufianes o militares; que tenían nombres correspondientes a su traje: la Duquesa de la Pompa, la Infanta Eudoxia, la Ratoncita Malva, la Oscura, Fréda, la Inglesa, la Loca María, la Musa, la Tetera, la Mujer Lobo, Safo, la Gata Mojada, el Pequeño Piano, Margarita de Borgoña, etc.», según Florence Tamagne, en su A history of homosexuality in Europe (2006).
Muchos escritores bohemios, o amantes de la vida nocturna, declararon el final de las vírgenes locas, como César Vallejo, para quien «en materia de amor, por ejemplo, ya no existen las “vírgenes locas” de antes, candorosas, románticas, que se enamoraban y se dejaban seducir a toda máquina, sin reparar en las consecuencias». Se trataba, obviamente, de una construcción masculina, una deconstrucción del puritanismo a partir de la famosa parábola de las diez vírgenes o parábola de las diez muchachas de la Biblia:
«Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al novio. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el novio; y las que estaban preparadas entraron con él a la boda; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir».